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Lea Ypi, politóloga: “El nuevo militarismo europeo amenaza lo que hizo grande la UE”

La ensayista albanesa alerta del riesgo de caer en una guerra mundial de manera no intencionada. Considera que los partidos europeos no se están esforzando en redefinir qué significa hoy la clase

Lea Ypi politóloga
La politóloga Lea Ypi en Saint Vincent (Italia), el pasado 5 de diciembre.Alessandro De Bellis (El Grand Continent)
Andrea Rizzi

El mundo vive una época marcada por fuertes convulsiones políticas en las democracias y por terribles conflictos bélicos. El año que acaba ha dado grandes muestras de esas tendencias. Lea Ypi (Tirana, 1979), profesora de Teoría Política en la London School of Economics, ofrece su análisis acerca de estas turbulencias en una entrevista concedida en el marco de la conferencia Grand Continent Summit, organizada por la homónima revista paneuropea a principios de diciembre en el Valle de Aosta, en los Alpes italianos. Ypi es portadora de un pensamiento especialmente relevante, tanto por su articulada crítica del amplio consenso capitalista de las últimas décadas —fundamentada en un sólido conocimiento académico—, así como por su especial brillantez oradora y narrativa. Su obra Libre (Anagrama, 2023) ha sido traducida a más de 30 idiomas. Hoy, la politóloga observa con preocupación lo que define como un nuevo militarismo europeo, algo que a su juicio fortalecerá a la derecha radical y cree que amenaza lo que hizo que la UE fuera un proyecto tan grande desde el principio, una forma, afirma, diferente de pensar las relaciones entre países, basada no en la guerra y la fuerza militar, sino en la paz.

Pregunta. Parece que hay una revuelta de las clases trabajadoras contra un sistema que no funciona para ellas. Hay señales en ese sentido en muchas democracias avanzadas. ¿Qué salió mal? ¿Por qué se sienten traicionadas?

Respuesta. Esto brota de una crisis de representación y del declive de la democracia de partidos, una que tradicionalmente intentó representar los diversos intereses de los ciudadanos mientras ofrecía distintas ideas sobre cómo las instituciones podían atenderlos. En el fondo, es la vieja cuestión de si democracia y capitalismo son realmente compatibles y de qué papel desempeña la socialdemocracia en esa tensión. Desde finales de los años setenta los partidos socialdemócratas clásicos empezaron un declive, en parte porque constreñidos por fuerzas económicas estructurales y en parte por sus virajes ideológicos, se alejaron de la idea de representar a los ciudadanos sobre la base de la clase y de las vulnerabilidades económicas. Abrazaron la idea de que “no hay alternativa”, una mentalidad que condujo al colapso ideológico y social de la izquierda. Adoptaron políticas centristas que priorizaban soluciones impulsadas por el mercado. Este cambio ideológico marcó un retroceso en la atención a las inequidades sistémicas y dejó a las clases trabajadoras sintiéndose no representadas.

“Cuando los presupuestos priorizan la defensa, queda poco margen para proyectos educativos necesarios”

P. Tal vez ese fue el primer paso, y luego el segundo de los partidos socialdemócratas tradicionales fue tratar de construir una nueva plataforma política representando diferentes identidades, un paraguas para cosas diversas como el feminismo, las minorías, etcétera. ¿Cree que ese fue el caso? Y, de ser así, ¿cree que estén reconsiderando todo este proceso y volviendo a la lucha de clases, a limitar el capitalismo y sus excesos?

R. Una vez abandonado el proyecto de transformar el capitalismo, estos partidos pusieron el foco en la expansión de los derechos de la ciudadanía y del Estado de derecho. El objetivo empezó a ser garantizar representación a tantos grupos previamente marginados como fuera posible. Si bien este es un proyecto valioso, también es uno fragmentado. Sin una base universal de representación, el enfoque se desplazó hacia derechos abstractos y marcos legales, en lugar de abordar las condiciones sociales y económicas subyacentes que permiten a las personas ejercer estos derechos. En este contexto, la idea de que “no hay alternativa” a los sistemas económicos vigentes sigue dominante. Desafortunadamente, no veo ningún esfuerzo significativo por parte de partidos políticos en Europa para redefinir qué significa la clase en el siglo XXI.

P. Veamos qué ocurre en el otro lado del espectro político. Los oligarcas y los demagogos están instrumentalizando la democracia, aprovechándose de las libertades que garantiza para envenenar el debate público. ¿Qué podemos hacer al respecto?

R. No hay una respuesta rápida o sencilla para este desafío. La libertad de expresión es crucial y no creo que la censura sea la respuesta. Creo que el foco debería ponerse en educar a los ciudadanos para que desarrollen capacidades de espíritu crítico, de discernimiento de la información. El problema es que el Estado ahora también tiene pocos recursos para invertir en educación, en parte debido a su creciente captura por el capital. Cuando los debates públicos y los presupuestos priorizan la defensa, queda poco margen para financiar los proyectos educativos y cívicos necesarios para contrarrestar la manipulación de libertades democráticas.

“Los políticos socialdemócratas se alejaron de la idea de representar a la gente sobre la base de la vulnerabilidad”

P. Usted admira a Kant. ¿Qué cree que sugeriría él para lograr la paz perpetua en este momento, mientras tenemos un dictador brutal tratando de destruir la misma idea de democracia en un país vecino?

R. En muchos aspectos, creo que los tiempos en los que vivió Kant no son tan diferentes de los nuestros. Kant creía que la Ilustración era la clave para afrontar el autoritarismo, fuera el de la Iglesia y la monarquía o el de los regímenes de hoy. Él definía la Ilustración como el proceso de salida de nuestra propia inmadurez autoimpuesta, enfatizando la necesidad de que tanto los individuos como las sociedades piensen críticamente acerca de los desafíos que encaran. El espíritu crítico debe ser aplicado no solo hacia fuera —hacia otras sociedades— sino también hacia dentro, hacia la nuestra propia. Un aspecto preocupante del actual discurso es la división binaria del mundo entre “autoritario” ahí y “democrático” aquí. Esta simplificación ignora el hecho de que las actitudes e ideologías que posibilitan el autoritarismo también existen dentro de lo que asumimos como democracias liberales consolidadas. El etnoautoritarismo de Rusia tiene muchos seguidores; en Europa están en auge y amenazan al liberalismo desde dentro. Para mí, la clave es pensar en la democracia como un ideal por el que seguimos luchando políticamente en todas partes, no como la defensa de las instituciones existentes, que en mi opinión se acercan más a la noción clásica griega de oligarquía, entendida como el gobierno de los ricos.

P. Y mientras hacemos esto, ¿cree que deberíamos apoyar militarmente la defensa de Ucrania?

R. Deberíamos condenar, de manera inequívoca, las violaciones del derecho internacional dondequiera que ocurran. Sin embargo, la respuesta a su pregunta tan específica depende de muchas consideraciones complejas, como si se han agotado otras opciones no militares, los riesgos de una mayor escalada, y así sucesivamente. Me temo que no tengo el conocimiento necesario para responderla, pero lo que sí puedo decir es que me preocupa la retórica en las capitales europeas que parece normalizar su remilitarización. El nuevo militarismo europeo amenaza lo que, en mi opinión, hizo que la UE fuera un proyecto tan grande desde el principio: una forma diferente de pensar las relaciones entre países, basada no en la guerra y la fuerza militar, sino en la paz. Si la UE prioriza la militarización, fortalecerá a la derecha radical en todas partes, y una vez que estén en el poder, no solo se terminará el proyecto europeo, sino también cualquier resistencia a Rusia. La historia nos recuerda cómo las naciones, a menudo de manera no intencionada, caen en guerras globales debido a una combinación de factores internos y externos. Es un terreno resbaladizo, y debemos avanzar con cautela para evitar repetir los errores del pasado.


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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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