Anna Pagès, filósofa: “Que vuelva el folio en blanco. Los estudiantes necesitan exponerse al vacío”
La investigadora española en teoría de la educación ha escrito un libro sobre nuestra voz “como categoría filosófica”. Dice que nuestra voz no es sino la de nuestro inconsciente
Todo empezó cuando Safo resucitó. En realidad, cuando el par de arqueólogos británicos Bernard P. Grenfell y Arthur S. Hunt, expertos en papiros, se toparon en El Cairo con el fragmento 44 de Safo, la poeta griega. En él se describe una boda. De hecho, el poema está inspirado en el momento de La Ilíada en el que Andrómaca recuerda su boda con Héctor. El hallazgo despertó en Anna Pagès (Barcelona, 57 años), filósofa, escritora e investigadora en teoría de la educación, un interés por la voz —en este mundo de voces, e interminable multiplicidad— que la llevó a pensar en ella como el lugar en el que se pervive, y del que se parte. “Me pareció que, al extraer aquel poema de las profundidades de la arena del desierto, que una vez localizado el texto y ser leído y traducido, se convertía en algo vivo, que la voz enterrada regresaba”, dice. Quiso escribir sobre ella, sobre la voz, “como categoría filosófica”, y una “contrapuesta al logos”, esto es, la forma clásica que adopta la filosofía, la que impone algún tipo de ley y orden. “Mi intención no era la de sustituirlo, sino la de declinarlo, ir más allá de él como principio estático organizador”. El resultado, Queda una voz. Del silencio a la palabra (Herder), un iluminador ensayo filosófico, a medio camino entre el tratado y la crónica de un peculiar viaje al centro de aquello que permite al inconsciente —aquello que somos de verdad— manifestarse.
PREGUNTA. En este mundo de voces contemporáneo, ¿hemos perdido la voz?
RESPUESTA. En cierto sentido, sí. Vivimos invadidos por una vociferación ensordecedora, que se manifiesta a través de las redes sociales, una algarabía que impone un discurso sin pausas en el que cuesta distinguirse y encontrarse. Los adolescentes, hoy en día, se sienten inevitablemente indefensos ante eso que les invade, un tipo de aplastamiento, el aplastamiento de la civilización, y desaparecen. Se parapetan. ¿Y qué deberíamos hacer para poder llegar a ellos? No podemos alinearnos con la vociferación, sino abrir huecos en ese discurso sin pausas.
P. ¿A qué se refiere?
R. Los estudiantes, hoy, sometidos a muchas voces, cuando el profesor habla mucho, desconectan, se pierden. Hay que economizar palabras. Pronunciar frases cortas. Pedirles que se fijen en una palabra. Declinar esa palabra en su propio lenguaje coloquial. Circular por las voces, de forma que permita que algo humano surja en esa vociferación. La voz no es solo algo que escuchamos, es una vivencia del lenguaje. Un lenguaje que se incorpora al cuerpo. Cuando era niña, Anne Carson masticó las páginas de Vidas de santos, las palabras le parecieron gominolas. De niños, degustamos las palabras.
“En lo que decimos hay cosas que no sabemos y que nos muestran tal y como realmente somos”
P. ¿Cómo puede recuperarse ese gusto?
R. Doy clases de pensamiento contemporáneo a estudiantes de Ciencias Físicas y del Deporte. Y hemos trabajado sobre su itinerario deportivo. Les he hecho escribir mucho, que cuenten cómo empezaron a hacer deporte, cuándo. Y se han zambullido en su voz. Es la construcción de sí mismos que ha surgido de las palabras. El discurso, lo que uno piensa, es progresivo, no es inmediato, y necesitas tiempo y espacio para crecer. Jamás habían escrito sobre sí mismos. Necesitamos que vuelvan el lápiz y la hoja en blanco a las aulas. Sin excluir la tecnología, por supuesto. Pero los estudiantes necesitan exponerse al vacío. Hay que crear esos vacíos, abrir huecos en los que poder escucharse a uno mismo.
P. Recupera aquí la idea ya presente en Cenar con Diotima. Filosofía y feminidad, su libro anterior, en el que buscaba una alternativa a la rigidez de la filosofía que usted llama masculina, no hecha necesariamente por hombres, pero sí a la manera de un viejo e inflexible dogma. En cierto sentido, la reivindicación de la voz es un poco el deseo de volver a un momento en el que no existían esos dogmas fijos.
R. La filosofía podría revivir si intentara rescatar la voz del texto. Dice Giorgio Agamben que la filosofía es la búsqueda y la conmemoración de la voz. La palabra conmemoración es interesante. No habla de rememorar, sino de rescatar algo perdido. Porque la voz la hemos perdido. Cuando tomamos conciencia de que hablamos, nuestra voz queda atrás y lo que destaca es el lenguaje. Se convierte al lenguaje en objeto de estudio. Pero si lo estudiado fuese la voz, podría circular por la filosofía en patinete. De forma más divertida. Se rescataría una vitalidad perdida en el discurso filosófico. Pero sola la filosofía no puede hacerlo. Necesita de la literatura y el psicoanálisis. Puedes escribir un texto en una revista académica sobre un diálogo de Platón sin voces. El mundo académico, de hecho, se ha especializado en perder la voz. La voz del lector, la del texto, la voz en discusión. Todos escuchan lo que quieren y nada resuena.
“El discurso, lo que uno piensa, es progresivo, no es inmediato, y necesitas tiempo y un espacio para que crezca”
P. ¿Quiere eso decir que se vuelve menos útil con el tiempo?
R. Como decía Lacan, la pretensión del filósofo es verse viendo. En ese sentido, la filosofía no termina de resolver nada, y la sociedad busca soluciones. Como disciplina, es un pez que se mueve en la corriente y esquiva el obstáculo. La voz puede ser vista también como algo que se da en sincronía en el espacio y en el tiempo. Es decir, se da en directo. El mundo es cada vez más un mundo en diferido. Leer a Nietzsche en voz alta, leerlo tratando de encarnarlo, devuelve intacto el sentido de aquello que dijo, lo devuelve intacto a él y a su filosofía, detiene el tiempo.
P. En la idea del poder de la palabra, en cuanto algo que te está formando, está la de la toma de conciencia, y, sin embargo, apunta que está del lado del inconsciente, ¿somos lo que no sabemos que somos?
R. La voz es la voz del inconsciente. En lo que dices hay cosas que no sabes y que te muestran como eres realmente. Tengo una anécdota: suelo decir que la filosofía es una niña en un taburete, así empezó para mí. En mi casa, mi abuelo cantaba y mi madre tocaba a Schubert al piano. Mi abuelo apenas hablaba, pero cantaba en alemán. Había algo desconocido en su voz. Yo no tenía lugar, pero la curiosidad hizo que buscase un taburete para auparme y contemplarlo. La filosofía es ese algo que chirría, más allá del logos.
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