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El Gobierno portugués impone una fuerte subida de impuestos para 2013

El Ejecutivo de Passos Coelho entrega el borrador de las cuentas al Parlamento

A. J. B.
El ministro de Finanzas portugués, Vitor Gaspar, llega al Parlamento para entregar el borrador de Presupuestos.
El ministro de Finanzas portugués, Vitor Gaspar, llega al Parlamento para entregar el borrador de Presupuestos.PATRICIA DE MELO MOREIRA (AFP)

Es el presupuesto más difícil, polémico, elaborado y reelaborado de la historia reciente de Portugal. También el más restrictivo, recaudador y proclive al recorte y al ahorro. El Gobierno portugués, presidido por el conservador Pedro Passos Coelho, remitió el lunes a la Asamblea de la República un brutal aumento de impuestos encaminado a sujetar el desbordado déficit público. El objetivo es que este déficit, que acabará en un 6% a finales de este año, baje a un 4,5% en 2013, tal y como acordaron Europa y la troika. Esto, en dinero, se traduce en la necesidad de ahorrar casi 5.000 millones de euros. Y esto, aplicando la lupa a la macroeconomía, se traduce, por ejemplo, en que un matrimonio con tres hijos cuyos cónyuges ganen cada uno 1.500 euros al mes deberán pagar de Impuesto de la Renta el año que viene 7.300 euros, casi 2.000 más que en 2012, según una simulación efectuada ayer por el Jornal de Negócios.

En muchos de los casos, el aumento de impuestos equivaldrá, simplemente, a perder, más o menos, un salario entero. Los desempleados —cada vez más en Portugal, que roza un índice creciente de desempleo cercano al 16%— van a cobrar un 6% menos, según figura en una de las cláusulas de este presupuesto que será recordado durante muchos años. Los pensionistas que ganen más de 1.350 euros también verán recortado lo que perciben al mes.

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Hubo bocetos, filtraciones, pasos adelante y pasos atrás, maratonianas reuniones del Consejo de Ministros de más de 15 horas y reuniones pactadas hasta hoy mismo, poco antes de la hora límite en que el Gobierno debía entregar el presupuesto a la Asamblea de la República. Para algunos, esto daba cuenta del ambiente de improvisación y nerviosismo del Gobierno. Para otros, era una señal de que a la postre, dadas las críticas recibidas en los últimos días, Passos Coelho recularía, al menos en parte. Al fin, el ministro de Finanzas, Vítor Gaspar, en una esperada conferencia de prensa, ofreció la versión definitiva del documento y acabó con las esperanzas de quien había pensado que, a última hora, se aliviaría la tenaza fiscal que se cernía sobre el país. Passos Coelho, cada vez más frágil en las encuestas, no renuncia, pues, a su divisa fundamental, cada vez más criticada dentro y fuera del país: la política de recortes y de la austeridad, la firmeza ante los compromisos firmados con la troika y la obsesión en cumplir lo prometido sea cual sea la coyuntura económica o los maremotos financieros. Gaspar fue claro al respecto. Admitió que, en este momento, es normal que haya incertezas y recelos ante esta política pero añadió que el Gobierno va a continuar en la misma línea.

Llamar “incertezas y recelos” a lo que le cae en estos días al Gobierno portugués es un eufemismo, cuando no una ironía. A las protestas callejeras y los constantes ataques en la prensa a base de explosivos editoriales en los que se reniega de esta austeridad a todo trapo, se suman las opiniones de personalidades relevantes de la sociedad lusa que, una tras otra, desfilan por televisión sumándose a la crítica general. El último fue el expresidente de la República Jorge Sampaio, del Partido Socialista portugués (PS), que en una entrevista reciente aseguró: “Ya todo el mundo sabe que esto no funciona. Esta austeridad va a reventar el país, va a reventar la esperanza de la gente y va acabar por reventar la democracia en Portugal”.

El mismo presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, del mismo partido que Passos Coelho, ha colgado un comentario cargado de intención en su página de Facebook en el que asegura: “No es justo pedir el cumplimiento del déficit cueste lo que cueste”. Eso sí: tanto la izquierda como algunos de los comentadores de su página le piden a Cavaco Silva que se olvide de dar consejitos en la distancia, se deje de “desahogos en Internet” y proceda y actúe como presidente dentro de su potestad. Entre sus atribuciones se cuenta, entre otras, la de promulgar o no, precisamente, el presupuesto.

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Desde la izquierda se le pide al Gobierno insistentemente que renegocie los plazos de la deuda soberana porque solo los intereses se comen, de largo, todo el ahorro y los recortes efectuados a la población. O si no, que modifique el plazo del déficit a fin de gozar de más espacio. En una palabra: que se despoje del corsé económico confeccionado por la troika y asumido gozosamente por Passos Coelho. Sampaio fue gráfico al exigirlo: “Necesitamos más tiempo para poder tomar aire y respirar”.

Pero el imperturbable ministro de Finanzas Gaspar fue también muy claro al asegurar que la línea trazada por este Ejecutivo no se va a desviar ni un milímetro. “Retroceder ahora sería incomprensible, no es una opción buena. Y no pagar tampoco lo es. Pedir más tiempo sería un alivio momentáneo que no serviría”.

El responsable de las cuentas públicas portuguesas, simplemente, justificó este presupuesto de hierro en una frase, a su juicio, definitiva: “Este presupuesto es el resultado de no tener margen de maniobra”. Y recordó que en noviembre y en febrero visitarán Lisboa los representantes de la troika para comprobar el estado de la economía portuguesa y acordar, si procede, la transferencia del tramo correspondiente del macropréstamo concedido hace un año y medio para evitar que el país acabara en la bancarrota. Es decir: el Gobierno, según él, juega el partido con las manos atadas.

Mientras, las protestas callejeras se suceden en un pulso ininterrumpido con el poder: el sábado hubo dos grandes manifestaciones en Lisboa. Ayer se organizó otra frente al Parlamento portugués. Y va a seguir: el sindicato CGTP ya ha convocado una movilización a finales de octubre y una huelga general en noviembre.

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Sobre la firma

A. J. B.
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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