El lobo griego
Papandreu ha demostrado que existen límites políticos a la gestión económica de la crisis
El primer ministro griego, Yorgos Papandreu, puso fin ayer a una de las más convulsas semanas que haya vivido el país desde el inicio de la crisis. Tras suscribir en el Consejo Europeo los principios que se aplicarían en la eurozona para resolver las tensiones sobre las deudas soberanas, Papandreu anunció por sorpresa la convocatoria de un referéndum para que los griegos decidieran sobre el rescate de su economía. Fue una iniciativa suicida y a la vez desesperada, con la que Papandreu trataba de compatibilizar la imperiosa necesidad de obtener los fondos europeos con la de aliviar el acoso político y social al que internamente estaba siendo sometido su Gobierno.
De haber prosperado los planes de Papandreu, el Consejo Europeo habría perdido su razón de ser. Cualquier dirigente de un Estado miembro podría desdecirse de los compromisos adquiridos por la vía de convocar una consulta de regreso a su capital. La eventualidad de un resultado negativo en el referéndum con el que amagó Papandreu habría puesto en peligro la continuidad de Grecia en el euro y en la Unión, e incluso la viabilidad de la moneda única. Demasiado riesgo para los escasos beneficios esperados.
El gesto de Papandreu ha puesto de manifiesto, con todo, problemas que la Unión y los países de la eurozona no pueden seguir soslayando. La creciente adopción de medidas unilaterales por parte de Alemania y Francia está alimentando un cuestionamiento interno de los Gobiernos que tienen que aplicarlas. De manera sin duda equivocada, Yorgos Papandreu ha venido a expresar una realidad digna de ser tenida en cuenta: que existen límites políticos a la gestión económica de la crisis. La respuesta no puede ser obviarlos, como parecen dar a entender Merkel y Sarkozy, sino integrarlos como parte de la reflexión sobre el camino a seguir.
El nuevo Gobierno griego será de unidad nacional y, en principio, reunirá a un elevado número de tecnócratas. Papandreu no estará en él y hoy mismo podría ser sustituido por un nuevo primer ministro, evitando de esta manera una nueva celebración de elecciones que no ahorraría al nuevo Ejecutivo quedar atrapado en la tenaza que representan las exigencias europeas, por un lado, y la resistencia de la oposición parlamentaria y la calle, por el otro. La paradoja es que, aunque Papandreu se haya visto obligado a dimitir, su sucesor podría gozar de mayor margen político que él, al menos en el frente interno. Y eso porque, voluntaria o involuntariamente, Papandreu habría mostrado las orejas del lobo griego tanto a los restantes miembros de la eurozona como a sus propios ciudadanos.
Es difícil anticipar la evolución de los acontecimientos en un país no solo azotado por la crisis económica, sino política y socialmente desarbolado. La solución que parece abrirse paso no sería de las peores, aunque persista la inestabilidad que afecta a la totalidad de Europa.
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