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Columna
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Cuidado, quizá es usted comunista y no lo sabe

El PP dice que regular el alquiler como en Nueva York o Berlín es comunista y suicida. Yo no sé si mucha gente que conozco es comunista, lo dudo mucho, pero sí que la veo al borde del suicidio con el precio de los pisos

Íñigo Domínguez
PP Ley de vivienda
El presidente del PP, Pablo Casado, en la convención nacional del partido, el pasado 3 de octubre, en Valencia.Manuel Bruque (EFE)

Siempre me intrigó el célebre concepto de la mano invisible de la economía, que Adam Smith describió en 1759. Hablando de los ricos, decía: “A pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque solo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, comparten con los pobres el fruto de todos sus progresos. Son conducidos por una mano invisible a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiera estado repartida en porciones iguales (…), y entonces sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad”. Traducido, las ganancias de las empresas caen natural y misteriosamente en cascada sobre el resto de los mortales. Un milagro: no solo es que la famosa mano no se vea, es que ni idea de cómo funciona. Estas semanas hemos tenido un ejemplo luminoso: los llamados “beneficios caídos del cielo” de las compañías eléctricas. Ahora bien, temo que a los demás solo nos queda la bonoloto. Por eso quizá es necesario que no todo sea esperar un prodigio e intervenga un Gobierno o alguien, una mano bien visible, como con la factura de la luz o los alquileres.

Sin embargo, el PP dice, como con todo, que regular el alquiler como hacen en Nueva York o Berlín es comunista y suicida, que a lo loco se vive mejor. Yo no sé si mucha gente que conozco es comunista, lo dudo mucho, pero sí que la veo al borde del suicidio con el precio de los pisos y de los alquileres. Decía John Lennon que la vida es lo que te pasa mientras estás haciendo planes. Más bien es lo que te pasa mientras estás pensando cómo demonios harás para comprarte un piso o vivir con estos alquileres. Pero si a usted le pasa eso, cuidado: quizá es usted comunista.

Arrastramos una derecha un poco arcaica, que en Europa les hace gracia, como ver las fotos de los abuelos. Aquí les presentas un socialdemócrata bávaro y lo toman por un peligroso bolivariano. Pero se equivocan llamando comunista a tanta gente corriente y nada ácrata, porque a muchos que no lo han sido en su vida les entran dudas de si a lo mejor lo son y no se habían dado cuenta. Le pierden miedo, se miran y ven que no tienen cuernos ni rabo. No sé si la derecha es consciente de que está creando más comunistas de los que hay realmente. Es un auténtico motor de conciencia de clase.

Para más confusión, si estos que mandan son comunistas (y creo que en el Gobierno son todos propietarios de piso y ninguno vive de alquiler), despista mucho ver luego a Iván Redondo, que no cita a Lenin, sino máximas de El coche fantástico, y va por ahí con piezas de ajedrez en el bolsillo, o a Antonio Miguel Carmona, un socialista que de repente es vicepresidente de Iberdrola.

La verdad es que las tentaciones de ser comunista son constantes. Últimamente hay titulares que si los lees en voz alta en el metro puedes organizar una revolución allí mismo. Este del lunes: “Una de cada tres multinacionales españolas paga en impuestos menos del 10% de su beneficio global. Veinte grandes grupos abonaron al fisco menos del 2% de sus ganancias en 2018”. Con los Papeles de Pandora o el papelón del día después de las estrellas de la convención del PP tienes una revelación: ahí sí que ves por fin la mano invisible. Es una epifanía, te invade una honda sensación espiritual de estar haciendo el tonto. Si nos contaran a todos el truco de la mano invisible en sociedades ocultas y chanchullos, si estuviéramos en la pomada, no nos confundirían con comunistas. Además es que luego votamos mal y es peor.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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