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Punto de observación
Columna
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Feijóo: una decisión de alto coste

El próximo presidente del Partido Popular ya no podrá decir que él nunca ha pactado con Vox porque no será cierto

Soledad Gallego-Díaz
Ideas 13-03-22
Patricia Bolinches

La crisis en política ha sido definida como un momento de transformación, un momento en el que se reconoce que se puede, y de hecho se debe, hacer una intervención decisiva. La crisis del Partido Popular, que se inició con la moción de censura a Mariano Rajoy y estalló con la pelea entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso, exigía esa intervención determinante y Alberto Núñez Feijóo la ha tomado. Tenía en su mano la oportunidad de impedir un gobierno de coalición con la extrema derecha en Castilla y León y convertir de nuevo al PP en un partido conservador europeo, que demostrara que puede dirigir España desde un centro derecha moderado. El dirigente popular ha optado por una intervención decisiva, desde luego, pero en un sentido totalmente contrario: en lugar de desplazar a Vox, le ha dado entrada en un gobierno, por primera vez en la democracia española, y ha convertido al PP en el aliado de una extrema derecha rechazada en la mayoría de los países de la Unión Europea. Y lo ha hecho además en un momento especialmente peligroso: se ha colocado en el margen extremo del Partido Popular Europeo cuando la formidable crisis política y económica que ha provocado la invasión de Ucrania por tropas rusas exige la máxima unidad y cooperación entre gobiernos y partidos de la UE.

La entrada de la extrema derecha en un gobierno autonómico es una noticia triste. Se equivocaría el Partido Socialista o la izquierda en general si creen que la invitación del PP a la extrema derecha puede proporcionarles réditos electorales. Es cierto que los populares debieron tomar la decisión hace ya días y que sus dirigentes solo ofrecieron una resistencia más o menos teatral a la exigencia inicial de Vox de entrar en el gobierno. Aún así es de lamentar que el Partido Socialista no tuviera la audacia, no sólo de ofrecerse a apoyar al candidato popular con su abstención sino de hacerlo público el mismo miércoles por la noche, cuando se anunció una momentánea “ruptura” de las negociaciones con Vox. Por lo menos, habría quedado en evidencia que todo era una ficción.

Nadie en la izquierda o la derecha debería ignorar la gravedad del paso dado. Es cierto que el PP y otros partidos europeos han llegado ya en otros momentos a acuerdos de investidura con la extrema derecha. Pero una cosa son esos acuerdos y otra, mucho más peligrosa, darles acceso a los órganos de gobierno. Es desde los gobiernos, ejerciendo el poder y la gestión, desde donde Vox hará valer su programa y difundirá su mensaje. Por primera vez, la extrema derecha ha conseguido en España saltar el cordón sanitario y adquirir lo que los expertos llaman “un escudo reputacional”. Desde el Gobierno de Castilla y León y desde la presidencia de las Cortes de esa comunidad autónoma, Vox defenderá sus temas más queridos y controvertidos. No tardaremos en ver cómo la inmigración, el nacionalismo excluyente, la reivindicación de los valores más rancios, machistas y racistas ocupan el debate político en esa comunidad y cómo saltan desde allí a otros escenarios políticos. La lectura de los cinco folios del programa de legislatura no alivia la preocupación: se trata de una lista de generalidades, un prodigio de ambigüedad y frases hechas, que deja abiertas muchas puertas a las exigencias de Vox.

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El candidato popular, Alfonso Fernández Mañueco, jamás estuvo en situación de tomar una decisión contraria a los intereses de Núñez Feijóo. Si el nuevo líder de los populares no hubiera querido, Fernández Mañueco no habría dado nunca ese paso, así que el próximo presidente del PP no puede esconderse ni rechazar la responsabilidad en lo ocurrido. Feijóo llega a la dirección del PP con una decisión tomada que puede marcar toda su trayectoria política futura. Ya no podrá decir que él nunca ha pactado con Vox porque no será cierto. Pudo haber ayudado a cambiar toda la desagradable dinámica política de este país y con los hechos parecer haber renunciado a ello. Si ahora quiere volver a dar un giro, lo tendrá mucho más difícil porque, una vez más, un dirigente político español ha sacrificado su credibilidad a sus intereses más inmediatos.

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