Los golpes bajos entre los candidatos marcan la recta final de las elecciones presidenciales en Ucrania
El presidente, Víctor Yúshenko, aprovecha el cierre de su campaña en un programa de televisión para acusar a la primera ministra y aspirante a la presidencia, Yulia Timoshenko, de evasión de divisas
El presidente de Ucrania, Víctor Yúshenko, acudió el viernes al programa televisivo donde culminaba su campaña para los comicios presidenciales de mañana con un folio en el que -a lápiz y retocados con rotulador- tenía la lista de los supuestos delitos de evasión de divisas de la primera ministra Yulia Timoshenko. Anotados con letra pequeña, figuraban cuatro episodios con diversas cantidades, en dólares y en grivnias (la moneda ucraniana), y varias fechas, 1995, 2001 y 2004. De repente, el debate televisivo dirigido por el veterano periodista Savik Shuster en el canal Ucrania se convirtió en un magnífico escenario para reflexionar sobre la degradación de las relaciones de los líderes de la Revolución Naranja de 2004.
Antes de que Yúshenko pudiera someterse a las preguntas de los periodistas, entre ellos esta corresponsal, dos diputados, uno del bloque de Yulia Timoshenko y otro de Nuestra Ucrania, se enzarzaron en una pelea e hicieron peligrar la cita con el jefe del Estado. Este compite para renovar su mandato con otros 17 candidatos, entre ellos los favoritos Víctor Yanukóvich, el jefe de la oposición, y Yulia Timoshenko; además del banquero Leonid Tigipko, el jefe del parlamento en activo, Vladimir Litvin, y el de otro parlamento anterior, Arseni Yazenuk, el ex ministro de Defensa, Anatoli Gritsenko, así como dos ultranacionalistas, Oleg Tiagnibok y Serguéi Ratushniak.
El escándalo, televisado en directo, comenzó cuando el diputado Oleg Liashko, del grupo de Timoshenko, se coló en los estudios sin ser invitado con intención de demostrarle a Yúshenko, según dijo, que él no tenía antecedentes penales como había afirmado el presidente. Shuster se negó a admitirlo, pero el diputado insistió sin que la escolta presidencial se atreviera a tocarlo, ya que Liashko tiene inmunidad parlamentaria. Por disfrutar también de la misma inmunidad, Andréi Parubi, un diputado de Nuestra Ucrania (el partido de Yúshenko) presente en la sala, era el único que podía tocar legalmente a su colega. Así, los dos inmunes se zarandearon con el consiguiente desprestigio para sí mismos y para sus líderes.
Por si fuera poco, Yúshenko entró en detalles sobre las supuestas maquinaciones financieras de Timoshenko, pero no explicó cuándo supo él mismo de los presuntos delitos de su aliada y, si los conocía, por qué colaboró con ella, cometiendo así, -de ser ciertas sus acusaciones-, un delito de encubrimiento. En lugar de datos concretos, el líder disertó sobre el pasado y el futuro de Ucrania y la necesidad de modificar la constitución para reforzar el poder del presidente. La ley fundamental vigente establece un sistema presidencial-parlamentario con un papel casi simbólico para el jefe del Estado, lo que fue resultado de los compromisos entre las fuerzas enfrentadas durante la Revolución Naranja, por una parte el ex presidente saliente Leonid Kuchma y su delfín Víctor Yanukóvich y, por la otra, Yúshenko y Timoshenko, entonces símbolo de las multitudes concentradas en el Maidán (la plaza de la Independencia de Kiev).
La Juana de Arco de la política ucraniana no se ha mordido la lengua contra su antiguo aliado, pero, como Yúshenko tiene escasas posibilidades de clasificarse, se concentra en su principal rival, Víctor Yanukóvich, al que califica como el representante del régimen de oligarcas con el que ella dice querer acabar en nombre de la "democracia europea solidaria". Timoshenko ha denunciado supuestos intentos de falsificar los comicios mediante las votaciones a domicilio, una práctica que permite llevar las urnas a casa de quienes están impedidos. A pesar de que los candidatos tienen representantes que se controlan los unos a los otros en los colegios y a pesar de los miles de observadores internacionales, el miedo a las falsificaciones ha revivido en Ucrania, ya sea por psicosis ya sea por el arraigo de viejos males que parecían superados después de la Revolución Naranja. La llegada de un nutrido grupo de observadores georgianos que no habían cumplimentado correctamente los trámites ha dado pábulo a todo tipo de especulaciones, entre ellas la de que el presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, habría mandado a guerrilleros georgianos. La realidad parece ser solo una cuestión organizativa y las autoridades ucranias se afanan en permitir la participación de estos observadores retrasados y desorganizados.
El jueves, en un acto electoral, Timoshenko igualó a Yanukóvich y a Yúshenko, su antiguo aliado de la Revolución Naranja, al referirse al "nepotismo" de ambos políticos que promocionan a sus parientes en las instituciones. Yanukóvich tiene un hijo diputado en la Rada Suprema (el Parlamento) y Yúshenko, un hermano también diputado y un sobrino que ya es vicegobernador de la región de Járkov. Timoshenko recordó que Yanukóvich fue encarcelado en su juventud (por robar un gorro y por una pelea), pero ella misma fue acusada por Yúshenko de actividades delictivas. "Los investigadores demostraron que Yulia Timoshenko dio muchas veces grandes sobornos", dijo el presidente esta semana, y añadió que estos sobornos se los habría dado al ex primer ministro Pavlo Lazarenko por su ayuda a la compañía Sistemas Energéticos Unidos de Ucrania (SEUU). Yúshenko dijo que los más de 2.000 millones de dólares ganados por SEUU gracias al gas se transfirieron a la isla de Nauru, un paraíso fiscal en el Pacífico, y habló de otra transferencia por más de 400 millones de dólares al paraíso fiscal en la isla de Man. "No se trata del gorro que robó Yanukóvich", sentenció.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.