Escaso paro y repunte económico avalan las recetas de Alemania
Los alemanes apuestan por la UE, pese a considerarse los paganos de la crisis
¿Qué quiere decir Angela Merkel cuando repite que “si fracasa el euro, fracasará Europa”? Según se condensan los nubarrones en el horizonte europeo, la letanía de la canciller va pareciéndose cada vez más a un augurio: Europa fracasará porque el euro está a punto de fracasar. Con los intereses exigidos a España e Italia trepando a niveles de rescate, la canciller insiste en lo que denomina “solución política”: reforma de los Tratados europeos para pactar sanciones más estrictas a los que no cumplan los criterios de estabilidad, cesión a las instituciones europeas de “derechos de intervención” limitados en las políticas fiscales de los socios. Es el “avance en la integración europea” que, dice, será capaz de convencer a los mercados. “Más Europa”, pero nada de bazucas del Banco Central Europeo. Aquellos que piensan que el BCE podría resolver la crisis de la deuda comprando bonos a gran escala “se equivocan”. Tampoco quiere que los 17 emitan deuda conjunta. Esta es su “firme convicción”. El otro día dijo que “increíblemente firme”.
Jens Weidmann fue el asesor financiero de Merkel hasta que ella lo premió con la dirección del Bundesbank. Todo en él, desde el aspecto hasta el trato, es la encarnación del tecnócrata alemán. Sus posiciones en el Bundesbank y en el Consejo de Gobierno del BCE no han cambiado un ápice desde que se convirtió en el sustituto de emergencia de su predecesor, Axel Weber: ortodoxia monetaria y estabilidad por encima de todo. La tesis de Weidmann es la misma que defiende Merkel.
John Kornblum, antiguo embajador de EE UU en Alemania y gran conocedor del país desde hace 50 años, no cree que esto desvele una “erosión de los sentimientos alemanes respecto a Europa”. Lo que ha cambiado es “la manera de entender la futura integración”. Los éxitos económicos de la Alemania reciente, que no ha sufrido la explosión de una burbuja inmobiliaria equiparable a la española o la estadounidense, afianzan la pretensión de que “el resto de Europa piense y actúe como los alemanes” en asuntos financieros y económicos. Puede percibirse como arrogancia, pero aquí la ven corroborada por el escaso desempleo y el espectacular repunte económico de los dos últimos años.
Kornblum habla sin apenas acento estadounidense cuando recuerda los viejos traumas del país: hiperinflación, desorden, fascismo. “La opinión mayoritaria, basada en esta experiencia, es que no se puede gastar más de lo que se ingresa”. El euro se construyó sobre un fundamento de estabilidad acorde a las tradiciones del Bundesbank. No es nada nuevo. Kornblum ha tratado mucho a Helmut Kohl, canciller de Alemania entre 1982 y 1998. Cree que el viejo canciller “habría escuchado más a los socios europeos en las horas difíciles” de la crisis. Eran “otros tiempos”, claro, con otras recetas. Pero recuerda que Alemania tenía “otra sensibilidad” para los asuntos europeos.
La sensibilidad es un asunto complejo. Merkel ha pagado un precio político por los desembolsos, los riesgos y los temores de la crisis. El centroderecha ha encajado un revés tras otro en las elecciones regionales de estos dos años. Pero la cumbre del mes pasado en Bruselas fue un punto de inflexión para la valoración alemana de la líder democristiana. Merkel está recuperando parte de la confianza perdida entre sus votantes. La prensa conservadora, con el populista Bild a la vanguardia, celebra a la canciller y defiende la línea dura. Un titular destacado festejaba que “Europa habla alemán”. Responde al extendido sentimiento alemán de ser los paganos del continente.
En menor medida cunde también el sentimiento contrario. Ulrike Guérot, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, decía este fin de semana a Reuters que la actual dureza alemana “será un tiro por la culata de aquí a dos o tres años”. A Alemania le beneficia el actual estado de cosas, porque se endeuda casi gratis gracias a la misma desconfianza que obliga a sus socios a pagar intereses draconianos en sus bonos. Para Guérot, la factura llegará cuando los socios “dejen de comprarnos coches de lujo y de darnos la bienvenida en sus playas”. Ha asegurado Guérot que la actual crisis revela un vacío político en las estructuras europeas. Hasta ahora, la primera economía del euro ha tirado de sus socios evitando el descalabro definitivo. Pero el enfriamiento económico en la propia Alemania (inducido por la misma crisis de la deuda) podría dar el golpe de gracia al euro y a la misma Unión. No es lo que quieren los alemanes.
En el instituto demoscópico Forsa, uno de los principales del país, no detectan que la crisis haya cambiado el sentimiento europeísta de la población. Su jefe, Manfred Güllner, considera que “el apoyo al proceso de unidad europea es el mismo de siempre”.
Pero tampoco ha cambiado otra tradición, que es la desconfianza en el euro. ¿Cómo se explica, entonces, que los grandes partidos proeuropeos CDU (democristianos) y SPD (socialdemócratas) conformen todos los gobiernos? Para Güllner, la nostalgia del marco “no es lo suficientemente importante” para determinar unas elecciones. En cambio, lo es el temor a perder los ahorros. Pocos creen que el Gobierno se arriesgue a la amenaza que el hundimiento de Italia supondría para la banca alemana y para los ahorros de sus ciudadanos.
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