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GUERRA CIVIL EN SIRIA

El Golán teme la caída de El Asad

Los drusos del norte de Israel defienden al régimen de Damasco y recelan del dominio de la oposición suní

Ana Carbajosa
Unos niños drusos subidos en un tanque en la región de Bukata, en los Altos del Golán.
Unos niños drusos subidos en un tanque en la región de Bukata, en los Altos del Golán.ATEF SAFADI (EFE)

Los hombres calientan las brasas para asar el cordero recién sacrificado. Las mujeres preparan la ensalada en otra sala del santuario druso de Al Yafuiri. Banderas sirias y un enorme retrato del presidente sirio Bachar el Asad engalanan el edificio. Todo está listo para recibir a uno de los héroes de los altos del Golán. Yusuf Shams acaba de salir de una prisión israelí, donde ha pasado cinco años encerrado, acusado de cooperar con el régimen sirio en contra de Israel. “Por supuesto que apoyamos a la madre patria [Siria], incluidos sus líderes”, explica Ibtihal, la mujer del preso, vestida de negro y con pañuelo blanco en la cabeza, como manda la tradición drusa.

Aquí, en el Golán ocupado por Israel en 1967, todos se sienten sirios y la mayoría apoya al régimen de Damasco. El mismo régimen dictatorial que buena parte del mundo desprecia y considera autor de sangrientas matanzas, cometidas en su desesperado esfuerzo por sobrevivir a una revuelta popular y después armada, que dura ya 16 meses.

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Escuchar hablar a los habitantes del Golán es casi como colarse en un despacho oficial en Damasco. La misma retórica, los mismos argumentos, las mismas justificaciones. Con una particularidad: los drusos, como otras minorías sirias temen una victoria de la oposición, mayoritariamente suní. Temen que con los rebeldes venga el extremismo religioso y de paso la desgracia para una comunidad bien avenida con el régimen alauí. La causa palestina y la ocupación israelí son, junto a la nostalgia de la Siria que conocieron hace años, el resto de ingredientes de un cóctel de marcado sabor oficialista.

“Esta es una guerra lanzada por Occidente [Israel, EE UU junto con Arabia Saudí, Turquía y Catar]. Siria es el último país que resiste en contra de Israel y por eso quieren acabar con la unidad del pueblo sirio”, piensa Bushur el Makt, de 47 años y 24 de los cuales ha pasado entre rejas “por luchar atacando patrullas y bases militares israelíes”. En prisión formó parte de la llamada facción siria secreta. Fuera, en libertad desde hace dos años, defiende a capa y espada al régimen de El Asad. “Es mentira que la shabiha [las milicias progubernamentales] esté asesinando. Son ataques terroristas, de los salafistas, de Al Qaeda y de enviados del Mossad”, sostiene este hombre, que cuando se le pregunta qué ha hecho Damasco para apoyar al pueblo palestino y poner fin a al ocupación en las últimas décadas, responde que el Gobierno sirio “trabaja duro para liberar el Golán”.

Los 20.000 vecinos del Golán ocupado mantienen estrechos lazos con Siria. Las familias han quedado partidas por una valla y una frontera que el Ejército israelí refuerza ahora a marchas forzadas ante el temor de ataques de un régimen en fase de desesperación. Las relaciones y las lealtades han sobrevivido a décadas de separación física. Muchos jóvenes drusos todavía prefieren estudiar en las universidades sirias. Allí se enamoran y se casan antes de regresar a este vergel montañoso tapizado de frutales.

“Esto no es una primavera árabe. Esto es un invierno, en el que el plan es acabar con todos los que luchan contra Israel”, estima Farhan Safadi, sentado en una de las mesas de merendero en las que se va a homenajear al liberado. Su hija se marchó a Siria hace 15 años y desde entonces Israel sólo le ha permitido venir una vez de visita. Su hijo estudia medicina en la universidad de Damasco. Como muchos habitantes de Majdl Shams, Safadi se comunica con los suyos a través de Skype. “Mi hijo me dice que todo está muy tranquilo en Siria. Que la situación es pacífica”, explica sin el más mínimo atisbo de rubor.

Unos cientos de metros más allá se encuentra la línea fronteriza. Una valla separa a las familias de uno y otro lado del llamado valle de los gritos; el medio de comunicación de la era preskype. Una torreta militar israelí y una siria, enfrentadas y separadas por escasos metros se vigilan a cara de perro. Damasco queda a 65 kilómetros.

A la entrada de Majdl Shams, la principal localidad del Golán, una pintada pide “parar el asesinato de sirios”. Es obra de los opositores, que aunque en minoría, también los hay en los pueblos drusos. Son sobre todo jóvenes, laicos y viven desprovistos de la herencia nostálgica de sus mayores. Han nacido y crecido en lo que hoy es territorio israelí y aunque se dicen sirios, se niegan a equiparar su patria con un régimen que aborrecen.

Los viernes salen a manifestarse como lo hacen en las ciudades sirias, lo que ha provocado choques con los defensores del régimen. En algunas familias también empieza a haber fracturas, aunque hay clanes marcadamente disidentes. Shefaa Abu Jabal, una joven elocuente explica que la semana pasada un hombre se presentó en casa de su familia con un bate de béisbol y les amenazó con matarles por “traidores”. “Dicen que nos financian desde el extranjero y envían una lista con nuestros nombres a la mujabarat siria [la policía secreta] en Damasco”, explica en una moderna cafetería de Majdl Shams. La joven, escotadísima, termina con una opinión poco frecuente por estas tierras. “Aquí mucha gente tiene miedo de que los suníes, los Hermanos Musulmanes lleguen al poder y se venguen. De matanzas como la de Hama [en 1982]. Pero yo creo que es mejor dejarles gobernar. Que se desgasten en el poder ellos solos”.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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