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Columna
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¿Por qué no amaina la crisis?

La crisis sigue porque en Europa no hay quien tenga el poder para contenerla

Moisés Naím

¿Por qué sigue agudizándose y extendiéndose la crisis económica europea? ¿Ignorancia? ¿Demasiado poder concentrado en pocas manos? ¿O será, quizás, todo lo contrario: que los que deben tomar las decisiones necesarias no tienen el poder para hacerlo? Creo que es una diabólica combinación de estos tres factores.

Ignorancia. Está claro que ni entre los Gobiernos ni entre los expertos hay acuerdo acerca de qué hacer. El debate entre los defensores de la austeridad y quienes proponen gastar más para estimular el crecimiento de la economía domina los titulares. A medida que la crisis arrecia, este debate se transforma en un torneo de frases hechas y afirmaciones superficiales. Después de todo, la austeridad no suele ser una opción entre varias. Los pobres no viven austeramente porque, después de pensárselo bien, decidieran que prefieren ser frugales y no manirrotos. Así, para muchos países —y familias— la austeridad es una feroz e ineludible realidad. Por otro lado, imponerle más austeridad a quienes ya no pueden vivir con lo poco que tienen tampoco es una opción válida. En todo caso, el debate sigue y la seguridad con la cual los más renombrados economistas ofrecen sus recomendaciones contrasta con la validez de sus pronósticos e interpretaciones antes y durante la crisis. Andrew Lo, un economista del MIT, acaba de publicar en el prestigioso Journal of Economic Literature una reseña de los 21 libros que más resonancia han tenido en los debates sobre la crisis. Su conclusión: “De este amplio y contradictorio conjunto de interpretaciones no emerge una narrativa única; la gran variedad de conclusiones… enfatiza la desesperada necesidad que tienen los economistas profesionales de ponerse de acuerdo sobre una base de datos común de la cual puedan construir inferencias y narrativas más precisas”.

En otras palabras, si los mejores economistas ni siquiera se pueden poner de acuerdo sobre cuáles son los hechos y datos relevantes para explicar la crisis, no debe sorprendernos que tampoco estén de acuerdo acerca de qué hacer para salir de ella. Pero no se dan por aludidos. Esta crisis ha revelado que la arrogancia intelectual es uno de los riesgos ocupacionales de practicar la economía como profesión.

Mucho poder en pocas manos. Por otro lado, también es obvio que la crisis no es solo económica y que las contradicciones y desacuerdos entre los expertos no bastan para explicar lo que está sucediendo. La política tiene mucho que ver con lo que está pasando, y hablar de política es hablar de poder. Hay protagonistas de este drama que, aunque no tienen el poder para solucionar la crisis, tienen el poder de vetar las iniciativas ajenas que no les convienen y así truncar el juego. La canciller alemana, Angela Merkel, por ejemplo, es uno de estos protagonistas con enorme poder de veto. Alemania podría estimular más su economía y apoyar otras medidas que ayuden al resto de Europa a salir de la crisis. La venta en los mercados mundiales de un bono único emitido por Europa es un buen ejemplo de iniciativas válidas que hasta ahora han sido frenadas por Alemania. Estos eurobonos tendrían la garantía colectiva de todo el continente, lo que disminuiría su prima de riesgo y los pagos que deben hacer los países más atribulados por la crisis —y que más dependen del crédito del extranjero—. Pero en estos tiempos el poder no solo se concentra en algunos países y líderes. Los financieros que tienen la capacidad de mover grandes volúmenes de capital de un país a otro también son protagonistas importantes del drama europeo. Si bien no pueden imponer políticas, sí pueden vetar decisiones o limitar las opciones de los Gobiernos.

Poco poder en muchas manos. Por otro lado, un paradójico y contradictorio aspecto del poder en estos tiempos es su escasez, precariedad y transitoriedad. Aún los más poderosos se encuentran con inmensas limitaciones para ejercer el poder. Y además lo pierden con inusitada frecuencia, siendo reemplazados por rivales, colegas o sorprendentes contendientes que aparecen súbitamente. Angela Merkel no puede hacer todo lo que le gustaría y sus opciones son restringidas por una miríada de micropoderes que, si bien no tienen la fuerza de imponer sus deseos, sí tienen cómo limitar a los más poderosos. Ni siquiera los líderes de las finanzas pueden hoy dormir tranquilos suponiendo que sus cargos e instituciones están a salvo de la turbulencia en la que vivimos. En el mundo de hoy, el poder está muy fragmentado y la crisis europea es la evidencia más clara de esta tendencia. Incluso quienes más poder tienen solo pueden influir sobre su evolución de manera tenue e indirecta. La crisis sigue porque en Europa no hay quien tenga el poder para contenerla. Por ahora.

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