Por qué parte del feminismo cree que los úteros artificiales serán un antídoto contra el patriarcado y no está tan claro
La tecnología para descorporeizar el embarazo está cada vez más cerca. Sus potenciales efectos plantean interrogantes políticos
Parecía ciencia ficción, pero los primeros úteros artificiales ya están en camino. Varios equipos de investigación llevan años desarrollándolos en EE UU, China, los Países Bajos, Australia y España con el objetivo de ayudar a sobrevivir a los bebés nacidos antes de las 26 semanas de gestación. Uno de ellos ha conseguido un prototipo exitoso y en septiembre solicitó el permiso a la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE UU (FDA) para pasar a la fase de experimentación con humanos. El proyecto, denominado EXTEND, está dirigido por Alan Flake y Marcus Davey, investigadores del Hospital Infantil de Filadelfia. Como los demás, tiene por objetivo ayudar a sobrevivir a los bebés prematuros, ya que en la actualidad solo el 30% de los bebés nacidos a las 22 semanas de gestación sobreviven, según un estudio publicado en la revista médica JAMA.
España lidera Europa en esta tecnología. “En el futuro, no sabemos cuándo, habrá placentas artificiales”, defiende Eduard Gratacós, que dirige la investigación de los hospitales Clínic de Barcelona y Sant Joan de Déu. Su equipo ha diseñado una placenta artificial que ha mantenido con vida durante 12 días tres fetos de oveja. El éxito obtenido les hace confiar que en tres años dispondrán de un prototipo que garantice tres o cuatro semanas de supervivencia en bebés prematuros.
Un útero artificial es un concepto mucho más sofisticado que el de una mera incubadora, ya que replica las funciones del útero materno, siendo capaz de proporcionar a los bebés oxígeno, nutrientes y hormonas hasta que terminen de desarrollarse. Cuenta con líquido amniótico creado en un laboratorio y un dispositivo externo que se conecta al cordón umbilical del bebé para oxigenar su sangre. Se trata de una tecnología que, de ser usada para la gestación completa de un feto, podría implicar problemas éticos.
¿Estamos a las puertas de presenciar embarazos que se lleven a cabo fuera del cuerpo de la mujer? En 1932 Aldous Huxley ya relató de forma profética el proceso de ectogénesis en Un mundo feliz, esa sátira sobre la cultura contemporánea de entonces que se va asemejando cada vez más a nuestra realidad.
“¿La mujer? Es muy sencillo, afirman los aficionados a las fórmulas simples, es una matriz, un ovario, es una hembra: basta esta palabra para definirla”, escribía Simone de Beauvoir en El segundo sexo, publicado en 1949, donde apuntaba a la maternidad como el principio del patriarcado. “La maternidad biológica se ha esgrimido durante largo tiempo como un motivo para condenar a las mujeres a desempeñar un papel caracterizado por la falta de poder y la subordinación dentro del orden social”, escribía otra de las mayores activistas contra el heteropatriarcado, Adrienne Rich, en su ensayo La mujer antifeminista, publicado en 1972. En él, Rich defendía una reinterpretación del concepto de maternidad que no estuviera ligado a la capacidad de la mujer de gestar fisiológicamente y de responsabilizarse de la crianza de los hijos. Si el embarazo dejara de estar ligado a la mujer, se daría por primera vez una oportunidad tangible de cambiar la historia, construyendo una sociedad feminista donde la mujer podría liberarse del rol que se le ha atribuido desde tiempos ancestrales. Esa era la visión de la activista canadiense Shulamith Firestone, que impulsaba el feminismo más radical a finales de los sesenta y que abogaba por abolir el embarazo, que calificaba de “barbárico”.
¿Podrían ser los úteros artificiales la solución a la brecha de género y al sistema patriarcal? Vicente Bellver, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universitat de València, advierte por videoconferencia de que la descorporeización del embarazo podría volverse contra la mujer. “En una sociedad que aún no es feminista, la ectogénesis podría ser muy arriesgada, ya que las mujeres podrían sufrir una desconsideración y una marginación aún mayor a la actual, perdiendo parte del valor social que han tenido a lo largo de la historia”.
Según Bellver, que ha sido recientemente nombrado presidente del Comité de Bioética de la Comunitat Valenciana, no es necesario revisar la biología, sino las normas sociales que han condicionado la biología. “La principal fuente de sentido de la existencia humana es cuidar y el paradigma de todos los cuidados es la maternidad. Creo que la sociedad debe crear las condiciones para que la maternidad no sea un ejercicio heroico y pueda ser compatible con el desarrollo de la mujer en el plano laboral, individual o artístico. También se deben implantar medidas, como los permisos de paternidad, que consigan que los copartícipes en ese proyecto de vida puedan sentirse plenamente corresponsables”.
De momento los ensayos se ajustan a la normativa vigente y no hay ningún proyecto que trate de implantar embriones en un útero artificial. Pero la tecnología para llevar a cabo la ectogénesis está cada vez más cerca y se empieza a especular. Un divulgador científico, Hashem Al-Ghaili, presentó hace un par de años EctoLife, una idea que se viralizó. Proponía la creación de una fábrica de incubación de 30.000 bebés al año en úteros artificiales argumentando que podría solucionar tanto la infertilidad, como problemas derivados de cesáreas, prematuridad o enfermedades genéticas, y contribuir a repoblar países con baja tasa de natalidad.
El filósofo francés Henri Atlan, autor del libro El útero artificial publicado en 2015, subrayaba en una entrevista a este periódico que “estos avances de la biología no suprimen ni un ápice la belleza y la gracia de las criaturas vivas, ni la riqueza extraordinaria de los comportamientos humanos, ni el carácter sagrado de la experiencia humana”.
Un ejemplo de cómo una tecnología supervisada ha demostrado ser beneficiosa se encuentra en las técnicas de reproducción humana asistida (TRA). Cuando en 1978 nació la primera bebé probeta, parte de la población estaba consternada, pero en la actualidad es un procedimiento normalizado y el comité internacional para el monitoreo de tecnologías de reproducción asistida (ICMART) estima que 12 millones de niños han nacido mediante esta técnica. Además, las TRA han permitido opciones antes impensables (como mujeres gestando a sus nietos) y materializado nuevos modelos familiares. En este sentido, el escritor estadounidense Jamie Metzl, que forma parte del comité asesor de la OMS sobre la regulación de la manipulación del genoma humano, señala por correo electrónico que “los humanos existen dentro de un contexto cultural. Nuestra biología, tecnología y cultura están en constante coevolución.” Apuntando a que nuestros valores también están cambiando.
No obstante, la procreación a través de úteros artificiales resultaría controvertida desde una perspectiva legal. Josep Santaló, catedrático de Biología Celular de la UAB, señala mediante correo electrónico que también “habría que redefinir el concepto de maternidad en estos casos, ya que, al no existir una madre gestante, no se le podría atribuir la maternidad del niño nacido”.
Glen Cohen, vicedecano y profesor en la Facultad de Derecho de Harvard, va aún más allá y apunta por correo electrónico que sería interesante empezar a reflexionar sobre cómo podría interactuar la ectogénesis con otras tecnologías disponibles. “Dado que se podría obtener un donante de esperma, un donante de óvulos y un útero artificial, se podrían concebir niños sin ninguna conexión (genética o gestacionalmente hablando) con las personas que lo trajeron al mundo”. Esto podría prestarse a escenarios de mercantilización de la vida humana, ¿quién sería responsable del feto?
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