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Manuela Carmena, jurista: “Me llevé una desilusión, creía que los activistas eran los más indicados para la política”

La exalcaldesa de Madrid publica sus memorias. Dice que algunos de los que fueron sus compañeros de viaje en la llamada nueva política no sabían ceder ni escuchar a otros

Manuela Carmena
Berna González Harbour

Manuela Carmena, la mujer que representó la esperanza de la nueva política como alcaldesa de Madrid entre 2015 y 2019, ha escrito unas memorias tan francas como su verbo libre y sin tapujos, que jamás se plegó a los argumentarios. Imaginar la vida. Cuatro décadas transformando lo público (Península) recoge su obsesión por llegar a las personas y ser útil más allá de la burocracia. Y también la carrera de obstáculos en que se convirtió el Ayuntamiento de la capital y el propio espacio de la izquierda. Aquí no hay contemplaciones.

Nacida en Madrid hace 81 años, Carmena participó de joven en movimientos estudiantiles, fue abogada laboralista y más tarde magistrada y jueza antes de recalar en la política. Ha escrito cinco libros en los que aporta su visión sobre los partidos, sus recomendaciones para las generaciones que vienen, y también ha publicado uno de cuentos para niños. Nos recibe en su propia casa con sus proverbiales magdalenas recién horneadas y el café caliente. Se muestra jovial y activa, tanto para explicarnos el secreto de las grandes azaleas de su jardín como para hablar de los fracasos y decepciones que vivió en la nueva política. Sin olvidar enseñarnos con entusiasmo las muñecas de trapo que tejen presos en su proyecto Zapatelas. Por si queremos hacer un regalo.

Pregunta. Ha sido abogada laboralista, jueza y política. Y en todas las facetas que narra se respira una crítica profunda contra la burocracia. Como un teléfono escacharrado. ¿Es el peor mal que ha encontrado?

Respuesta. Me he encontrado que en algo tan precioso como lo público nos atamos las manos, nos ponemos un solo guante en las dos, las dejamos apresadas y no podemos hacer lo que deberíamos, que es tan necesario y fascinante. Si consigues quitar el guante es maravilloso, pero la Administración está llena de gente con las manos metidas en uno solo.

P. En el libro lamenta todo lo que intentó y no pudo hacer en el Ayuntamiento. ¿Cree que sembró algo, al menos?

R. Sembré que hay que hacer las cosas de otra manera, con empatía, rompiendo los moldes rígidos y teniendo otra actitud de escucha. Eso fue mayor que los éxitos.

P. Intentó revertir algunas externalizaciones. ¿Cree que la privatización ha perjudicado los servicios públicos?

R. Sin duda. Ha generado una política muy preocupante y es que la Administración se ha convertido en un organismo de control, en lugar de gestión. Y la Administración no es buena en eso. Los funcionarios no son las personas más indicadas para preparar contratos porque tampoco saben hacerlo sin conocer la realidad; se hacen en las oficinas tirando de los anteriores y no con la mirada puesta en su finalidad. En los pliegos de lo público se dicen unas tonterías…

P. Como jueza que fue, ¿la justicia está hoy más politizada?

R. Yo creo que sí. La enorme polarización y la incapacidad de llegar a acuerdos está alimentando el afán de defender cada uno a los suyos, de ver con las gafas de los suyos. Eso está contagiando la justicia y es muy grave, claro.

Magdalenas hechas por Carmena

P. ¿Se refiere a casos como el de Begoña Gómez o el fiscal general del Estado?

R. Sin duda. Y hay más cosas. Hay que reflexionar sobre la formación de determinados perfiles, sobre el cuarto turno. El juez Peinado [que instruye la causa contra Begoña Gómez] era secretario del Ayuntamiento y no sé hasta qué punto una profesión administrativa puede resultar exitosa para algo tan complejo como es juzgar. Ello supone analizar, escuchar, observar, valorar. El juez debe tener capacidad de percibir los hechos siempre con un respeto enorme a la presunción de inocencia, y yo eso lo echo de menos en instrucciones como la del juez Peinado.

P. ¿Esa burbuja es nueva o ya existía?

R. La judicatura siempre ha estado muy en la burbuja, muy encerrada. Es gente que tiene mucho trabajo y poca posibilidad de ir al cine, de leer, de presenciar cosas, de conocer a otras personas que no tienen nada que ver, de hablar, de comprobar lo que significa la vulnerabilidad, conocer los barrios, las miserias de los inmigrantes. Siempre se ha movido en un nivel muy del papel, no de las caras ni de las personas. Y ahora además se ha teñido de una polarización tremenda en la que cada uno ve solo lo que quiere ver.

P. Usted vivió el franquismo, ¿cómo explica el auge de la ultraderecha hoy?

R. Es un fracaso de las actitudes democráticas. No hemos sabido cuidar la democracia. Yo salí muy preocupada del Ayuntamiento. La oposición hace lo imposible para que el que está en el poder no pueda gobernar y eso no puede ser. Tenemos que buscar medios para trabajar juntos, eso es la democracia. Yo no me quedé en la oposición porque no me apetecía nada y porque no estoy de acuerdo con cómo se hace. Hemos convertido la política en un afán desmedido por quitar al que está en el poder, por impedir que haga algo o lograr que lo haga lo peor posible. Cuántas veces he oído al amigo Almeida reconocer: “Lo hiciste muy bien”. Pero te lo dice cuando no lo oye nadie, es una hipocresía.

Se necesita un cambio en la sociedad: siguen valorándose los principios masculinos de autoridad

P. ¿Le pesa la decepción con la política?

R. No, pero la decepción que produce la democracia por no cuidarla ha hecho que muchos jóvenes miren hacia gobiernos autoritarios. Hemos convertido la democracia en procesos de enfrentamiento dialéctico absolutamente ajenos a la gestión pública.

P. Cuenta que cuando el espacio de Podemos le ofreció la candidatura a la Alcaldía en 2015, se sintió como si fuera un trofeo. Que si la hubieran conocido de verdad no se lo habrían propuesto.

R. Entonces Esperanza Aguirre iba a volver a presentarse y sentí que no podíamos dejarles siempre el sitio a ellos. Y acepté. Pero pronto me di cuenta de que no tenían ni idea de quién era yo, veían que yo era una roja conocida, pero no sabían cómo era.

P. ¿Si la hubieran conocido no la habrían fichado?

R. Exactamente.

P. Describe lo poco que le gustaron las capillitas que se encontró en Podemos.

R. Era una gente muy maja, pero muy politizada, y eso me hizo pensar. Antes creía que los activistas eran los más indicados para la política, pero me di cuenta de que no. Me llevé una desilusión. Tenían tan claros los objetivos finales que estos nunca debían desdibujarse en la gestión. Vi una gran dificultad para pactar, para ceder, para ver a los demás. Y eso me produjo inquietud. No pensaba que me iba a pasar, pero el activismo sectariza mucho.

P. Afirma que les pudo la gestión de su parcela, sus camarillas.

R. Les pudo el compromiso de no desviarse de presupuestos que muchas veces no eran correctos. A lo mejor eran deseables, pero no correctos, el activismo escucha muy poco a los otros. No cabía el acuerdo, la mediación. Tengo un respeto enorme por el activismo, pero yo encontré que no estaba preparado para reformar las estructuras.

P. ¿Cuál es la enfermedad de la izquierda?

R. La izquierda ha vivido un tiempo muy nítido cuando era la representante de la clase obrera. Surgió como tal. Los partidos comunistas y socialistas hicieron algo grandioso que fue dar protagonismo a quienes no eran nadie, a desgraciados que de pronto fueron protagonistas. Eso ha sido extraordinario y ha cambiado el mundo, pero esa identificación ha desaparecido, ya no hay clase obrera como había a finales del siglo XIX y principios del XX. Ahora hay mucha más complejidad, desniveles de desigualdad entre unos países y otros, sectores de inmigración que no están recogidos en la clase obrera, clases medias diferentes y ricos inmensos. Es un panorama nuevo y la izquierda está desorientada. Lo mismo apoya a los verdes que a todas las posibles singularidades de lo sexual, lo binario, no binario, lo que sea y lo contrario. Vive un desconcierto grande y esa representación está atomizada.

P. ¿Y qué puede hacer?

R. Lo más importante: el objetivo y porvenir de la izquierda no puede ser otro que la igualdad. ¿Cómo? Defendiendo a machamartillo una democracia absolutamente igualitaria, seguir incrementando las cotas de igualdad que habíamos tenido hasta los años ochenta. Ese revival negativo que vivimos desde entonces ha coincidido con el debilitamiento y el descuido de la democracia. Hay que volver a reforzarla. Llenar la sociedad de ella para dar pasos hacia la igualdad.

Carmena en la terraza de su casa

P. Este era el discurso de Podemos, Más Madrid, Sumar… ¿Por qué implosionó?

R. Por el instrumento. Tú puedes tener el discurso y el instrumento debe servir para profundizar la democracia. Pero si lo utilizas para consolidar tu posición porque entiendes equivocadamente que la manera de profundizar la democracia es consolidar tu posición: error. La democracia no se consigue así sino muchas veces quedándose fuera, en una oposición blanda que se pueda impregnar de otras realidades. Se siguió el esquema de partido, y todos sus movimientos al generar instrumentos que iban en contra de lo que exigía la democracia la han perjudicado.

P. ¿Por instrumento entiende los partidos que se formaron?

R. Sí, y también la manera de entenderlos. Cuando estuve en el Ayuntamiento, Podemos contrató un camión enorme para exhibir las caras de todos los corruptos. ¡Qué horror! ¿Cómo se les ocurrió hacer eso? Tremendo. Cómo es posible que quien quería fomentar la democracia hiciera algo que no ayuda: señalar, desprestigiar en lugar de intentar analizar y entender. Querían consolidar su posición pensando que era la manera de fortalecer la democracia y no, no se fortalece así sino entendiéndola como una conversación constante. Lo que pasó es que inmediatamente lo hizo Hazte Oír, la extrema derecha, pero empezó Podemos.

P. ¿Le sorprendieron las denuncias contra Errejón?

R. Me decepcionaron, pero sobre todo me sorprendieron muchísimo. Y me hizo pensar hasta qué punto cuando nos centramos tanto en lo político descuidamos lo personal. No creo que se pueda hacer buena política si no cuidas a los tuyos; la política no es un sacrificio, es una profesión como otra en la que ser cuidador de los tuyos te ayuda.

El castigado [con una orden de alejamiento] es un malo, un cabrón, un maltratador, pero es un ser humano

P. ¿Tiene esperanzas en Sumar?

R. La tengo en singularidades, en gente estupenda que hay por ahí, en profesionales que piensan en su comunidad. Existen y cada vez más, pero necesitan luz, que no les tapen los otros, los que están metidos en política de verdad, que no se dan cuenta de que lo están haciendo mal y que la gente no quiere eso.

P. ¿Hasta qué punto culpa a Pablo Iglesias de lo que ocurrió?

R. Supongo que sí, él estaba entre aquellos cuya esencia fue fijar su propia posición. Eso no ayuda a la democracia.

P. ¿La nueva política fracasó?

R. Sí, dio más importancia a los posicionamientos para hacerla que a hacerla. Es un poco absurdo, pero es como si te empeñas en ir de vacaciones: planificas tanto que no disfrutas, has estado planificando. Se te ha olvidado que lo importante era hacer la nueva política, no posicionarte para hacerla.

P. ¿Es peor la politización de la justicia o la judicialización de la política que vivimos?

R. Las dos cosas son malísimas, pero en las dos hay soluciones. La judicialización de la política es un disparate, pero es razonable que haya control de la Administración por parte de la judicatura. No como se hace hoy, como un abracadabra; el control judicial de la Administración pública está enfermo por cómo se lleva a cabo. Y la politización de la justicia es desastrosa, implica que hay un sector importante de quien debería tener una visión completa que la tiene parcial.

P. ¿Cómo valora la involución machista que vivimos?

R. Por una parte es esperanzadora. El feminismo no podía triunfar si no se modificaban estructuras en la relación entre hombres y mujeres. En el sexo, por ejemplo, se ha avanzado muy poco. El sexo de las mujeres no es igual al de los hombres y no hemos sabido cambiarlo. Las chicas jóvenes me dicen que ellos siguen siendo los que toman la iniciativa. Seguimos pensando que el sexo es la penetración. Cuando yo era joven se hablaba muchísimo más de esas cosas, del clítoris, etcétera, había programas de sexo en la tele, libros, pero ahora ya no se habla. ¿Las chicas disfrutan realmente de las relaciones sexuales con los chicos? ¿Cuánto se dejan llevar por lo que ellos dicen? ¿El acto sexual se diseña con la visión masculina? Yo no oigo ese discurso, no está, y si no se modifica, seguirán dominadas por la manera masculina de practicarlo. Eso falta. Segundo: las estructuras de la familia siguen siendo las mismas, hay que buscarlas más abiertas, más ágiles. La media naranja es mentira, nadie es media naranja, somos todos naranjas independientes y es dificilísimo acoplarnos en un mismo espacio, hay que pensar otro tipo de relación amistosa y familiar, pero no basada en medias naranjas. Y tres: también se necesita un cambio en la sociedad: siguen valorándose los principios masculinos de autoridad. Cuando hablas de la necesidad de quererse, entenderse, sonreírse, abrazarse… la gente se queda sorprendida. Todo eso hay que cambiarlo, y mientras no se cambie hay muchos desajustes.

P. ¿Hasta qué punto la justicia puede siempre actuar en casos como el de Mouliaá, Hermoso, Vermut… ¿Cómo resolverlos?

R. La justicia no es ahí el lugar adecuado. Necesitamos hacer mucha más mediación, más actitud previa a la justicia. Algo muy negativo es que todos los convenios internacionales han dicho que en violencia de género no puede haber mediación, y es un error, es necesaria. No digo que no tenga que haber castigo, pero este debe ser más flexible, generar sanciones más adecuadas que nos enriquezcan en lugar de que nos enfrenten. Cuando se obliga a un hombre a dejar el domicilio porque puede ser un peligro para una mujer, algo razonable y necesario, alguien debería encargarse de ese hombre al que dejamos en la calle. Lo peor en el castigo es la indiferencia. Perdona, es un ser humano y vamos a intentar que no se desmorone. Cuando era jueza viví una experiencia tremenda, eché de su casa a un tío, no quedaba más remedio, y a los dos días se suicidó. El castigado es un malo, un cabrón, un maltratador, pero es un ser humano.


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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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