_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Indicios de una reorientación hacia el crecimiento

Hollande y Merkel deben actuar de común acuerdo en la Unión. Y a nosotros nos toca convencerles

“Europa desbordada por el paro”, podía leerse en Francia esta semana, mientras la prensa norteamericana hacía una comparación poco halagüeña: el Viejo Continente tiene hoy el mismo número de parados que durante la Gran Depresión de los años 30. Aunque esta comparación sea cuestionable, dado que la población actual es muy superior a la de entonces, y pese a que los sistemas de protección atenúen el impacto, lo que es evidente es que están empezando a aparecer los mismos efectos sociopolíticos: auge de los populismos, que hay que tomarse en serio, pues son portadores de desorden y parálisis (la amenaza más seria procede de Grecia, donde hay un partido abiertamente neonazi, pero tampoco hay que perder de vista la multiplicación, en Francia, de grupúsculos cada vez más decididos a dar problemas); desconfianza generalizada, que afecta por supuesto a los Gobiernos en funciones, pero, por desgracia, también a la misma Unión Europea, etcétera. El presidente francés, François Hollande, fue el primero en pedir una reorientación de la UE antes de que la construcción política que quería poner en marcha alrededor de Angela Merkel quedase debilitada por la salida de Mario Monti del Gobierno italiano. Pero, por fin, estamos asistiendo a una toma de conciencia. Y progresivamente podemos albergar la esperanza de que esta reorientación de las políticas europeas hacia el crecimiento llegue a ver la luz. Pero, como siempre en Europa, hace falta mucho tiempo: primero para decidir; después para actuar. Y, sobre todo, para convencer a Merkel y, con ella, a la opinión pública alemana, sobre todo, de que admita: 1) la urgencia de la solidaridad; 2) que la solidaridad puede conjugarse con la flexibilidad; 3) que permanecer bloqueados sería infinitamente más peligroso.

Ya hay señales de este incipiente cambio de orientación. Por ejemplo, una declaración del presidente de la Comisión, Manuel Barroso, que admitía que las políticas de austeridad han tocado fondo; o el plazo que esa misma Comisión ha concedido a España antes de concedérsela a otros países para volver a la senda de los déficits aceptables; o la demanda de la UE a los Estados y a los Gobiernos para crear un fondo especial para el empleo juvenil. Pues, a decir de Herman Van Rompuy (que haría bien en expresarse más a menudo), “demasiados jóvenes tienen la sensación de que alguien oprimió el botón de pausa de sus vidas porque se les impide proyectarse hacia el futuro”. Otro ejemplo son los posicionamientos de cada vez más economistas que ahora cuestionan, cifras en mano, la relación entre el importe de la deuda respecto al producto interior y el ritmo de la actividad económica; o la demanda, cada vez más fuerte, de ver al Banco Central Europeo activo en el terreno del apoyo a la actividad, lo que por el momento está prohibido (sobre este tema ha sido la prensa británica la que ha señalado que la actividad es débil allá donde los bancos centrales son tímidos y, sin embargo, es más intensa allá donde los bancos centrales son activos, como en Estados Unidos: por tanto, es normal que Europa no funcione...). Finalmente, quiero recordar la idea recogida por Jacques Attali de que hay que autorizar al Banco Central a emitir eurobonos para financiar un vasto proyecto de inversiones dedicadas a las infraestructuras en todo el territorio de la Unión. A diferencia de EE UU, la UE como tal no soporta ninguna deuda. Y lo que los Estados ya no pueden hacer, a saber: endeudarse, la UE puede hacerlo en proporciones modestas, comparadas con la riqueza producida, pero que representarían sumas considerables y, hoy, indispensables.

Pero, como sabemos, falta convencer a Alemania. Y tampoco en este punto hay que desesperar, pues a algunos dirigentes alemanes empieza a inquietarles seriamente la propagación de un sentimiento antialemán en Europa. La peor forma es evidentemente la que practica la izquierda francesa y, especialmente, el partido socialista, que estigmatiza el “egoísmo” de la canciller. Inevitablemente, cada alemán entiende que le acusan de ser egoísta. Hay que repetirlo: la Unión no puede hacerse contra Alemania. Y los dos países, es decir, los dos dirigentes, Hollande y Merkel, deben actuar de común acuerdo. A nosotros nos toca convencerles. Desde este punto de vista, Hollande haría mejor en utilizar un argumento que está a su alcance: la canciller ha apoyado y aprobado la intervención francesa en Malí basándose en que se trata de una lucha contra el terrorismo que atañe a todos los europeos. Dejando de lado el hecho de que este gasto militar suplementario entra en el déficit francés y que, siendo así, debería ser compensado, es la prueba de que Francia asume su parte en la defensa común. Pues bien, ¿acaso una parte no desdeñable de la carga de nuestra común reactivación no le corresponde a Alemania?

Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_