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El ‘caso Snowden’ da un impulso a la reelección de Evo Morales

El incidente del avión presidencial en la UE dispara el nacionalismo boliviano

Protestas frente a la embajada de EE UU en La Paz, Bolivia, el 8 de julio.
Protestas frente a la embajada de EE UU en La Paz, Bolivia, el 8 de julio.J. K. (AP)

El mismo día en que los presidentes de Mercosur denunciaban a varios países de Europa por haber demorado el retorno de Rusia de Evo Morales, bajo la sospecha "infundada, discriminatoria y arbitraria" de llevar con él a Edward Snowden, el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera pidió a una concentración de vecinos que los políticos de la oposición "no puedan pisar" la populosa ciudad de El Alto, junto a La Paz. "No permitan que regresen los que nos masacraron, humillaron, hicieron llorar, vendieron el petróleo y las empresas públicas", clamó.

La calificación de los rivales políticos y las potencias extranjeras como "abusivos", constante en la propaganda gubernamental, estaba desgastada por no corresponder a la verdadera relación de fuerzas entre el oficialismo y la oposición, y por la tranquilidad con la que EE UU recibía los frecuentes ataques gubernamentales, pero adquirió un nuevo impulso con el complicado viaje de Morales a través de Europa, descrito por el Gobierno como un acto de "acoso" por parte de las grandes potencias. Mercosur endosó esta acusación y pocos días antes lo había hecho la Organización de Estados Americanos. Y en Bolivia dio lugar a múltiples expresiones de solidaridad con el "presidente perseguido"; a marchas "patrióticas", a la quema de banderas europeas y a una serie de apariciones públicas de los altos cargos gubernamentales, por ejemplo para calificar al presidente del Gobierno y al ministro de Exteriores de España como "peones del imperio".

El incidente, en suma, devolvió al presidente boliviano el perfil de luchador social que le estaba quitando el ejercicio del poder, cohesionó a sus adherentes y complicó gravemente la tarea de la oposición, que ya debía encarar en condiciones adversas las elecciones del próximo año (en las que Morales buscará la presidencia por tercera vez, gracias a la controvertida sentencia del Tribunal Constitucional que lo habilitó). Dada la debilidad institucional del país, Morales puede usar el aparato del Estado y movilizar a la sociedad con arengas como la de García Linera, con el fin de facilitar su reelección.

Antes del viaje a Rusia, la aceptación de la gestión de Morales rondaba el 50%, gracias sobre todo al excelente estado de la economía, que se ha beneficiado de una década de exportaciones altamente rentables, sin haber sufrido a la vez los problemas financieros que enfrentan Argentina o Venezuela. Sin embargo, la intención de votar por Evo no superaba el 35% y los tres principales partidos opositores, actuando cada uno por su lado, le habían propinado al Gobierno golpes de cierta magnitud, al criticar con éxito la falta de aplicación en el país del discurso ecologista internacional del Gobierno, así como la falta de transparencia de los programas sociales que ejecutó en los últimos siete años, en gran parte con financiación venezolana.

Aunque el oficialismo respondió a estas críticas con una retórica dura y amenazas judiciales, parecía estar a la defensiva y sin iniciativa política, según algunos analistas. Hasta que Snowden y la diplomacia europea entraron en escena. Hoy la oposición ha quedado enmudecida, puesta en la disyuntiva de apoyar a Morales, lo que por supuesto no quiere hacer, o en cambio defender a EE UU y a Europa, a contracorriente del fervor nacionalista que el Gobierno ha logrado despertar en la mayoría de los bolivianos.

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