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TRABAJAR CANSA
Columna
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En este pueblo narcotizado

Las palabras de Otegi revelan un complejo de superioridad que resulta esclarecedor: esta gente que solo piensa en vivir tranquila, tener un trabajo, una familia, está amodorrada. Malditos pequeñoburgueses

Íñigo Domínguez
El secretario general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, este jueves en San Sebastián.
El secretario general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, este jueves en San Sebastián.Javier Etxezarreta (EFE)

El 8 de abril de 2018, ETA divulgó un comunicado sobre “el daño causado” que, entre otras cosas, decía: “ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor, y desea manifestar que nada de todo ello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo”. Otegi dijo este martes frases con palabras idénticas, y parecía algo, porque las otras ya se nos habían olvidado. A él seguro que no, tendrá apuntadas estas cosas, pero las hace pasar por nuevas. Un aniversario del fin del horror sin que él aparezca por ahí sería demasiado bonito para ser cierto. Sigue haciendo copia y pega de parrafitos de ETA porque cree que a los suyos les da legitimidad seguir el hilo de la gloriosa tradición, pero es al revés, se la quita. Debería poder existir un partido independentista y de izquierda normal en el País Vasco, que no tuviera nada que ver, ni remotamente, con el horror. Pero Otegi se cree imprescindible, cuando solo es insoportable. A ver si algún amigo se lo dice.

Las otras palabras de Otegi, horas después ante sus congéneres, han causado mucho revuelo, pero han quedado eclipsadas las menos estridentes. Es normal, la chorrada más grande se lleva el protagonismo. Pero había otras que, bien miradas, son de notables proporciones: “Me alegro no tanto por lo que hemos dicho, que también, sino porque hemos vuelto a colocarnos en el centro del tablero, porque en este pueblo narcotizado hemos vuelto a hacer plas y a darle una patada al hormiguero”. Qué dos expresiones tan curiosas: un pueblo narcotizado y unos individuos que hacen plas.

Revelan un complejo de superioridad del hablante que resulta esclarecedor, no solo familiar. Es un salvador, un profeta, en el ejercicio de su comprensible vanidad. En cambio, esta gente que solo piensa en vivir tranquila, tener un trabajo, una familia, está amodorrada. Malditos pequeñoburgueses. Mira que olvidarse de las prioridades, de la lucha, de la utopía. Todo culpa de Netflix, del satisfyer. Menos mal que sobrevolando la ciudad, como Batman, tenemos a unos tipos que hacen plas. Unos individuos que tutelan a esta masa de borregos para despertarlos, ponerlos en la recta vía, recordarles lo importante. Es un pueblo que se resiste a ser liberado por esta élite de listos, que creen dirigir el mundo, o el Gobierno de Madrid, desde su guarida secreta.

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Por razones de trabajo tuve relación durante un tiempo con exterroristas italianos. A pesar de los años, había dos frases que a algunos les costaba mucho decir, una cuestión de soberbia revolucionaria. Una: “Hemos perdido”. Dos: “No teníamos razón”. La primera se enmarca en una concepción de lo ocurrido como una guerra, y aunque era precisamente la suya, no asumen el resultado. Es un cálculo completamente majara, pero es que suponían que tenían que vencer. Porque el pueblo, creían, estaba de su parte, pero estaba como narcotizado, no les seguía. La segunda frase es más puñetera, porque supone admitir que todo fue un gigantesco error. No un error político, que tienes que dimitir y tal, sino un error moral monstruoso, y es que entonces te tienes que encerrar en casa y callarte para siempre. Abres un estanco, intentas pasar inadvertido. No tienes autoridad ni para dirigir un orfeón. Da igual lo privilegiado que sea tu cerebro o tu sagaz olfato político, son tesoros que la humanidad se perderá. No sé si Otegi alguna vez condenará a ETA, pero creo que será más fácil que oírle decir una de estas dos cosas. Quiere seguir haciendo plas.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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