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Trabajar cansa
Columna
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Cómo combatir la irrealidad en una sencilla lección

Los huecos temporales en los que no hay información, porque los profesionales se toman su tiempo para tener datos ciertos, se rellenan con basura imaginaria de miles de personas que siempre parecen tener un rato libre

Disparo Donald Trump
Donald Trump, candidato republicano a las elecciones presidenciales, rodeado por el Servicio Secreto en Butler (EE UU), este 31 de julio.Evan Vucci (AP / LaPresse)
Íñigo Domínguez

Me llamó la atención un detalle del tipo que disparó a Donald Trump. Lo último que hizo en su móvil fue conectarse a una página porno. Haría sus cosas y, hala, a matar al presidente. Pasó de acostarse con alguien en su imaginación, pura irrealidad, a irrumpir en la realidad a tiros, no sé si pensando también que todo ocurría solo en su cabeza. Luego hubo muchas más cosas que transcurrieron en la irrealidad, y no es la menor de ellas el hecho de que Trump atribuyera su salvación a la mano de Dios. Que por otra parte, si a Dios se le pudiera preguntar, debería explicar por qué salva a este señor pero deja que maten a otro, un espectador que era un bombero ejemplar (y el otro, un pirómano de la peor especie).

Pero yo iba más bien al cúmulo de delirios, conspiraciones y falsedades que se desató al segundo siguiente en las redes sociales, mientras los periodistas intentaban aclarar qué había pasado. Los huecos temporales en los que no hay información, impepinablemente, porque los profesionales se toman su tiempo para tener datos ciertos y no meter la pata, se rellenan con la basura imaginaria de miles de personas que siempre parecen tener un rato libre. Entre la población donde se han diagnosticado situaciones más angustiosas de ansiedad y vacío existencial en verano, visto como tiempo muerto sin nada que hacer, está el de los fanáticos del fútbol. Por ejemplo, los de la Roma, cuyos más acérrimos seguidores pasan estos días tórridos debatiendo el enésimo rumor del mercado de fichajes, o el misterio de por qué un jugador se rascó el occipucio en el entrenamiento. Por eso no es de extrañar lo que ocurrió el día del atentado de Trump. A las pocas horas, en redes se difundió desde Italia la identidad del asesino: un tal Mark Violets, con foto y todo. Saltó enseguida a Estados Unidos, donde otros miles de tarugos sin nada que hacer, y sin moverse de casa, lo rebotaron infinitamente en X y Telegram. Lo difundió el perfil Wall Street Silver, 1,3 millones de seguidores, fan de Trump y sus locuras. Voy al desenlace: un tal Marco Violi, periodista de una web romanista local, se despertó por la vibración de su teléfono con los miles de mensajes que le llegaban y hacían temblar ya las paredes del edificio. Miles de mensajes llamándole asesino. No entendía nada, ni siquiera sabía lo del atentado, hasta que puso la tele, miró el móvil y comprendió que él era Mark Violets, y la broma había partido de unos tifosi que le odian por una de tantas diatribas inanes del club.

Mientras, en el mundo real, lo curioso es que el primero en dar la noticia del atentado fue Gary O’Donoghue, un reportero de la BBC que es ciego. Pero eso da igual porque a veces no puedes fiarte ni de lo que ves y él cumplía lo esencial: estar en el lugar de los hechos y hacer bien su trabajo. Estaba en el mitin de Butler y no vio nada, claro, pero al contrario de muchos otros no habló sin saber. En medio del caos, fue el primero en encontrar un testigo y entrevistarlo. Le contó que había visto un chico disparar desde un tejado: “Los agentes del servicio secreto le han volado la cabeza, se lo juro, se la han volado”. Y entonces el periodista le dijo: “Por favor, moderemos el lenguaje, porque no sabemos quién nos está escuchando en este momento”. Dios le bendiga (si puede dejar un momento la vigilancia de Trump). Y vosotros, vagos prepotentes de las redes, aprended un poco, aprovechad el tiempo. Feliz verano a todos.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.
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