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Punto de observación
Columna
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Libros prohibidos en EEUU y censurados en Rusia: malos tiempos para la literatura

Las bibliotecas de los dos países se preparan con diferentes estrategias para proteger los libros más perseguidos

Libros prohibidos
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

La escritora canadiense Margaret Atwood escribió: “Una palabra tras otra palabra tras otra palabra es poder”. Una palabra tras otra suelen ser libros. Y los libros son lo que sigue provocando un irrefrenable deseo de censura en muchos lugares del mundo, que temen que los libros, determinados libros, den poder a sus lectores para imaginar, pensar, decidir, criticar… En Estados Unidos, Cindy Hohl, la presidenta de la Asociación Americana de Bibliotecas (ALA, en sus siglas inglesas), reac­cionó rápidamente a la victoria de Donald Trump con un expresivo comunicado: “Sabemos que muchos de nuestros miembros están preocupados por el hecho de que los resultados de las elecciones presagian ataques contra las bibliotecas, los trabajadores de las bibliotecas y los lectores. Pase lo que pase, la ALA defenderá la libertad de lectura de todos los estadounidenses y necesitaremos que todos los amantes de las bibliotecas nos apoyen”.

Hace ya años que la ALA denuncia que las bibliotecas públicas o de centros escolares hacen frente no a movimientos espontáneos de padres preocupados por las lecturas de sus hijos, sino a un movimiento dirigido por intereses políticos muy concretos. “Las listas de libros que quieren que sean prohibidos forman parte esencial de una agenda política”, insistió la ALA ya en 2022. Es la agenda de un importante sector del Partido Republicano y de un grupo de multimillonarios de ideas profundamente reaccionarias, dispuestos a gastarse cientos de millones en movilizar a políticos y padres para que participen en actos muy parecidos a las hogueras de 1930. Ese sector republicano y esos millonarios tendrán asiento preferente el próximo día 20 de enero en el acto de toma de posesión de Donald Trump y es lógico que la señora Hohl y los bibliotecarios estadounidenses estén preparándose ya para organizar la defensa y pedir ayuda.

En la Rusia de Putin las cosas van incluso peor. Según un artículo publicado en la red de revistas culturales Eurozine por cuatro periodistas rusas, la Duma (el Parlamento) está considerando imponer restricciones para que las bibliotecas no den acceso a libros que se consideren “beneficiosos para agentes extranjeros”, lo que supone, según el artículo, libros que “promuevan propaganda occidental” o que puedan ser considerados “literatura extremista”, entre la que se cataloga toda la que tenga que ver con la homosexualidad o los movimientos LGTB. Lógicamente, los primeros preocupados son los bibliotecarios, muchos de los cuales, como en Estados Unidos, se preparan para hacer frente a presiones o incluso sanciones y buscan la manera de salvaguardar esos libros.

Los bibliotecarios y bibliotecarias rusos (parece que las mujeres son mayoría en el oficio) no pueden pensar, como los estadounidenses, en recurrir a los tribunales. La ALA, por ejemplo, recauda fondos para ayudar a las pequeñas bibliotecas de pequeñas ciudades a contratar abogados y dar la pelea, llegando hasta donde haya que llegar para contrarrestar las órdenes de las autoridades. En Rusia, Natalia, una bibliotecaria entrevistada en el artículo mencionado, se plantea otra cosa muy distinta: ¿qué pasaría si formaran una red y les dieran los libros censurados a determinados lectores para que los guardaran en sus bibliotecas personales hasta que mejoren los tiempos? “La gente nos pregunta: ¿Ya habéis dado algo de baja? Dejadlo en nuestras manos”. Según Natalia, “todavía no hemos llegado a la temperatura de 451 grados Fahrenheit, así que los libros no se queman; simplemente, se descartan y se envían a reciclar”. Algunos bibliotecarios se han apresurado ya a colocar los libros que traten, aunque sea remotamente, de homosexualidad en estantes reservados para mayores de 18 años, pero no están seguros de que vaya a ser suficiente y se preguntan si deberán esconderlos, fuera del alcance de los lectores, sea cual sea su edad. Por ejemplo, ya ha sido retirado de todas partes Un verano en el campamento, una novela que tuvo gran aceptación entre los jóvenes, escrita a cuatro manos por una autora rusa, Elena Malisova, y otra ucraniana, Katerina Silvanova, ambas acusadas de ser “agentes extranjeros” e incluidas en una lista que elabora el Ministerio de Justicia.

En Rusia no solo se persigue a los libros, que van a parar, cada vez más, a las llamadas “colecciones cerradas” en las bibliotecas, sino también a los autores. Es bien conocida la causa que se abrió en 2013 contra el popular escritor de novela negra Borís Akunin, que se encuentra en el exilio. Pero no es el único. Malos tiempos para la escritura en dos grandes países que representan una parte formidable de la historia de la literatura.

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