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Columna
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Bomberos, arquitectos y pirómanos

La crisis ha demostrado que el euro tiene un problema de diseño

Monitor informativo en la bolsa de Madrid.
Monitor informativo en la bolsa de Madrid.EFE

Esta crisis es un juego a tres bandas entre bomberos, arquitectos y pirómanos. El objetivo de los bomberos es apagar las llamas, evitar el contagio y llevar el barco a puerto, todo ello sin preocuparse mucho de qué aspecto tendrá el edificio una vez concluida la crisis ni de qué pensaran los inquilinos que lo habitan. A la hora de adoptar una solución, los bomberos se guían por la efectividad: ¿taponará la brecha? ¿servirá de cortafuegos? ¿salvará vidas? Un bombero tiene que saber trabajar bajo presión y, en lugar de lamentarse por la falta de instrumentos o planes de contingencia, saber improvisar una solución recurriendo a lo primero que tenga mano. A los bomberos no les importa construir una explicación, rendir cuentas ni como se dice hoy, construir un relato. Su relato son los hechos: había un problema y se ha solucionado.

Los arquitectos, por el contrario, necesitan calcular hasta el último detalle, no dejando nada a la improvisación, que es su peor enemiga. Quieren diseñar sus edificios con tiempo, prever todas las alternativas, saber exactamente qué presupuesto tienen, qué peso soportará, qué función cumplirá y quién lo usará. También quieren planes de emergencia, rutas de evacuación y un programa de mantenimiento con revisiones periódicas. Si algo les aterra es un cliente indeciso, que no sabe lo que quiere ni para qué lo quiere.

Finalmente están los pirómanos. En esta crisis los hay de tres tipos: los desequilibrados que encuentran satisfacción en ver las cosas arder; los que actúan de mala fe esperando obtener un beneficio económico; y los que con su comportamiento negligente provocan los incendios, no hacen nada para detenerlos o impiden las tareas de extinción.

Ahora trasladen esta discusión al ámbito europeo y entenderán dónde estamos atascados desde hace cuatro años. La crisis ha demostrado que el euro tiene un problema de diseño. Se diseñó para el buen tiempo, dejando para más adelante los mecanismos para gobernarlo con mal tiempo. Ahora, aquello parece una imprudencia, pero entonces fue fácil de justificar. La unificación alemana generó las condiciones para crearlo, pero también presionó para botar el euro sin acompañarlo de una unión bancaria o fiscal que garantizara su flotabilidad en caso de tormenta. Sus promotores pensaron, pese a las advertencias de los arquitectos, que el euro crearía las condiciones para su propia sostenibilidad y que, en cualquier caso, los problemas se podrían arreglar posteriormente.

Así pues, el euro no sólo nació con importantes carencias en su diseño sino sin un sistema contra-incendios ni una brigada de bomberos que lo respaldara. Por eso, cuando ha tenido que hacer frente al primer incendio ha sido incapaz de encontrar los mecanismos para contenerlo y evitar su expansión. Tan grave como los errores de diseño ha sido la aparición de los pirómanos: unos porque han retomado ahora la batalla que entonces perdieron para impedir que naciera el euro; otros porque han hecho del hundimiento del euro un fantástico negocio y otros porque están tan ciegos de prejuicios morales que se niegan a prestar los extintores para que los bomberos lo apaguen hasta qué no se dilucide si los inquilinos fueron negligentes, tenían la póliza al corriente de pago o disponen de recursos para pagar los costes de la extinción.

Para salir de la crisis, los arquitectos propone completar el edificio de una vez por todas, y hacerlo bien, con tiempo, sin chapuzas ni improvisaciones. Para que el euro funcione, dice la jefa de arquitectos, Angela Merkel, se requiere una unión política que merezca tal nombre, es decir, un gobierno político y económico de ámbito europeo que goce de capacidad y legitimidad suficiente para gobernar de forma transparente y responsable ante los ciudadanos europeos. Para los bomberos como Mariano Rajoy, el plan es exactamente el inverso: improvisar una herramienta que apague el incendio bancario y fiscal que está a punto de consumir su mandato y desembocar en la intervención completa del país. Si la diseñaran los arquitectos, la unión bancaria que apagaría este fuego tendría mecanismos de supervisión, regulación e intervención europeos y, sobre todo, una garantía de depósitos de ámbito europeo nutrida por los propios bancos. Pero la unión bancaria que proponen los bomberos es, otra vez, incompleta, probablemente no muy eficiente y, sobre todo, estéticamente deplorable. Una inyección de capital a los bancos se parecería más al horrible sarcófago de cemento que cubre el reactor de Chernobyl: no tenía porque estar allí ni tener ese aspecto. Peor aún, esa unión bancaria, además de fea, será política y moralmente cuestionable puesto que significará que unos ciudadanos europeos se harán cargo de las deudas de otros sin que se les haya consultado. Pero servirá su propósito, dicen los bomberos: evitar que el núcleo del euro entre en fusión, afectando a todos. En esto estamos: mientras bomberos y arquitectos andan gritándose, los pirómanos les llevan la delantera.

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