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Trabajar cansa
Columna
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Se abren las puertas del infierno y aparecen unos españoles discutiendo sobre pinganillos

De verdad, lo he intentado, pero no consigo preocuparme por el hecho de que en el Congreso se hablen otras lenguas españolas

El portavoz del PP, Borja Sémper, interviene en el Congreso el 19 de septiembre, cuando se aprobó el uso de las lenguas cooficiales en la Cámara baja.
El portavoz del PP, Borja Sémper, interviene en el Congreso el 19 de septiembre, cuando se aprobó el uso de las lenguas cooficiales en la Cámara baja.Juan Carlos Rojas (LaPresse)
Íñigo Domínguez

“La humanidad ha abierto las puertas del infierno”, dijo el miércoles el secretario general de la ONU. Luego el mundo bostezó y siguió con sus chorraditas. Es como un chiste: se abren las puertas del infierno y aparecen unos diputados españoles discutiendo sobre pinganillos. Esta semana no hemos parado de hablar de cómo hablamos, metadebate de trascendencia similar al sexo de los ángeles, lo que discutían los teólogos en Constantinopla mientras caía la civilización occidental. De verdad, lo he intentado, pero no consigo preocuparme por el hecho de que en el Congreso se hablen otras lenguas españolas. He tratado de pensar que se rompe la convivencia, que es una hábil estrategia para sembrar la discordia, pero es que solo veo al PP y Vox haciendo el ridículo. No sé por qué nadie destaca algo evidente: que unos independentistas se emocionen tanto por hablar en una de sus lenguas en el Parlamento español es un claro síntoma de deseo de integración, de ser más españoles todavía.

Comprendo ese momento de algunos diputados: “Aquí estoy hablando gallego en el Congreso, qué ilusión”. Bueno, eso dura una mañana y luego habrá que ponerse a trabajar, que estamos a las puertas del infierno, así que pasemos ya a las cosas importantes. A los españoles nos pierde lo simbólico, la importancia exagerada que le damos a los grandes conceptos abstractos. En ese sentido, los nacionalistas son muy españoles. Para que la lengua pierda su poder polémico, tan artificial, lo ideal sería intercambiar los papeles: diputados del PP, PSOE o Vox hablando en otras lenguas y los nacionalistas, en castellano. Pero lo hizo Borja Sémper y le riñeron. Lo de reñir es lo más gracioso. Porque lo paradójico es que también esos diputados nacionalistas catalanes, vascos y gallegos ahora son libres de hablar la lengua que quieran, pero ahora que pueden, se sentirán obligados a hablar solo una de ellas. Les pueden llamar la atención en el partido. También ellos excluyen su otra lengua, creen que solo una debería ser la única. Lo peor siempre es la pérdida de la naturalidad. Supongo que Gabriel Rufián o Aitor Esteban podrán seguir hablando en castellano si les da la gana, y ya que se les da tan bien, sabiendo que así les van a entender mejor, que es de lo que se trata. Pero vamos, llevamos ya media vida leyendo subtítulos, no nos vamos a escandalizar. Además, las sesiones del Congreso no las ve nadie, al final son cosas entre ellos.

En unas semanas ni nos acordaremos de esto y es más, habrá que explicar a los niños en el futuro que lo de las lenguas en el Congreso empezó en 2023, no en 1978, como podrían pensar, porque era todo muy complicado. Si lo hubiéramos hecho entonces, algo habríamos adelantado, pero si todavía se lía ahora con la patria en peligro, no quiero ni pensar como habría sido en aquel momento. En los debates de la Constitución se habló mucho sobre si se debía decir que la lengua oficial era el “castellano” o el “español”, pues lo segundo implicaba identificar como español solo el castellano. La Academia de la Lengua Vasca se opuso porque “considera de forma discriminatoria las lenguas nacionales distintas del castellano”. Al final, el artículo 3 de la Constitución quedó así: “1. El castellano es la lengua española oficial del Estado”. Y luego: “2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas”. Las demás lenguas españolas, eso es.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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