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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Satisfyer, ‘mon amour’

Es la crisis del sexo y del amor la que incita a millones de mujeres a masturbarnos con tecnología ‘Air Plus’ porque, desgraciadamente, nuestras vidas no son el videoclip de ‘Aprendiendo el sexo’ de Bad Gyal

El auge de ventas y popularidad de Satisfyer disparó todas las alarmas.
El auge de ventas y popularidad de Satisfyer disparó todas las alarmas.

Eva Illouz y Dana Kaplan tienen razón. En su breve ensayo El capital sexual en la Modernidad tardía (2020, Herder Editorial, S.L., Barcelona), afirman: “La esfera sexual ha llegado a comercializarse ampliamente hasta el punto que los placeres sexuales, las identificaciones y las experiencias participan en la marca de los yoes abiertos, libres y empoderados”. Así que confieso ser colaboracionista de los intereses y las estrategias neoliberales que, entre otros tantos desastres y ridiculeces, han convertido el sexo en el principal indicador de libertad, empoderamiento y cosmopolitismo de la cultura contemporánea. Sí, lo confieso. Y me disculpo. Y me perdono. Confieso no por tortura, no por chantaje, no por verdad; confieso porque la confesión es uno de los siete sacramentos de la Iglesia católica. Me disculpo porque las disposiciones de conversión, arrepentimiento y reparación reciben el perdón de Dios por los pecados cometidos después del bautismo, así como también la reconciliación con la Iglesia. Finalmente, me perdono porque mi disposición de arrepentimiento y reparación, como mi ego, es humana, no divina, y, en consecuencia, mi capacidad de conversión es tan limitada como soberbia: imposible otra reconciliación que no sea la de para conmigo misma. Confieso porque en un contexto u otro, en un hecho u otro, en un deseo u otro, todos somos colaboracionistas. “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).

Confieso ser colaboracionista de estrategias neoliberales que han convertido el sexo en el principal indicador de libertad

Admito ser desastrosamente ridícula subiendo stories o selfies en el feed de Instagram espectacularizando mi capital, mis cualidades y mis expresiones eróticas para producir valor sexual que interpele al Prójimo y, de este modo, legitimarme como una mujer creativa, arriesgada y singular. Mi hipersexualización no sólo es un hobby o una elección, también es una demostración de autoestima y autorrealización, también es una exigencia a cumplir en nombre del ideal moderno de liberación sexual. No sólo soy colaboracionista, también soy víctima de la noción capitalista y productivista de la deseabilidad del yo: al mismo tiempo, deseo y sufro ser un sujeto deseable. Lo deseo por orgullo. Lo sufro, también, por orgullo. Lo asumo. Lo acepto. Incluso lo disfruto. Me divierte la perversión que se establece entre reivindicarme como un sujeto-mujer libre y sexual y resignarme a devenir un sujeto-mujer liberalizado y sexualizado. Esta dicotomía, aparentemente contradictoria, formada por la reivindicación (el derecho) y la resignación (el precio), es la misma que traviesa la controversia que generó Satisfyer desde la comercialización de su modelo Pro 2 en 2019, y que aún es vigente a día de hoy. Como feministas no podemos negar la victoria que supone que un succionador de clítoris —no un consolador vaginal—, visibilizando y normalizando la masturbación femenina y democratizando el orgasmo, sea un éxito. Como feministas anticapitalistas, tampoco podemos negar el peligro que supone que el precio a pagar por nuestra liberación sexual sea la mercantilización de nuestra sexualidad. La contradicción: me reivindico y me resigno.

No sólo soy colaboracionista, también soy víctima de la noción capitalista de la deseabilidad del yo

El auge de ventas y popularidad de Satisfyer disparó todas las alarmas. Mientras el orgasmo clitoriano pasaba de ser un tabú a ser una cuestión mainstream, la deshumanización del sexo, la mecanización del orgasmo y la inmediatez como premisa capitalista versus la dedicación y la ternura, fueron algunas de las críticas que las feministas generamos o de las cuales nos tuvimos que hacer cargo. Sin embargo, ¿en qué contexto, sexual y afectivo, se desarrolló la fama del juguete sexual más aclamado y odiado de la historia? ¿Acaso, antes, la dedicación y la ternura caracterizaban nuestras experiencias sexuales? ¿Acaso no habíamos experimentado ya la deshumanización del sexo y la mecanización del orgasmo o, directamente, la dificultad para alcanzarlo? ¿Acaso estábamos satisfechas? Fue y es, precisamente, la crisis del sexo y del amor, propia de nuestra contemporaneidad, la que incita a millones de mujeres a masturbarnos compulsivamente con tecnología Air Plus porque, desgraciadamente, nuestras vidas no son el videoclip de Aprendiendo el sexo de Bad Gyal. Sí, me vuelvo a confesar. Y a contradecir. Me disculpo. Me perdono. No me queda otra. Me queda poco. Lo que hay. Ser libre y empoderada. Ser de dudosa moralidad. Confesar el desastre y el ridículo, el vacío que substituye el piti de después. Del mismo modo que Lenin sintió entusiasmo por Taylor y Gramsci por Ford, yo me abandono al vaivén, a exponerme a malograr lo que deseo, a perder lo que intento. “¡Ah, el cielo queda lejos! / Los labios - se acercan en la bruma... / ¡Dios, no juzgues - no fuiste / una mujer sobre la tierra!”, escribió Marina Tsvietáieva.

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