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La batalla del déficit marca el declive del liderazgo de Estados Unidos

La ruptura de la negociación evidencia la incapacidad de la clase política

Antonio Caño

Los doce congresistas que en la noche del lunes comunicaron su fracaso en llegar a un acuerdo para la reducción pactada del déficit nacional firmaron también un nuevo capítulo del acta de defunción del liderazgo de Estados Unidos. Su impotencia no es más que la confesión de la propia impotencia de este país de actuar como faro universal en el momento en que más se le necesita.

Pocas veces a lo largo de la historia el mundo ha requerido con tanta urgencia de un líder robusto y confiable que le saque de este tiempo de zozobra e incertidumbre. La ausencia de una consistente dirección política en Europa y la proliferación de liderazgos regionales que aportan tantos elementos de innovación como de inquietud y dispersión, son argumentos sobre la necesidad de un punto de referencia en Occidente en torno al que construir esta nueva época. Su vitalidad tecnológica y su fuerza militar hacen pensar que EE UU es el llamado a serlo. Pero su clase política, sumida en la misma mediocridad que domina en otros países, se confiesa incapaz de responder a ese desafío.

La última prueba es la ruptura de la negociación sobre el déficit. La trascendencia de ese fracaso no tiene tanto que ver con sus consecuencias económicas y políticas, aún siendo éstas muy importantes, sino con el mensaje que se proyecta de que, como en cualquier otra nación de más modestas miras, los intereses políticos inmediatos, la lucha ideológica y el miedo a las reformas profundas prevalecen aquí sobre la visión ambiciosa y cosmopolita que le corresponde a un líder. Demócratas y republicanos están pensando en cómo salvar la cabeza en 2012, no en la crisis europea ni en la competencia con China.

El supercomité parlamentario se había constituido este verano con un gran propósito: reducir de forma significativa el déficit y la deuda norteamericana para despejar así la principal amenaza que se cierne sobre el futuro de esta economía. De haberlo conseguido, se habría transmitido al mundo entero una gran sensación de alivio. La solidez de la economía norteamericana está garantizada y con ello, en algún momento, también lo estará la nuestra, podrían haber pensado millones de ciudadanos europeos, además de inversores y empresarios.

Pero conseguir eso exigía grandes sacrificios. Era necesario reordenar todo el sistema. Había que reformar la Seguridad Social, el Medicare y el Medicaid, los principales programas sociales del país y los principales causantes del déficit. Y era necesario también elevar los impuestos hasta un nivel acorde con las necesidades reales, no con las fantasías neoliberales heredadas de George Bush. Son sacrificios que solo están a la altura de políticos que sean capaces de arriesgar su carrera para situar a su nación en la senda precisa para asegurar su supervivencia. EE UU carece hoy de esos políticos y el resultado es el fracaso que se formalizó el lunes. Algunas consecuencias son inmediatas. Los Bolsa ha llegado ya al nivel de pérdidas en el año. EE UU puede ver rebajada de nuevo la calificación de su deuda. A partir de 2013 habrá que recortar 600.000 millones de dólares de forma indiscriminada de todas las agencias del Gobierno. En esa misma fecha, habrá que descontar una cantidad similar del presupuesto del Pentágono, lo que obligará a eliminar programas de armamento, cerrar bases y retirar fuerzas militares que, en última instancia, equivale a reducir el poder militar norteamericano.

Pero lo más grave del fracaso del supercomité no es eso. Lo más grave es que la solución de los problemas de fondo de la economía norteamericana —su déficit y su dependencia financiera de China— se posterga y EE UU deja paulatinamente de ser, como fue durante todo el siglo pasado, el aliado fiable que nos saca de los apuros.

Este fracaso es la confirmación de otros fracasos también, entre ellos el de la misión reformadora de Barack Obama. Ya todo se aplaza hasta las próximas elecciones. Ya todos tienen la mente en noviembre de 2012. Una encuesta de Quinnipiac afirma que un 44% de los estadounidenses culpa a los republicanos de lo ocurrido, frente a un 38% que responsabiliza a los demócratas. Parece una justa interpretación del obstruccionismo practicado por la oposición durante meses. Pero es un triste consuelo para los demócratas, que tampoco han tenido el valor para liderar con la voluntad transformadora que los tiempos exigen.

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