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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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¿Sobrevivirá el capitalismo? No

Los mercados han sido sustituidos por plataformas digitales, feudo de las grandes tecnológicas

Madrid
La luna sobre las Cuatro Torres, en Madrid, el pasado 1 de agosto.JAVIER SORIANO (AFP/GETTY IMAGES)
Joaquín Estefanía

Puede sobrevivir el capitalismo? La respuesta es ‘no”. La sentencia no es de Marx ni de algún altersistema, ni está basada en los fracasos del sistema, sino de Schumpeter, y se acoge a sus imparables éxitos. Presentemos al tal Schumpeter: Joseph Alois Schumpeter (1883-1950), economista austriaco-estadounidense, ministro de Finanzas en su país natal en entreguerras, enseñó economía en Viena y en Ucrania antes de ser recogido por la Universidad de Harvard, donde fueron estudiantes suyos, entre otros, Paul Samuelson, Galbraith, James Tobin, o Paul Sweezy. Según Schumpeter, al que no le gustaba nada Keynes, un “ventarrón de destrucción creativa” sustituye permanentemente a unas empresas por otras —a unos empresarios por otros—, lo que finalmente revoluciona de modo constante las condiciones de existencia del capitalismo.

Hasta hace muy pocos años, el capitalismo dominante era el financiero. Los bancos eran los propietarios de todo. Madrid en la posguerra: el skyline (por denominarlo de algún modo) estaba en los alrededores de la plaza de Canalejas, cerca de la Puerta del Sol, y poco más allá, en la calle de Alcalá, cerca del Banco de España. Hace unas décadas se trasladó a la Castellana, junto al Bernabéu; allí se instalaron los grandes bancos. Ahora, que sí es un auténtico skyline, está junto al hospital La Paz. El viajero llega desde el norte de España y se encuentra a la vista con cinco monumentales torres, en lo que un día fueron los terrenos de la ciudad deportiva del Real Madrid. Pero ninguna de ellas está ocupada por bancos, sino por consultoras, aseguradoras, empresas de servicios que crecieron alrededor del negocio de la construcción, incluso una universidad privada, etcétera. Son un síntoma del cambio de naturaleza del capitalismo.

Nada más terminar el gran confinamiento de la pandemia, Shoshana Zuboff, una socióloga de Harvard, puso en circulación el concepto de “capitalismo de vigilancia”. La profesora establece una analogía afortunada: es como si un tiburón hubiera estado nadando silenciosamente en círculos bajo el agua del mar, justo debajo de la superficie en la que se estaba desarrollando la aburrida vida cotidiana, y hubiese saltado de repente, con su piel reluciente por fin a la vista de todos, para hacerse con un buen puñado de carne fresca. El “capitalismo de vigilancia” encuentra su hegemonía respecto a los otros capitalismos (comercial, industrial, financiero…) a través del conocimiento y monetización de nuestra pequeña existencia.

Un selecto grupo de empresas reivindica la experiencia humana privada como materia prima para su traducción en datos. Estos datos son computados y empaquetados (como las célebres hipotecas subprime, origen de la Gran Recesión de 2008) como productos de predicción y vendidos en los mercados de futuros de los comportamientos de la gente.

El último libro de Yanis Varoufakis (Tecnofeudalismo, editorial Deusto) conecta, por distintos caminos, con el Schumpeter pesimista del fin del capitalismo y con el capitalismo de vigilancia de Zuboff. Para el economista y político griego, el capitalismo ha muerto y el sistema que lo sustituye no es mejor. Las dinámicas tradicionales del capitalismo ya no gobiernan la economía; lo que ha matado ese sistema es el propio capital y los cambios tecnológicos acelerados de las últimas dos décadas, que, como un virus, han acabado con su huésped. Los dos pilares en los que se asentaba el capitalismo han sido reemplazados: los mercados, por plataformas digitales que son feudos de las grandes tecnológicas; el beneficio, por la pura extracción de rentas. Los nuevos señores feudales serían los propietarios de lo que denomina “capital de la nube”, y los demás (el 99,9% de la población) hemos vuelto a ser siervos, como en la Edad Media. Es este nuevo sistema de explotación el que está detrás del aumento de la desigualdad.

Según Varoufakis, “cada vez que nos conectamos para disfrutar de los servicios de estos algoritmos, no nos queda más opción que hacer un pacto fáustico con sus propietarios”. Terrible.

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