_
_
_
_
_
La punta de la lengua
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fráncfort o Frankfurt

La representación oficial española en la feria de la ciudad alemana no se puso de acuerdo consigo misma

Frankfurt
Vista de Fráncfort, con la iglesia de Santa Catalina en primer plano y el distrito financiero al fondo.Nikada (Getty Images)
Álex Grijelmo

Estudiar los exónimos del español equivale a repasar nuestra historia, porque dan fe de la importancia que un país o una ciudad extranjera tuvieron en otros tiempos para nuestros antepasados. Estas denominaciones castellanas de topónimos ajenos pueden deberse a una traducción (la Selva Negra alemana por Schwarzwald), a una adaptación (Milán en vez de Milano), a una presencia anterior respecto al nuevo nombre (Albania antes de Shqipëria) o a una copia fonética sin respeto al sentido primigenio (el nombre del caladero del Gran Sol viene de Grand Sole: en francés, “el gran lenguado”; y Brujas procede del neerlandés “Bruggen”: “puentes”). En algunos casos influye además una lengua intermedia que sirve precisamente de puente (que no de bruja).

Hace dos semanas anduvieron por los medios españoles el exónimo Fráncfort y el endónimo Frankfurt. (O sea, la manera de nombrar desde fuera y desde dentro un mismo sitio; si bien en este caso el endónimo se pronunciaba más bien desde fuera). La imponente feria literaria de aquella localidad alemana ha servido para dejar claro una vez más que a la hora de no ponernos de acuerdo carecemos de rival. La comunicación oficial de distintos organismos de España, como país invitado de honor en la feria, alternó en castellano las dos opciones, a pesar de que tanto nuestras academias como el Diccionario geográfico universal del mexicano Guido Gómez de Silva recomiendan la forma Fráncfort. La representación española no se puso de acuerdo, pues, ni consigo misma.

La ciudad nació hace unos 20 siglos, al establecerse allí el campamento romano encargado de vigilar un utilísimo vado (furt en alemán) en el río Meno. Por ese paso poco profundo que permitía cruzar las aguas llegaban los francos con sus mercancías, así que no tardó en llamarse Vadum Francorum (“el vado de los francos”: los pueblos libres que se establecieron en la Galia y se expandirían por Europa). Con el tiempo y unos cuantos acontecimientos más, el lugar se denominaría Frankenfurt, de donde derivó la grafía actual.

Más tarde, en el siglo XI, la villa fue sede de una feria de gran éxito entre los mercaderes europeos, quienes distribuyeron su nombre por todo el continente. Esto propició que fuera conocida en francés como Francfort y en italiano como Francoforte, con esas traducciones mocosuena que comentábamos hace unas líneas; y en español, como Francfort (todavía sin tilde), por la influencia gala.

Si quieres apoyar la elaboración de periodismo de calidad, suscríbete.
Suscríbete

Carlos I de España y V de Alemania fue elegido emperador precisamente en esa ciudad en 1519, postulado por el arzobispo de Maguncia (Mainz), y en las crónicas del historiador Prudencio de Sandoval en 1634 (Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V) se lee “Francfort” (y “Maguncia”). Y en Fráncfort, lugar natal del gran poeta y dramaturgo Johann Wolfgang von Goethe, en 1749, fue firmado por Francia y Alemania el tratado que puso fin a la guerra francoprusiana en 1871, mediante el cual Alemania se quedó Alsacia. Ya en los años cuarenta del siglo XX, esa ciudad dio nombre a la corriente filosófica de la Escuela de Fráncfort (Theodor Adorno, Mark Horkheimer, Herbert Marcuse, Walter Benjamin, Jürgen Habermas...).

Diego Núñez de Alba escribió “Francfort” en 1552 (Diálogos de la vida del soldado), y lo mismo harían, siglos después, Blasco Ibáñez, Galdós, Larra o Rubén Darío. Estos y muchos datos más han otorgado al exónimo Fráncfort una fuerte tradición en español, y por ello las academias recomiendan esa grafía (con el gentilicio francfortés) frente al endónimo Frankfurt.

Otros topónimos alemanes también han sido adaptados al español: München (Múnich), Köln (Colonia), Regensburg (Ratisbona), Bayern (Baviera), Speyer (Espira), Sachsen (Sajonia), Trier (Tréveris), Tübingen (Tubinga), Aachen (Aquisgrán), Hamburg (Hamburgo), Freiburg (Friburgo), Göttingen (Gotinga), Koblenz (Coblenza), Nürnberg (Núremberg). En cambio, no alcanzaron esa gloria localidades como Bayreuth, Düsseldorf, Potsdam o Karlsruhe, que carecen de exónimo para nosotros. Y algunas acabaron perdiendo el que tenían, como Stuttgart (Estucardia), Bremen (Brema), Leipzig (Lipsia) o Nürnberg (Nuremberga).

Hay quien prefiere hoy en día “Fráncfort” y quien, por el contrario, dice “Frankfurt”. Este último nombre recoge la actual tendencia homogeneizadora de los aeropuertos. El otro evoca un superior conocimiento del castellano y de la historia.

Una buena parte de la comunicación oficial española en castellano sobre la feria eligió decir “Frankfurt”. Habrá sido casualidad.

Apúntate aquí al boletín semanal de Ideas.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_