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Un gemelo digital de las ciudades, o el uso de las matemáticas para acabar con el populismo

Proyectos como el del Barcelona Supercomputing Center avanzan en crear una réplica virtual de las ciudades para medir los efectos de las políticas públicas

Vista aérea del barrio de Eixample, en Barcelona.
Vista aérea del barrio de Eixample, en Barcelona.Pol Albarrán (Getty Images)
Josep Catà Figuls

Quien haya jugado a Los Sims sabrá lo difícil que es que todo cuadre en una ciudad. En el popular videojuego en el que el objetivo es simular la sociedad, el jugador es una especie de creador, y todo lo que haga tendrá consecuencias para los sims, los personajes para los que hay que construir un hogar y velar por todos sus deseos —o, si uno tiende a ser un creador maligno, hacerlos enfadar y entristecer—. En el juego, si se ubica una comisaría al lado de la casa que ha construido para sus avatares, aumentará su sensación de seguridad, pero subirán los precios; si planta árboles y diseña parques y paseos, el sim estará feliz y sano, pero quizá llegará más tarde al trabajo que si hubiese una gran autovía; si construye fuentes y puestos de comida, no padecerá ni sed ni hambre.

El juego lo ponen como ejemplo Patricio Reyes y Fernando Cucchietti, que trabajan en algo parecido, pero mucho más complejo. Ambos son investigadores en el Barcelona Supercomputing Center (BSC), el gran centro público de computación español que en diciembre inauguró el superor­denador Mare Nostrum 5. Gracias al inmenso avance en la capacidad de cálcu­lo que presta esta nueva máquina, estos investigadores prevén dar un gran salto de calidad en su proyecto: generar un gemelo digital para las ciudades. El fin no es otro que tener un campo de pruebas, como lo es la ciudad de los sims, para ensayar en el plano virtual qué efectos tienen las políticas públicas antes de llevarlas a cabo en la vida real. Plantear preguntas a la ciudad digital y que las respuestas le sirvan a la ciudad real.

Michael Batty, profesor de planificación urbana en el centro académico The Bartlett, de la University College London, recordaba en un artículo de 2018 que el término “gemelo digital” fue acuñado hace al menos 20 años, pero que ha sido en los últimos tiempos cuando ha empezado a ponerse de moda, “desde que las infraestructuras digitales han ido incrustándose más en nuestras industrias, ciudades y comunidades”.

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Uno de los que ya empezaron a pensar en todo ello hace años fue Vicente Guallart, quien fue arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona entre 2011 y 2015 y quien fundó en el año 2001 el Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña (IAAC). “Fue Ildefonso Cerdà [el creador del plan con el que se amplió Barcelona con la construcción del Eixample] quien se inventó el concepto de urbanismo en su obra Teoría general de la urbanización, en 1867. Un proceso de racionalización que queríamos hibridar con las ciencias digitales”, explica Guallart. Fue desde el IAAC que el arquitecto pensó que “el plano de una ciudad en el futuro tenía que ser una simulación”. “Para tener un proceso racional de toma de decisiones y ver el impacto de las distintas variables, para evitar las alcaldadas”, dice Guallart sobre las ocurrencias que puede tener un gobernante en un momento dado.

El avance de la computación

“El cambio de paradigma vino con el aumento de la capacidad de computación”, explica Cucchietti. “Antes se podía hacer una sola pregunta sobre un tema concreto, sobre tráfico por ejemplo. Ahora empezamos a tener estructuras complejas y a poder hacer preguntas cruzadas: qué pasa en la vivienda si acerco el transporte público o creo un eje verde, por ejemplo”, abunda. La investigación del Barcelona Supercomputing Center recibió el año pasado cuatro millones de euros de los fondos europeos y aún está en una fase inicial. Tienen proyectos concretos como por ejemplo analizar cómo expandir la red de carriles bici o ver cuánto tiempo se tarda desde cualquier punto de la ciudad a los servicios públicos (la famosa búsqueda de la ciudad de los 15 minutos, en la que todos los servicios están a un cuarto de hora de trayecto).

Los investigadores del BSC, que proyectan estas iniciativas sobre Barcelona, Viladecans y en la ciudad japonesa de Kobe, recuerdan que la tecnología para tener una ciudad digital que replique completamente la real y tenga todos estos algoritmos a la vez “tardará aún entre cinco y diez años en estar desarrollada”. Entonces se podrá usar para ver cómo, combinando más de una intervención, se puede dar respuesta a los calores extremos o a la sequía.

Para hacerlo se necesita capacidad de computación, pero también muchos datos, y ahí empiezan las cuestiones éticas y de privacidad. Los datos con los que hay que construir la estructura pueden ser externos —el clima, la meteorología o los niveles de contaminación— o los pueden generar, sin saberlo, los propios ciudadanos: vienen de los sensores que las compañías de agua tienen para identificar los hábitos de consumo, de las cámaras de seguridad que hay en las ciudades, de los datos de geolocalización que aportan los teléfonos móviles… “El gemelo digital de una ciudad se construye sobre todos estos datos y muchos más. Son datos que ya existen, y los tienen las empresas. El objetivo es darles un uso público, montando modelos a partir de los datos anonimizados. Uno de los pilares de este proyecto es la honestidad, que sean datos que se puedan trazar y que su uso se pueda auditar”, señalan Reyes y Cucchietti. Convertir en sensación de poder el miedo que da el tener un gran hermano vigilándote.

En efecto, una iniciativa como esta —­que ha empezado el trabajo técnico en varios proyectos y ha montado ya una pequeña red de empresas colaboradoras para llevar a cabo actuaciones concretas— puede ser una forma en la que la ciudadanía tenga más poder en las decisiones políticas. Así lo cree también Ramon Gras, un urbanista investigador en la Universidad de Harvard, y cofundador de Aretian, una compañía que usa los datos para el diseño y el análisis urbano. “Los modelos digitales permiten utilizar las matemáticas para evaluar empíricamente las políticas públicas. La toma de decisiones cambiará totalmente, porque se usarán los patrones matemáticos comunes que tienen distintas ciudades para mejorar situaciones muy concretas, y permitirá ver qué es una buena praxis y qué ha sido una mala praxis”, explica Gras, quien trabaja en un proyecto que empezó siendo una comparación científica entre las ciudades de Ámsterdam, Boston, Múnich, Estocolmo y Barcelona, y ha terminado siendo una iniciativa para crear gemelos digitales de las ciudades, en una colaboración entre Harvard y la escuela de negocios Iese.

¿Se acabaron, pues, las promesas electorales triunfalistas sobre grandes cambios en las ciudades? ¿Las matemáticas pueden acabar con el populismo? “Se podrán descartar decisiones muy absurdas que se siguen tomando hoy en día, y que no difieren mucho de las que se tomaban en los años ochenta, asevera Gras. Una de las primeras cosas que ya han hecho es estimar cómo debería haber sido la distribución en el área metropolitana de Barcelona de las 460.000 viviendas que hace 20 años se decía que eran necesarias. El estudio ha demostrado que en 51 municipios ha habido malas decisiones acumuladas que han dado lugar a niveles de densidad demográfica muy superiores a los que deberían ser. También ha habido errores en la distribución de los usos: los centros de investigación están en una punta de la avenida de la Diagonal de Barcelona, y el tejido industrial y los polos de conocimiento están en el Besòs y en el distrito 22@, en la otra punta. Esto no se ve solo con sentido común, dice Gras: “Se puede demostrar matemáticamente, y claro, eso deja en evidencia a algunas personas”.

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Sobre la firma

Josep Catà Figuls
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.
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