El error de Napolitano
Demasiadas cosas están al borde de la destrucción en el sistema político italiano como para propiciar que el Partido Democrático se desmorone
En una crisis tan complicada como la italiana en la dinámica de su desarrollo, pero tan sencilla en sus datos de fondo, conviene atender a sus distintos componentes y seguir de cerca la actuación de los agentes políticos, aplicándoles si ello resulta posible una lente de aumento capaz de detectar matices y motivaciones.
La crisis es sencilla ante todo porque el resultado electoral ha frustrado las expectativas del Partido Democrático, avaladas por las encuestas, y tal situación desfavorable de ganador/perdedor abrió las puertas a la ofensiva de sus dos competidores. Así las cosas, ante un encargo tan restrictivo como el ofrecido por el presidente Napolitano a Bersani, la estrategia más elemental del juego político dictaba al Movimiento 5 Estrellas y al PDL una regla: dado que el encargo era en el fondo y en la forma una soga al cuello, ya que no se consumaría de carecer de apoyos seguros, y eso antes de presentarse a las Cámaras, bastaba que Grillo y Berlusconi rechazasen la oferta del PD, sin entrar en contenidos, para convertirse a sí mismos en protagonistas y de paso arruinar a una izquierda democrática, muy lacerada en su interior, y cargada de frustración por los malos resultados electorales.
Todo hubiera sido distinto de permitir a Bersani presentarse a las Cámaras con un equipo y con un plan de gobierno inmediato tan reformador y tan razonable como el contenido en sus ocho puntos, con la lucha contra la corrupción y la Mafia, la reforma de la desastrosa ley electoral, el “conflicto de intereses”, la reducción de los costes de la política, la atención a las urgencias sociales, la defensa de la enseñanza, el matrimonio homosexual o el derecho a la ciudadanía. Si Berlusconi y Grillo lo rechazaban, sus respectivas proclamas sobre el cambio radical –ya puesto en tela de juicio para el Movimiento 5 Estrellas por la elección de Grasso al Senado- y sobre la gobernabilidad, en el caso de Berlusconi, se hubieran revelado como simples maniobras políticas contrarias al interés de un país necesitado con rapidez de un nuevo gobierno.
Más que una fecha de confirmación, Napolitano había dado a Bersani una fecha de ejecución, comprometiéndose además a hacer efectiva la propia sentencia. El encargo se convirtió así para el líder del PD en un camino del calvario en cuyo curso el desgaste ante la opinión italiana e internacional del PD solo haría agravarse. Por añadidura, dada la tensión interior provocada por el ansia de poder de Renzi, el competidor derrotado en las primarias, capaz de aceptar el pacto con Berlusconi, el fracaso puede provocar el fin de una fuerza política que a pesar de sus deficiencias era la única susceptible de evitar las dos opciones siniestras: el regreso de Berlusconi y la dictadura desde el manejo de la red por Grillo y Casaleggio.
En la extensa fundamentación de su semi-encargo a Bersani, Napolitano advirtió que no era su papel analizar los programas, pero esa inhibición necesaria en el plano ideológico era una cosa y otra bien diferente no tomar en consideración el significado de Berlusconi, en tanto que culpable principal de la degradación del sistema, descalificado ante Europa, o la vocación de Grillo, entregado a la destrucción de la democracia representativa. Aquí de tsunami, nada: de vocación de un monopolio de poder personal sumamente agresivo, todo. La ausencia de democracia interna del 5 Estrellas en el curso de la crisis ha disipado toda duda acerca de la naturaleza real del movimiento. Cuyo efecto inmediato, de forma inevitable, consiste en anular a su principal enemigo, una política reformadora, y otorgar de nuevo el papel de protagonista de la política italiana a Berlusconi.
Napolitano ha caído bajo el viejo síndrome de Togliatti, y de tantos otros líderes comunistas –aquí tuvimos uno bien destacado-, consistente en optar siempre por soluciones en apariencia realistas, que responden a las relaciones de poder existentes, desatendiendo las exigencias de cambio de la propia realidad, y de paso la preeminencia del juego democrático para resolver las situaciones de crisis. Frente a lo decidido por Napolitano, resultaba admisible la derrota en las Cámaras, según el procedimiento sugerido por Vendola, con el programa por delante, pero no la imposibilidad para el líder del partido más votado de presentar en el Parlamento un posible gobierno y su oferta política. En otro sentido, tampoco cabe olvidar la lamentable nota con que el presidente justificaba su conducta neutral ante el asalto al Tribunal de Justicia de Milán por diputados y senadores de Berlusconi, aludiendo al número de votos logrados por su partido. Resultado: había que llamar la atención… a los magistrados que juzgan las fechorías de Il Cavaliere. No es extraño que los elogios sobre el antiguo dirigente del PCI procedan de Berlusconi y de Grillo. En suma, demasiadas cosas están al borde de la destrucción en el sistema político italiano, como para propiciar que el Partido Democrático, el partido del propio Napolitano, se desmorone.
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