EE UU persiste en negociar con la red afgana de insurgentes Haqqani
El Pentágono considera a esta organización su enemigo número uno
El Ejército estadounidense les considera su peor enemigo en Afganistán. Pero la diplomacia no está muy segura de ello. Ayer, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo que EE UU aún considera la posibilidad de sentar a la mesa de negociaciones de paz en Afganistán al clan Haqqani, una violenta red de insurgentes que opera desde Pakistán, que el pasado 13 de septiembre atacó con explosivos la embajada estadounidense en Kabul.
“Consideramos a los Haqqani y a otros grupos afines a ellos como adversarios muy peligrosos para los estadounidenses, para los afganos y para los miembros de la coalición en Afganistán, pero no estamos cerrando la puerta a determinar si hay algún nuevo camino a seguir", afirmó Clinton en una entrevista a Reuters. “Es demasiado pronto para saber si a esos grupos o individuos se les puede tomar en serio”.
Los Haqqani han efectuado los ataques indiscriminados más sangrientos de los 10 años de guerra. Y aun así, el departamento de Estado ha demorado todo lo posible el incluirles en su lista oficial de organizaciones terroristas. Les considera, en realidad, imprescindibles para apuntalar a un naciente Gobierno democrático. El pasado 10 de septiembre atacaron una base militar en la provincia de Wardak, hiriendo a casi 80 soldados de EE UU.
El enemigo número uno
El mes pasado, el que entonces era jefe del Estado Mayor Conjunto, el almirante Mike Mullen, los acusó de ser el mayor impedimento para la paz en Afganistán. “La historia nos ha enseñado que es difícil derrotar a la insurgencia cuando tiene un refugio al otro lado de las fronteras”, dijo. “Los Haqqani dificultan nuestros esfuerzos para mejorar la seguridad en Afganistán”. El general Daniel Allyn, comandante de la Primera Fuerza Aliada en Afganistán, localizada en la base de Bagram, ha ido más lejos, al calificarles de “enemigo número uno” del Ejército de EE UU.
Los Haqqani son maestros en la técnica del atentado suicida, en esconder explosivos bajo turbantes y burkas. Fuentes del Congreso norteamericano dan por hecho que los últimos ataques perpetrados contra Kabul son obra de ese clan. Se les responsabiliza de la muerte de 16 civiles en el atentado contra la embajada de EE UU del mes pasado; del ataque contra el hotel Intercontinental en junio, con 12 víctimas, y de las explosiones en un banco, en febrero, que acabaron con la vida de 40 personas.
El clan cuenta con dos grandes grupos operativos. El principal es la Red de Ataque Nacional, cuyo único objetivo es atentar contra el gobierno afincado en Kabul, para desestabilizarlo. El otro, la Red P2K, controla las provincias fronterizas de Paktia, Paktika y Khost, bastiones de los Haqqani y coladero de insurgentes desde Pakistán.
El fundador del clan, el muyahidín Jalaluddin Haqqani (nacido en 1935) fue hace décadas un aliado de Washington. En la larga invasión soviética de Afganistán recibió remesas enteras de material de ataque de la CIA, como misiles tierra-aire Stinger y morteros de calibre de 120-mm de fabricación española. En los años 80 llegó a visitar a Ronald Reagan aquí en Washington. El congresista Charlie Wilson, que convenció al Capitolio para que financiara a los muyahidines dentro del juego de estrategia general de la Guerra Fría, calificó a Haqqani como “la bondad personificada”.
Durante la invasión norteamericana de 2001, Haqqani ayudó a Bin Laden a escapar a Pakistán. Entonces, además, asumió el puesto de comandante militar talibán. Puso al servicio de estos una red de decenas de madrasas a ambos lados de la frontera; miles de adeptos guerreros, llegados de Uzbekistán, Chechenia y Turquía, entre otros países, y, sobre todo, armamento y maletas llenas de dinero recibidas por los servicios secretos paquistaníes.
Fuera de las listas de terroristas
A pesar de ese largo historial violento, ni Jalauddin, ni su hijo Sirajuddin, que dirige ahora la red, están en la lista oficial de terroristas de la diplomacia de EE UU, que impondría duras sanciones económicas sobre ellos. Sólo después de los recientes ataques a Kabul, entre ellos el perpetrado contra la embajada norteamericana, diversos miembros del Congreso han exigido al departamento de Estado que incluya en ella a los Haqqani.
Si Barack Obama sigue adelante con su calendario y ordena el repliegue definitivo de las fuerzas norteamericanas para 2014, la única opción que le quedará será atraer a esos insurgentes a la mesa de negociaciones, junto a los talibanes, para no dejar el campo sembrado para otra guerra civil. Mientras, resuenan aquí en la capital de EE UU las palabras de advertencia de Jalaluddin en un vídeo difundido en 2008: “Ésta no es una batalla apresurada, es una batalla de paciencia.
Si un animal fuerte lucha contra un animal pequeño y débil, el animal grande corre el riesgo de emplear todo su potencial no contra el enemigo, sino contra sí mismo”.
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