Empieza la Navidad con la presidenta catequista
Fue un espectáculo ver a Díaz Ayuso con su jersey sermonearnos sobre el niño Dios y ―yo habría pagado por esto, después de lo de la fruta―, rogarnos que nos amemos los unos a los otros
Cada vez que escucho que la democracia en España ha muerto me acuerdo de aquel telegrama que mandó Mark Twain al periódico que anunció su fallecimiento: “Las noticias de mi muerte son muy exageradas”. La democracia no emite comunicados, pero tenemos elecciones, tribunales, esas cosas que hablan por sí solas. Y la libertad, por supuesto, como la de llevar ese jersey navideño tan vistoso que se ha puesto Isabel Díaz Ayuso, reconvertida en presidenta catequista. Cómo no comentarlo. Fue un espectáculo verla sermonearnos sobre el niño Dios y ―después de lo de la fruta― rogarnos que nos amemos los unos a los otros y que vivamos “con nuestra mejor versión”, aunque juraría que esto es de su cosecha, no bíblico. Hasta anunció “una promesa”, no sé si electoral: la muerte no es el final. Les juro que lo dijo, en un acto institucional, y no estaba hablando de las residencias. Cómo lucha por hacerse ver, de rojo como en el balcón de Génova, esta mujer arrinconada por la dictadura, en la lucha entre el bien y el mal, cuando ya ni rezar el rosario en la calle te dejan. Realmente representa el espíritu de las Navidades, luego ya no sé si es el de las pasadas o de las futuras. A partir de ahora la esperaremos como la Mariah Carey española, con idéntico pavor.
Muy navideño es también, por cómo velan por la concordia, esto de los verificadores, o relatores, o mediadores, o lo que sean, que si un día se puede entrevistar a uno la primera pregunta sería: ¿pero usted qué es, qué hace, de verdad le pagan por esto, y cuánto, y quién, van a medias? Ya ven que no es una sola pregunta la que uno se hace. Pero supongo que iremos perdiendo interés, quizá esa es la idea, y al final nos dará igual si se reúnen en Ginebra o en un mesón de la carretera de La Coruña. Ahora bien, nadie ha propuesto el verificador más necesario en estas fechas tan señaladas: uno entre Junts y ERC. Y no hacen falta extranjeros, yo sugeriría una señora de Jerez de la Frontera, por ejemplo. Que desdramatice un poco todo, y que hagan las paces. Cómo van a negociar nada y predicar el diálogo si ni siquiera se entienden entre ellos. La familia independentista que se verifica unida, permanece unida. En cuanto al ambiente navideño en Podemos y Sumar, eso ya no hay verificador que lo arregle. Acabaría fundando su propia escisión, Verificadores Sin Fronteras, o algo así.
Menos mal que hay democracias serias, como el Reino Unido, que con su populismo conservador majara desde el Brexit son referencia. En Londres ya no hay quien viva, salvo que seas millonario, jeque o mafioso, pero el problema son los extranjeros. El primer ministro, de familia de inmigrantes, ha propuesto severos requisitos contra la inmigración, incluso legal, que ni sus propios abuelos habrían superado. Pero todo se hace desde el amor: deportar a Ruanda a todo el que llegue de forma irregular, aunque pida asilo, es una idea impregnada del mejor espíritu de las películas de Frank Capra. Y ya se plantean sacar al Reino Unido de la Convención Europea de Derechos Humanos. Otra genialidad de la derecha más audaz que sigue abriendo caminos inexplorados al progreso.
Como última nota navideña, una idea de regalo: el objeto de lujo más original y preciado ya es la botella de aceite de litro. La normal de supermercado, sí. Ya les ponen precintos de seguridad como al whisky bueno. Están en la estantería que pone “Cambio climático”, ideal para sus conocidos negacionistas.
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