Transhumanismo: ¿quién nos dice que no estemos ya muertos?
Elon Musk, con sus proyectos futuristas, infunde falsas esperanzas a quienes se agarran a la idea de vivir más años, escribe el filósofo francés Michel Onfray
Elon Musk no solo ha creado la sociedad Neuralink para trabajar en su proyecto transhumanista. También ha fundado SpaceX, cuya historia conocemos más o menos porque asistimos periódicamente en nuestras pantallas a sus lanzamientos de cohetes tripulados al espacio. A largo plazo, se trata para Musk de hacer salir al hombre de su biotopo terrestre natural e instalarlo duraderamente en un biotopo extraterrestre artificial. En esta perspectiva, la Luna se convertirá en una estación espacial construida, una etapa antes de vuelos más largos hacia Marte. Pasará del estatus de montón de basuras humanas americanas al de antesala de los trayectos estadounidenses hacia Marte. Los que consideran insensato su objetivo deberían leer a los astrofísicos que nos anuncian la muerte del Sol dentro de 4.000 millones de años, cuando se haya agotado su combustible; 4.000 millones de años es mucho, por supuesto, pero es ineluctable, y de ahí la certidumbre de que la vida en la Tierra se verá comprometida mucho antes y de que los hombres desaparecerán si de aquí a entonces no han encontrado una manera de parar el golpe.
Está previsto que el Sol se dilate y que su volumen se multiplique por doscientos. Esta expansión provocará la desaparición de Mercurio y de Venus. Antes de explotar, la Tierra dejará de tener agua y vida en su superficie, ya no será más que una bola de roca en estado de fusión. El corazón del Sol se calentará hasta alcanzar los cien millones de grados, ese astro de gas caliente se extenderá hasta la órbita de Marte: ¡los que creen que refugiarse en el planeta rojo sería una solución no hacen sino desplazar el problema! El helio liberado por el Sol también se agotará. El envoltorio del Sol será expulsado en forma de nebulosa y se diluirá en el espacio interestelar. Luego, el corazón del Sol se apagará progresivamente, se convertirá en una enana blanca que se enfriará durante decenas de miles de millones de años antes de convertirse en una enana negra. El Sol morirá como el 90% de las estrellas. Pues —banalidad esencial y sin embargo largo tiempo olvidada— todo lo que nace vive y muere.
La muerte natural del Sol, que causa la muerte de la Tierra en su trayecto existencial, ¡no excluye para nuestro planeta otras formas de morir antes de que eso ocurra! Si un astrofísico explicara que, teniendo en cuenta lo que nos enseña la ciencia de la vida de la Tierra desde hace millones de años, los ciclos de calentamiento y enfriamiento son atribuibles prioritariamente a la actividad magnética de la heliosfera, es decir, de la burbuja gaseosa formada por los vientos solares, sería expulsado de la comunidad internacional de los “científicos” por escéptico climático, perdería su cargo, su sueldo, las subvenciones de su laboratorio, sus estudiantes, su posibilidad de dirigir tesis, su reputación, y pagaría su audacia con la muerte social. Enseñará que el calentamiento global es debido esencialmente a la actividad humana, lo que permite a la mitología del capitalismo verde vender unos productos que, aunque muy contaminantes, pasan por ahorrar recursos. Lo que no impide que la heliosfera que protege el sistema solar interno esté perforada y que por ahí pasen unos peligrosos rayos cósmicos que viajan casi tan deprisa como la luz y bombardean la Tierra, afectando a su temperatura y a su clima.
El planeta también puede desaparecer antes de su hora a causa de (…) esos bólidos lanzados a toda velocidad al espacio, que podrían estrellarse contra la corteza terrestre, destruyendo la vida e incluso pulverizando el planeta azul, del cual no quedaría más que polvo flotando en el cosmos. Un experimento reciente, llevado a cabo el 22 de septiembre de 2022 por la NASA, envió una sonda de quinientos kilos a estrellarse en un pequeño asteroide de ciento sesenta metros de diámetro llamado Dimorphos, a más de 11 millones de kilómetros, para desviarlo. La operación se denominaba Double Asteroid Redirection Test; además, la palabra dart en inglés significa “dardo”. La colisión generó varias decenas de toneladas de polvo y modificó el recorrido del asteroide. En el momento en que escribo, a principios de octubre de 2022, no se sabe cuánto, aún se está calculando…
Probablemente, un asteroide de 12 kilómetros de diámetro hace 66 millones de años chocó contra la Tierra en un lugar que correspondería al actual Yucatán (México) y provocó la desaparición de los dinosaurios. Dicha colisión, seguida de una bajada considerable de la temperatura del planeta, ya que el Sol quedó en parte enmascarado por las toneladas de polvo que se desprendieron, hizo posible después el desarrollo de los mamíferos, entre ellos el hombre, que de no ser por eso habría podido no existir… Otro asteroide… y el hombre podría dejar de existir.
Elon Musk piensa en términos de muy larga duración, desorienta y desconcierta a los que ya se afanan por proyectarse en el futuro efímero de su propia existencia. En la medida en que pensar en términos de milenios, como hacen los historiadores y los filósofos dignos de este nombre —Joaquín de Fiore y Vico, Hegel y Spengler, Toynbee, Keyserling y Frobenius, Malraux, más cerca de nosotros…—, resulta una disciplina que raras veces se practica, pensar en términos de porvenir del hombre en el caso sin embargo previsto de la desaparición del planeta Tierra es un ejercicio desatendido. La ciencia ficción es la única que ocupa este terreno, la filosofía se desentiende.
El proyecto de Musk tiene sentido, el del transhumanismo: considerando la duración limitada de la vida del hombre en la Tierra, quiere en primer lugar cambiar al hombre y atribuirle otro biotopo. Por lo tanto, modificar lo humano y expandirlo, incrementarlo, esculpir su hombre nuevo con el transhumanismo, cuyo brazo armado es Neuralink. Después pretende cambiar el medio del hombre y encontrar un lugar de sustitución para ese humanoide. De ahí los experimentos de SpaceX, su otra empresa, que diseña viajes espaciales, intersiderales, intentando inventar nuevos carburantes capaces de resolver el problema de la duración y la velocidad de los desplazamientos de años luz. (…)
El proyecto de colonizar Marte ocupa a la NASA tanto como a Musk. La agencia espacial americana recluta voluntarios para una misión de un año consistente en vivir en una base de Texas en las condiciones de una vida extraterrestre, en un espacio de 158 metros cuadrados fabricado por impresión 3D. Ahora mismo, las condiciones de reclutamiento son precisas: primero ser estadounidense, luego tener buena salud, no fumar, tener más de 30 años pero menos de 55, hablar inglés, dominar la ingeniería, las matemáticas, la física, la biología y la informática, tener una experiencia profesional de dos años en alguno de estos campos o tener un carnet de vuelo de más de mil horas. Los elegidos efectuarán investigaciones científicas, se familiarizarán con la realidad virtual, los mandos robóticos y simularán salidas al espacio reconstituido. Se trata de preparar un vuelo a Marte con parada en la Luna transformada en sala de espera. Ya hay rusos, europeos y chinos que han participado.
Llegado el momento, este posthumano probablemente asumirá almas digitales cargadas en cerebros humanos, tal vez clonados y a su vez incorporados a exoesqueletos. ¿Para qué, si no, trabajar en todas estas direcciones? Los hombres vivirán una vida virtual en un universo hostil. Y estas vidas, de unos elegidos por otros más elegidos que ellos, estarán unidas —¿pero por quién?— a una matriz total que pilotará el conjunto. Pero ¿para hacer qué? Malraux decía: “¿Qué gracia tiene conquistar la Luna si es para suicidarse allí?”. Hoy, desprovistos de almas, ¿quién nos dice que los hombres acéfalos en los que nos hemos convertido no están ya muertos?
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