EE UU impulsa en la cumbre de Seúl la lucha global al terrorismo nuclear
Líderes de 50 países debaten la iniciativa contra el contrabando atómico
El día 31 de enero de 2006, el ciudadano ruso Oleg Vladimirovich Khintsagov cruzó la frontera ruso-georgiana para dirigirse hacia Tbilisi, donde pensaba ganar un millón de dólares vendiendo a un comprador turco 100 gramos de su extraordinaria mercancía. Después de la caída de la URSS, Khintsagov, mecánico de formación, empezó a ganarse la vida trapicheando como contrabandista de poca monta con pieles de animales y productos de tercera clase. Pero, esta vez, iba a vender un producto refinadísimo: uranio enriquecido al 89%, el nivel requerido para armar una cabeza nuclear.
Desafortunadamente para Khintsagov y sus tres compinches, el supuesto comprador turco era un agente de las fuerzas de seguridad georgianas, que irrumpieron en el apartamento del barrio en la periferia de Tbilisi donde los contrabandistas se alojaban. En el piso, en una bolsa de plástico, hallaron el material.
El episodio es solo uno de los 16 casos de robo o desaparición de plutonio o uranio enriquecido a nivel apto para usos militares registrados entre 1993 y 2011 en la base de datos del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). En algunos de estos casos, las autoridades han recuperado kilogramos de material, como en 1994 en Praga, cuando se incautaron 2,7 kg de uranio. Con 25 kilogramos, según el OIEA, se puede fabricar una bomba nuclear.
Esta es solo la punta de un iceberg inquietante, en el que incluso criminales ordinarios manejan productos con un potencial destructor terrible. El OIEA tiene registrados 588 casos de robo de otro tipo de material radiactivo, inútil para montar una bomba atómica, pero también muy peligroso una vez disparado con una explosión convencional. Considerando la reticencia de muchos Estados a denunciar las pérdidas de material radiactivo, en ambas categorías el número real debe de ser preocupantemente superior al notificado al OIEA. Tanto, que este lunes y martes medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno tienen previsto reunirse en Seúl para celebrar la segunda cumbre global sobre seguridad nuclear, un proyecto impulsado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. 53 países y 4 organizaciones internacionales tienen previsto participar. La primera reunión fue celebrada en Washington, en 2010.
Mientras los programas nucleares de Irán y Corea del Norte acaparran desde hace años la atención mundial, el contrabando de material fisil sigue siendo una amenaza real. Los servicios de inteligencia de varios países ya han detectado en el pasado el interés de grupos terroristas en obtener ese material. Ocho países se declaran posesores de armas nucleares. Más de treinta poseen cantidades relevantes de plutonio o uranio enriquecido a alto nivel. Cientos de instalaciones repartidas en todo el mundo almacenan materiales peligrosos. Y no todas tienen estándares de seguridad tranquilizantes.
Los cables de la Embajada estadounidense en Islamabad filtrados por WikiLeaks, por ejemplo, describen de manera escalofriante la fragilidad del control sobre el personal implicado en el programa nuclear paquistaní y para evitar que sujetos con simpatías radicales tengan acceso a las instalaciones. La inquietud de los estadounidenses ante semejantes riesgos es de tal magnitud que el presidente Obama hizo de este asunto una prioridad estratégica.
“Estas reuniones tienen el mérito de elevar la concienciación sobre estos riesgos y la presión política para que se refuercen los mecanismos de control”, comenta en conversación telefónica desde París Luis Echávarri, director de la agencia nuclear de la OCDE.
La situación actual muestra algunas mejoras con respecto al pasado. Por un lado, ha habido claros avances en el espacio postsoviético. Después del descontrol absoluto de los años noventa —fuente de la mayor parte del contrabando detectado hasta ahora— muchos países de la zona han paulatinamente puesto orden. Aun así, el goteo de casos continúa, y el pasado verano la policía moldava bloqueó una venta de uranio en Chisinau, probablemente de material robado años antes.
Por otra parte, la cumbre de Washington dio un impulso positivo. Un estudio publicado por la Arms Control Association y la Partnership for Global Security calcula que un 80% de los compromisos adquiridos por los Estados en esa reunión ha sido cumplido.
Sin embargo, Michelle Cann, coautora del estudio, alerta en una conversación telefónica desde Washington de que “solo se han dado pequeños pasos”. Cann explica que los compromisos son decisiones unilaterales de los gobiernos, y se trata en gran parte de medidas que ya estaban en marcha antes de la cumbre, y que cubren una parte reducida del abanico de acciones que habría que emprender.
Cann no es optimista acerca del resultado de la reunión de Seúl. “Desafortunadamente, no creo que se aprobarán medidas internacionales vinculantes. Los países son muy reacios a aceptarlas”, dice.
Jasper Pandza, investigador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres y coautor de otro reciente estudio sobre la materia, coincide con las preocupaciones de Cann. En un intercambio de correos electrónicos desde Seúl, Pandza considera “improbable” que los Estados acepten incrementar los poderes de vigilancia del OIEA o que se sometan a estándares internacionales vinculantes. Así, todo depende de la voluntad y capacidad de cada Estado.
“La buena noticia es que en los últimos años no se han detectado muchos intentos de contrabando de material apto para armar bombas”, observa Pandza. “Pero no hay que perder de vista el riesgo de terrorismo radiológico [las llamadas bombas sucias, que unen explosivo convencional a material radiactivo]. Este no produciría una nube de hongo atómica, pero sí un enorme impacto en términos de contaminación y pánico colectivo”.
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