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Carlos Nobre: “La Amazonia ya muestra síntomas de muerte”

El científico brasileño, metereólogo, alerta: en el sur del gran pulmón verde del planeta cada vez llueve menos y su clima puede dejar de ser tropical

Naiara Galarraga Gortázar
Carlos Nobre
El científico Carlos Nobre fotografiado en junio en São José dos Campos, en São Paulo.Lela Beltrão

Atención, europeos. Una hectárea en la Amazonia tiene unas 350 especies distintas de árboles, más que todo el continente europeo. Es un dato que el científico brasileño Carlos Nobre, de 71 años, desliza para explicar la magnitud de la mayor selva tropical del mundo y el papel crucial que desempeña ante el calentamiento global. Científico del sistema terrestre, es una autoridad dentro y fuera de Brasil. Conoció la Amazonia a principios de los setenta gracias a un profesor universitario empeñado en que su alumnado visitara las diversas regiones del país. Quedó fascinado. La experiencia derivó en una premiada carrera que le acaba de abrir las puertas de la Royal Society de Londres, una de las academias científicas más antiguas del mundo. El único compatriota con ese honor fue el emperador Pedro II en el siglo XIX. Nobre recibe un viernes por la tarde en São José dos Campos, cerca de São Paulo. Allí vive y trabajó durante décadas en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales. Aún investiga y participa del debate público.

Pregunta. ¿El estudio del clima le llevó a la Amazonia o fue al revés?

Respuesta. Estudiaba Ingeniería Electrónica y tuve mucha suerte. Los de mi curso fuimos dos años seguidos a distintos lugares de la Amazonia en las vacaciones de verano. El director del Centro Técnico Aeroespacial quería que conociéramos todo Brasil. Fuimos en un avión pequeño, un ­DC-3 de la II Guerra Mundial, que volaba muy bajo. Prácticamente no había deforestación. Quedé fascinado. Primero fui ayudante de laboratorio en barcos de investigación. En 1976 ayudé a medir por primera vez la temperatura del río Negro. Ahí decidí ser científico. Pedí plaza en tres universidades de EE UU. Elegí el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde me doctoré en Meteorología. En 1983 volví a la Amazonia y empecé a medir cómo la selva y los pastos interactúan con la atmósfera.

P. ¿Por qué la selva amazónica es importante? ¿Qué papel desempeña ante el cambio climático?

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R. Es muy importante para la estabilidad climática del planeta por dos razones: almacena entre 150.000 y 200.000 millones de toneladas de carbono. Si la perdemos, ese carbono irá a la atmósfera y contribuirá al calentamiento global. No alcanzaremos los objetivos del Acuerdo de París. Y tiene la mayor biodiversidad del planeta. En una hectárea de selva amazónica hay 350 especies de árboles diferentes, más que todo el continente europeo. La Amazonia tiene 16.000 tipos de árboles. Cada año se descubren decenas de especies. Y es muy resistente.

P. ¿Por qué?

R. A diferencia de cualquier otro bioma o bosque de latitudes medias, es muy eficiente al reciclar agua. Durante la estación seca, hay árboles que recogen agua hasta a 12 metros de profundidad. La estación seca es —en muchas zonas de la Amazonia— corta, inferior a cuatro meses. La temperatura es estable, 30 grados, excelente para la fotosíntesis. Y tiene un dosel tan denso que solo el 4% de la radiación solar llega al suelo. Si cae un rayo, el fuego no se propaga. Sin incendios, el número de especies es muy alto.

P. ¿Cuánto queda para llegar al punto de inflexión? ¿Cuándo dejará la Amazonia de ser parte de la solución (al absorber CO2) para convertirse en emisor (especialmente por la quema que acompaña a la deforestación) y parte del problema?

R. Ya muestra síntomas de muerte en el sur, prácticamente desde los Andes hasta el océano Atlántico, tocando Perú, Bolivia y Brasil. Son 2,3 millones de kilómetros cuadrados.

P. ¿Cuáles son los síntomas?

R. La estación seca dura cinco semanas más que a principios de los ochenta, por encima de los cuatro meses. Si en el futuro próximo alcanza los cinco meses, su clima dejará de ser tropical.

P. Si la Amazonia se muere, ¿quién la está matando?

R. Hay dos culpables. La población mundial, por el calentamiento global derivado de los combustibles fósiles —por cierto, enhorabuena a España, que el año pasado generó durante semanas energía eléctrica libre de combustibles fósiles—, y el modelo de desarrollo de la Amazonia, sobre todo agropecuario, que Brasil inició y se expandió a casi todos los países amazónicos. Para la dictadura militar brasileña, la selva era enemiga del desarrollo, una mirada que comparte Bolsonaro. El bosque tropical no vale nada, debe ser sustituido por la ganadería, la agricultura, la minería. Hemos retrocedido 50 años.

P. ¿Cómo es vivir cuando uno tiene siempre presentes los datos que alertan de que la humanidad se encamina al suicidio colectivo?

R. Muchos científicos, principalmente del área del clima, están entrando en depresión. Yo no. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, del que he sido miembro, alerta, alerta y alerta. ¿Y qué hace el mundo? Nada. En la lucha contra la pandemia del covid actuamos inteligentemente: una actuación rápida, enérgica, apoyada en la ciencia. ¿Y con la crisis climática, que es mucho peor? No. Las emisiones siguen aumentando, ahora con la guerra en Ucrania. El Acuerdo de París prevé la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en un 50% para 2030. ¿Lo lograremos? No.

P. ¿Quién debe pagar la transición?

R. Los países ricos. Los países africanos suman alrededor del 3% de las emisiones. Y son los más vulnerables. Los países ricos tienen una culpa que pagar. El acuerdo climático creó un fondo para pérdidas y daños. ¿Cuánto han puesto los países ricos? Cero. Y está el llamado Fondo Verde: prometieron 100.000 millones, han puesto 79.000 millones. Solo que la mayor parte son préstamos. Los países ricos no están colaborando ni con dinero.

P. ¿Qué supone para usted que su país fuera visto en materia ambiental como alumno aventajado y ahora sea un villano planetario?

R. Es muy triste. Brasil lideraba las negociaciones climáticas y las de protección de la biodiversidad. Los científicos estábamos satisfechos; desde Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), los presidentes habían mostrado preocupación por implementar una política ambiental eficaz. La deforestación se redujo mucho hasta 2012, sobre todo con Marina Silva, ministra [de Medio Ambiente] con Lula da Silva. Luego empezó a aumentar. En los tres últimos años, con este Gobierno, ha explotado. El año pasado perdimos 13.000 kilómetros cuadrados.

P. ¿Este año será más?

R. Ya lo es. Los primeros cuatro meses son el récord en 15 años. Y sabemos que en años electorales (Brasil votará en octubre) siempre hay tendencia a que aumente. Están los políticos que venden la idea de que pueden seguir expandiendo la ganadería y luego el presidente [Bolsonaro] con un discurso favorable a que se extraigan minerales de las tierras indígenas. Visitó a unos mineros ilegales en el territorio indígena de Raposa Serra do Sol… ¡El presidente de la República!

P. ¿Es el mayor enemigo del medio ambiente?

R. Es el líder del movimiento antiambiental. Brasil es muy importante por la preservación de la Amazonia, que preocupa al mundo. Y tenemos un presidente que quiere su fin. No es casualidad que Trump, López Obrador, Maduro, Orbán, Duterte, Erdogan… populistas, semidictadores, estén contra la política ambiental. No es un asunto ideológico, de derechas o de izquierdas.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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