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Columna
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Primavera palestina

El clamor popular por la formación de un Gobierno de unidad Hamás-Fatah es ya ensordecedor

El presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, había proclamado ya en septiembre de 2011 que su pueblo abrazaba la Revuelta Árabe, pero solo en noviembre pasado, con el ingreso en la ONU como observador de un proyecto de Estado palestino, la declaración adquiría pleno significado.

Revuelta o primavera, la conmoción árabe presiona sobre el equilibrio estratégico en la zona. Un esbozo de alianza se plantea entre Turquía, Egipto y el emirato de Catar, que pone en cuestión los dos grandes principios de la política israelí: superioridad militar indiscutible y alianzas con Estados periféricos, lo que hasta la caída del sah (1979) quería decir Irán, y Turquía, hasta el giro propalestino del Gobierno islamista de Erdogan (2008). Y por ello, Israel, con represalias como la Operación Pilar Defensivo contra Gaza, pero especialmente con el anuncio de edificación en una zona que bloquearía completamente la comunicación entre Cisjordania y Jerusalén Este, pretende demostrar que la revuelta no ha modificado el equilibrio de poder en la región, y que está tan libre de actuar como siempre.

En 1988 el Parlamento de la OLP proclamaba la existencia de un Estado palestino sin territorio, lo que significaba que las instituciones que presidía Yasir Arafat renunciaban a lo que no tenían —la Palestina del mandato británico— a cambio de negociar el establecimiento de ese Estado en Cisjordania y Gaza, ocupadas por Israel, que tampoco poseían. Tras años de infructuosas negociaciones, Arafat amenazaba vanamente en 1999 con proclamar ese Estado al cabo del periodo transicional previsto en los acuerdos de Oslo de 1993; en 2002 el Consejo de Seguridad santificaba idéntico objetivo; y al año siguiente el Cuarteto (EE UU, Rusia, UE y ONU) fijaba con incomprensible optimismo 2005 para hacerlo realidad. Pero el proceso estaba entrampado en unas negociaciones durante las cuales Israel no dejaba de fundar asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este, donde ya residen más de medio millón de colonos. Y la AP exige inútilmente el fin absoluto de la colonización para avenirse a negociar.

El presidente norteamericano Barack Obama pudo hacer creer durante un tiempo que Washington iba a convertirse en honest broker, en lugar de seguir actuando como brazo diplomático de Israel, y en 2010 dijo ante la Asamblea General de la ONU que esperaba que al año siguiente Palestina entrara en la organización, cuando, muy diferentemente, vetaba en el Consejo de Seguridad su ingreso de pleno derecho, de forma que tan solo este año la admisión ha sido posible, pero ante la Asamblea y como Estado observador.

El reconocimiento de la ONU podría afectar positivamente las relaciones entre Hamás, que desde las elecciones de 2006 controla la Franja, y AP-Fatah, que maneja lo que Israel consiente de Cisjordania, porque el clamor popular por la formación de un Gobierno de unidad es ya ensordecedor. Hamás, movimiento nacional-religioso-terrorista, se dio una carta fundacional en 1988 en cuyo artículo 13 adoptaba la yihad, guerra santa, como estrategia para la victoria, pero tras las elecciones de hace seis años se ha producido un ascenso del elemento político-nacionalista en detrimento del religioso-milenarista, y la organización se avino a firmar con Fatah un Documento Nacional de Conciliación, en el que si no renunciaba a la lucha, sí admitía que la AP negociara la paz. Pero mientras no haya una renuncia expresa y verificable del terrorismo, Hamás seguirá siendo un aliado objetivo de la línea dura israelí, que ilustra el primer ministro Benjamín Netanyahu, eternamente retrepado en el sólido argumento de que no se negocia con terroristas. En febrero pasado, las dos fuerzas palestinas llegaron a firmar en Doha, capital de Catar, un plan para la reunificación que debía permitir que se formara un Gobierno interino presidido por Abbas con el mandato de organizar elecciones, que quedó, como suele ocurrir en el mundo árabe, en meras palabras.

El ingreso palestino en la ONU es una batalla más en la guerra diplomática contra la ocupación. Los sucesivos Gobiernos de Jerusalén —incluso de izquierda— aceptarían evacuar parte del 22% no anexionado de la antigua Palestina, pero probablemente tan solo si estuviera acompañado del llamado transfer, la expulsión de millón y pico de palestinos, de nacionalidad israelí, a esa caricatura de Estado. En su eterna pugna ante la opinión internacional y norteamericana, sueñan los palestinos que se pueda un día forzar la retirada de Cisjordania, mientras varios países de la UE leían la cartilla a los respectivos embajadores de Tel Aviv, pero Israel bien sabe torear esa retórica. Y Obama está muy ocupado.

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