El final de la frugalidad: rearmar Europa en lo militar y lo económico para no ser de segunda división
Alemania arrastró a la austeridad al resto de la UE; ahora es lo contrario


Tres veces se ha reinventado Alemania. La primera fue en la Europa de la posguerra, cuando un país triturado dio paso al llamado “milagro alemán”. Ello tuvo sobre todo un protagonista, el canciller Ludwig Erhard (1963-1966), el padre de ese milagro y del moderno concepto de la “economía social de mercado”. Erhard, uno de los escasos técnicos no contaminados por el nazismo, elaboró un programa liberalizador de reconstrucción económica tras la II Guerra Mundial que sacó a la República Federal de Alemania de la ruina y la convirtió en la segunda potencia industrial del planeta. El economista decidió la supresión del racionamiento y del control de precios y se produjo una reactivación casi inmediata de la economía germana. Desde entonces se aconseja a los operadores no apostar en contra de la economía de ese país por su rápida capacidad de recuperación.
El segundo reinvento tuvo lugar con la caída del muro de Berlín y la reunificación de las antiguas República Federal y República Democrática de Alemania. De la iniciativa política del canciller Helmut Kohl, de los problemas económicos que desde entonces se arrastran en los landers orientales, se ha escrito sobradamente. En las recientes elecciones legislativas, el mayor número de votos de la extrema derecha proviene del antiguo este del país, que todavía no se ha incorporado en igualdad de condiciones a la parte occidental, lo que genera un grado de frustración permanente entre sus habitantes que ayuda a explicar el resultado.
Alemania tiene un tercer momento fundacional ahora mismo. Por su propia historia —protagonista principal de las dos guerras mundiales— y con el recuerdo permanente de la hiperinflación de la República de Weimar, ha sido en las últimas décadas un país aislacionista en lo militar y frugal en lo económico, arrastrando en ello al resto de Europa. Pero la retirada de EE UU de la primera línea en las ayudas a Ucrania ante la invasión rusa, la necesidad de defender la democracia en territorio europeo, y la recesión económica que asola al país desde hace más de dos años, cambian las reglas del juego.
La coalición que se prepara para gobernar Alemania en la próxima legislatura entre democristianos y socialdemócratas ha llegado a un acuerdo de principio para rearmar militarmente al país e inyectar una cantidad ingente de dinero público (500.000 millones de euros) para sacarlo del ostracismo y poder competir con las otras dos potencias europeas, Francia y Gran Bretaña (una, en el interior de la Unión Europea; la segunda, fuera. Ambas, nucleares). Para ello tiene que modificar los procedimientos constitucionales.
Lo cuenta la excanciller Angela Merkel en sus recientes memorias (Libertad, RBA). El 29 de mayo de 2009, bajo su mandato, se incluyó el freno al endeudamiento en la Constitución: desde 2016, la deuda del Gobierno federal se limita al 0,35% del PIB y desde 2020 los Estados federales no pueden contraer nueva deuda. Ello era así “por una situación catastrófica: el déficit superaba en tres décimas el 3%, muy por encima de los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht de 1992, que Alemania luchó por cumplir con vehemencia cuando se introdujo el euro. Lo mismo sucedía con la deuda total, que en lugar del 60% se situaba en un 67,7% del PIB”. Con lo que Merkel denomina textualmente “situación catastrófica” se darían un canto en los dientes muchos de los países europeos, que han tenido déficit de dos dígitos y sufren una deuda acumulada de tres dígitos. La figura de Merkel se semeja a la de Gorbachov: ambas son mucho más apreciadas internacionalmente que en el interior de Alemania o Rusia.
La que ha sido una de las principales potencias analógicas del planeta ha de dar el salto ahora a la transformación digital. Los alemanes no solo añoran las buenas autopistas y los trenes puntuales del pasado que han sido sacrificados por las políticas de austeridad, sino también situarse en la vanguardia de las telecomunicaciones y lo digital, que han retrasado respecto a otros países europeos y, desde luego, en relación con EE UU y China.
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