La parálisis política en EE UU amenaza a la economía mundial
La inoperancia del Congreso y la impotencia de Obama colocan al país al borde del abismo fiscal
La negociación sobre el presupuesto en Estados Unidos ha desembocado en una grave crisis política que puede convertirse en una peligrosa crisis económica si no se consigue antes del 1 de enero un acuerdo, hoy milagroso, que evite masivos recortes de gastos y subidas de impuestos. Divididos los republicanos, impotentes los demócratas, todo queda ahora en manos de Barack Obama, que probablemente tendrá que elegir entre violar sus promesas electorales o aceptar los riesgos del abismo fiscal.
La situación que presenta el país solo dos meses después de las últimas elecciones es desoladora: un Congreso inoperante y un presidente con las manos atadas por un sistema político que le obliga a gobernar con el poder legislativo. Pese a todo, Obama mantiene la esperanza. El presidente ha comparecido en la tarde del viernes expresamente para hablar sobre la marcha de las negociaciones y, tras indicar que había pedido a los líderes del Congreso que reflexionen durante el parón navideño, se ha mostrado convencido de que se podrá llegar a un acuerdo antes de la fecha límite del 1 de enero. "Llamadme optimista, pero si todos ceden un poco, podremos lograr el pacto que proteja a la clase media", ha asegurado.
El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, fue incapaz el jueves de sacar siquiera a votación su propia propuesta presupuestaria ante la insubordinación de la extrema derecha republicana
La realidad no parece tan halagüeña. El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, fue incapaz el jueves de sacar siquiera a votación su propia propuesta presupuestaria ante la insubordinación de la extrema derecha republicana. Reconociendo su incapacidad, Boehner y los congresistas, muchos de ellos miembros del Tea Party que se oponen a cualquier subida de impuestos, se fueron ayer de vacaciones y dejaron Washington en medio del total desconcierto.
En el Senado, las opciones de éxito no son mucho mayores. Los demócratas tienen mayoría en esa cámara, pero la ley de filibusterismo concede a la minoría republicana la posibilidad de obstaculizar el debate y la votación. Aunque ésta se produjera, no puede imaginarse qué solución podría encontrarse en el Senado que fuera después aceptada por la Cámara de Representantes, que se niega incluso a respaldar una pequeña subida de impuestos a los ingresos por encima del millón de dólares anuales, es decir a los millonarios declarados.
Obama deberá entenderse en el Senado con el líder de los republicanos, Mitch McConnell, que en 2014 tendrá que someterse a votación en el muy conservador estado de Kentucky y que va a estar, por tanto, poco inclinado a hacer concesiones a la Casa Blanca. En cualquier caso, aún contando con el improbable apoyo de McConnell, es imposible anticipar la reacción del conjunto del Partido Republicano, actualmente sin liderazgo, sin unidad y en manos de un grupo de aventureros en el Capitolio que han convertido los dos últimos años de la política norteamericana en un calvario y una constante incertidumbre, lo último que necesita la mayor potencia mundial.
Los demócratas tienen mayoría en esa cámara, pero la ley de filibusterismo concede a la minoría republicana la posibilidad de obstaculizar el debate y la votación
¿Qué pasa ahora? Obama puede dar marcha atrás y renunciar a las subidas de impuestos, lo que significaría contradecirse de lo que lleva sosteniendo desde el principio de esta negociación y violar sus promesas electorales. O puede aún encontrarse alguna fórmula, por el momento desconocida, que alargue la negociación después del 1 de enero. Para esto último, ambos partidos tendrían que violar el límite que se impusieron para reducir el déficit por los buenas o por las malas. El acuerdo que se negociaba pretendía hacerlo por las buenas, de forma gradual y evitando perjudicar a las clases medias. Sin acuerdo, habrá que hacerlo por las malas, es decir, con el abismo fiscal.
El abismo fiscal es el conjunto de recortes de gastos y subidas de impuestos, hasta totalizar alrededor de 600.000 millones de dólares (cerca del 5% del PIB norteamericano), que entraría en vigor automáticamente en enero de 2013 con el objetivo de reducir el déficit. De forma inmediata, se suprimirán 55.000 millones de dólares del Pentágono y una cantidad idéntica de programas sociales, incluidas aportaciones médicas a los pensionistas y ayudas a los parados. Al mismo tiempo, se dejarán expirar las ventajas fiscales aplicadas desde la presidencia de George Bush, por lo que subirán los impuestos de la mayor parte de la población.
Obama puede dar marcha atrás y renunciar a las subidas de impuestos, lo que significaría contradecirse de lo que lleva sosteniendo desde el principio de esta negociación y violar sus promesas electorales
¿Qué significa eso? Además del perjuicio evidente para los ciudadanos directamente afectados, una verdadera losa para la economía norteamericana y un perjuicio evidente para la economía mundial, que lucha por evitar la recesión. La Oficina de Presupuesto del Congreso, la institución independiente con más credibilidad en sus datos, ha pronosticado que, con el abismo fiscal, la economía de este país se contraería un 1,3% solo en el primer semestre de 2013, y el crecimiento final del año difícilmente llegaría al 0,5%. EE UU crece actualmente al 3,1%. El paro, que hoy es del 7,7%, podría llegar, según esa misma fuente, al 9,2% para finales de 2013.
Ante esa perspectiva, el índice Dow Jones perdía este viernes un 1,5%. Castigando su incapacidad de gestionar el presupuesto, las agencias de crédito podrían rebajar la nota de EE UU, como ya ocurrió el año pasado durante la negociación del límite de gasto del estado. La imagen internacional de este país sufriría un serio daño y, peor aún, el abismo fiscal podría provocar dudas de los inversores, con posibles consecuencias en todas las economías del mundo, especialmente las más débiles, como las de varios países de Europa.
Obama tiene por delante el reto de evitarlo y muy pocas armas para conseguirlo. Desde su izquierda, se le aconseja tomar el camino de en medio: aceptar el abismo, olvidarse del déficit, asumir más deuda y aumentar la inversión pública para evitar la desaceleración económica.
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