Divididos e irrelevantes
Once a favor, 11 abstenciones y cinco en contra. Este es el resumen del impresionante trabajo diplomático hecho por los 27 Gobiernos de la UE para coordinar su posición a la hora de votar este lunes sobre la admisión de Palestina en la Unesco. Los detalles sobre cómo votaron no hacen sino empeorar las cosas. Los dos miembros de la UE con asiento permanente en el Consejo de Seguridad votaron distinto (Reino Unido se abstuvo y Francia votó a favor). Alemania (el otro eterno aspirante al Consejo de Seguridad) votó en contra. Y como Italia se sumó a Reino Unido y España a Francia, ni siquiera los cinco grandes se pusieron de acuerdo, como tampoco lo hicieron los países de la ribera mediterránea. Este es el mapa de Europa que queda: los alemanes arrastraron en su negativa a checos, holandeses, lituanos y suecos; los franceses se llevaron a austriacos, belgas, chipriotas, fineses, griegos, irlandeses, luxemburgueses, malteses, eslovenos y españoles; y los británicos a búlgaros, daneses, estonios, húngaros, italianos, lituanos, polacos, portugueses, rumanos y eslovacos. Todo ese ridículo para nada, pues la votación se resolvió abrumadoramente a favor de Palestina (107 votos a favor, 14 en contra y 52 abstenciones). Los europeos se mostraron, además de desunidos, irrelevantes.
En esa votación van, comprimidos, los 10 años de negociaciones para redactar y ratificar el Tratado de Lisboa, cuyo principal objetivo era que la UE hablara y actuara con una sola voz en la escena internacional. Ahí van también los dos años empleados en crear el Servicio de Acción Exterior Europeo, que supuestamente iba a permitirnos actuar coordinadamente e integrar la acción exterior de los Estados miembros, la Comisión Europea y el Consejo de la Unión. Y ahí va también la política europea hacia el conflicto palestino-israelí, que no parece haber avanzado gran cosa desde que reunidos en Venecia en 1980 los miembros de la (entonces) Comunidad mostraran su apoyo a una solución basada en dos Estados (siempre está, parece ser, que la solución fuera meramente teórica y no tuviera viso alguno de materializarse en condiciones distintas a las bendecidas por Israel y Estados Unidos).
La diplomacia europea es una barra libre donde cada uno se sirve lo que quiere y se va sin pagar
Se dirá, como viene siendo el caso, que la culpa no es de lady Ashton, la invisible alta representante de la UE para la política exterior. Se dirá que ella es solo un síntoma del rechazo de los Estados de la UE a poner en común su política exterior, y que su debilidad es solo una consecuencia, no una causa. Y seguro que hay gran parte de verdad en ello. Pero resulta difícil imaginarse con qué cara se mira uno al espejo y se marcha a trabajar al día siguiente en nombre de Europa después de una votación donde se ha hecho tal ridículo internacional. Que nadie haya pedido su dimisión no debiera ser un motivo de satisfacción para la Alta Representante: o bien se está asumiendo la responsabilidad por el resultado o bien se está lanzando el mensaje de que esta forma de ridículo e irrelevancia es algo que entra dentro del rango de lo esperable.
Hay que recordar que los 27 Estados europeos mantienen abiertas más de 3.200 embajadas y consulados, emplean a más de 110.000 personas en sus servicios diplomáticos, son los mayores contribuyentes financieros a Naciones Unidas y se reúnen al menos 1.000 veces año para coordinar su posición en los organismos internacionales. Europa es, además, el primer socio comercial de Israel (y también de Estados Unidos). Todo ello para nada, porque la política exterior europea se ha convertido en una barra libre donde cada uno se sirve lo que quiere y luego se marcha a casa sin pagar la factura. Cinco por aquí que bloquean el reconocimiento de Kosovo, cinco por allí que bloquean la apertura a Cuba y otros cinco que bloquean el reconocimiento de Palestina. Por eso, cuando el Gobierno israelí decide castigar a los palestinos reanudando los asentamientos y confiscando sus derechos de aduana, y lo hace solo como represalia por ejercer un derecho como es el de solicitar su admisión en una organización internacional, y ganársela legal, legítima y democráticamente, los europeos tienen que mirar hacia otro lado como si la cosa no fuera con ellos. Eso sí, de vuelta a casa, los Estados miembros estarán indudablemente satisfechos por haber ejercido su soberanía nacional sin cortapisas ni limitaciones de ningún tipo. Al parecer, ser irrelevante puede ser origen de grandes satisfacciones.
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