Un ingenuo artículo de regalo
Popper opinaba que la cultura democrática nace con el mercado del libro en Atenas, en el siglo V antes de Cristo. Hoy, lo opuesto: vemos la democracia en peligro inmersos en una saturación de lecturas
El artículo de regalo al que me refiero en el título es este artículo que está leyendo, porque es Navidad. Y por eso es ingenuo, es un intento de hacerlo con espíritu navideño, sea lo que sea eso, que para mí es pensar que estamos todos en una película de Frank Capra, donde todo el mundo al final es más bueno de lo que parece, y se ve que somos todos humanos y vecinos. Ya ven, decir esto hoy en día, quién te va a tomar en serio. Pero también quería hablar de uno de los mejores artículos de regalo, un libro. Aunque comprar o tener libros está muy bien, pero luego hay que leerlos. Abandonen las redes sociales, la autopromoción, de verdad se lo digo. Denle una oportunidad al libro, tiene algo muy original: te hace escuchar, no le puedes replicar, y es muy relajante saber que no espera tu respuesta. Con la lectura se crea un tiempo más sosegado, baja el ritmo cardiaco. No tienes el deber de interrumpir o decir lo que piensas. Lo que solemos entender por escuchar es esperar el momento para hablar, y no es eso. Hablo de libros porque he leído uno, Los demasiados libros, de Gabriel Zaid, que hace saborear el maravilloso y único objeto que es un libro. Dice, por ejemplo: “Ante la disyuntiva de tener tiempo o cosas, hemos optado por tener cosas. Hoy es un lujo leer a Sócrates no por el costo de los libros, sino por el tiempo escaso”. Si regalas un libro, regalas tiempo.
Popper opinaba que la cultura democrática nace con la aparición del mercado del libro en Atenas, en el siglo V antes de Cristo, cuando el libro comercial acaba con el libro sagrado (esto lo he leído ahí, no haré como que lo sabía). Y es curioso porque hoy vemos la democracia en peligro y estamos justo en el extremo opuesto: estamos inmersos en una saturación de libros y lecturas sin precedentes en la historia, pero con una incapacidad ―física o de tiempo― para leer más de cuatro líneas, y consecuencia de ello, vivimos en un intercambio masivo de mensajes breves y efímeros, o ya tan solo imágenes. Es el colapso de la conversación. Leemos ansiosamente y en diagonal, un picoteo de frasecitas, y es como si el principio de incertidumbre de Heisenberg, eso de que el observador condiciona lo observado (creo, yo de mecánica cuántica no tengo ni idea), funcionara al revés: es lo observado lo que altera al observador. De hecho, lo acelera y le vuelve loco. Luego ya no es capaz de leer más de dos frases y se enfada con el mundo por cosas que a los dos minutos no recuerda. En fin, lo que creo es que después de leer tranquilamente un libro, la vida se ve de otra manera, y se impone más el sentido común. Esa es mi ingenua solución navideña para el tremendismo y la sobreexcitación en que vivimos en nuestro querido país. Ortega y Gasset dijo hace más de cien años (España invertebrada, 1921): “Casi todas las ideas sobre el pasado nacional que hoy viven alojadas en las cabezas españolas son ineptas y, a menudo, grotescas”. Y ahí seguimos, dando vueltas a la idea de España, los catalanes, los vascos, somos una unidad de desatino en lo universal. A lo mejor es que somos así y ya está, y seremos siempre así, con un cabreo permanente de fondo, así que paciencia y a relajarse.
No hay tantas cosas que te cambien la vida, a mejor. Un amor, un libro, un viaje. Dice Zaid: “¿Qué importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales”.
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