El aborto para Vox: irse a Londres o al siglo XIX
Todo este lío en Castilla y León es útil para recordar de dónde venimos, pues el partido de ultraderecha quiere llevarnos a algún lugar del pasado, quizá ni ellos saben cuál


Como todo el mundo, estoy en contra del aborto. Nadie está a favor, es un trance terrible en el que nadie desea verse. Luego te puedes ver en él, y entonces hay quien está con la mujer que aborta, respetando su difícil decisión, o contra ella, que es una cosa distinta. Todo este lío de Vox en Castilla y León es útil para recordar de dónde venimos, pues este partido quiere llevarnos a algún lugar del pasado, quizá ni ellos saben cuál. Pese a la jactanciosa, aparente, rotunda claridad de los principios de Vox, en realidad no dicen qué quieren sobre el aborto. Normal, es uno de los dilemas morales más complejos, y sus simplificaciones descarrilan en la realidad. Como mucho solo pueden ser oposición cafre o vicepresidente cantamañanas. El PP se ve obligado a hacer ruedas de prensa con alguien a quien escondería si estuviera en su partido.
Vox solo decía en su programa de 2019, punto 75: “Defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural”. Ya, amigos, es demasiado fácil arreglárselas así. Es como decir que estás contra el hambre en el mundo. La gente espera de los políticos respuestas concretas a sus problemas. Se puede deducir que, en síntesis, Vox propone prohibir el aborto. Si es así, bastaría decirlo, es una postura política, pero no muy defendible. El PP ya lo sabe.
El aborto estaba prohibido, castigado, desde el siglo XIX y con la democracia una de las batallas civiles fue despenalizarlo. Civil porque era el reino de la hipocresía y la barbarie, de las agujas de punto, salvo quien tuviera dinero para “irse a Londres”, eufemismo de la época. La primera portada de El País Semanal fue esa, Abortar en Londres, el 3 de octubre de 1976. Un escándalo, un secreto a voces en un mundo inverosímil para un joven de hoy, donde ni vendían condones en las farmacias. ¿Volvemos ahí? Aun así, no se despenalizó hasta 1985, y solo en tres supuestos. En 2010 Zapatero lo hizo libre en las primeras semanas. Qué fue aquello, el PP en pie de guerra, amenazas de excomunión de los obispos. Cuando Rajoy ganó en 2011 prometió una reforma, pero en 2014 dijo que no veía consenso. Ese mismo día dimitió su promotor, el ministro Alberto Ruiz Gallardón, ejemplo de coherencia. ¿Alguien va a dimitir ahora? Lo que está penalizado hoy, desde abril de 2022, es acosar a las mujeres que van a abortar.
Comprendo y respeto la preocupación moral de un católico, de Vox o del PP, desde sus creencias. Si se ven en esas, que no aborten, nadie se lo va a imponer. Al revés no funciona igual, no lo ven tan claro, hay que impedirlo. Hay un complejo de superioridad que trata al otro como un degenerado o un descerebrado: esta mujer no sabe lo que está haciendo, que escuche un latido. No, lo sabe mejor que tú (sobre todo más que el vicepresidente de Castilla y León, que admite no saber nada de embarazos). No hay que ser de izquierdas o derechas, creyente o ateo, todos somos humanos y en ese dilema fatal caen las etiquetas. De hecho, ocurre que en esto alguien de derechas puede actuar como uno de izquierdas, y viceversa. Estos días ha sido digno de verse en la prensa conservadora la defensa de la moderación y la ley actual. El PP experimenta el desfase entre pose, pasado y realidad, pues recurrió la ley en 2010, pero el Constitucional aún no se ha pronunciado y, vaya, ahora están de acuerdo con ella. Estaban desfasados, como mínimo de 13 años. Para calcular lo de Vox ya hay que recurrir a un arqueólogo.
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