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Seguimos la actualidad política como si fuera un deporte o un grupo de música

En lugar de hablar de la polarización entre izquierda y derecha, el analista político Ezra Klein señala la división entre adictos a la información y desinteresados. ‘Ideas’ adelanta un extracto de su nuevo libro, ‘Por qué estamos polarizados’

Barack Obama es entrevistado por Ezra Klein, de ‘Vox’, en enero de 2017 en Washington DC.
Barack Obama es entrevistado por Ezra Klein, de ‘Vox’, en enero de 2017 en Washington DC.MANDEL NGAN (AFP via Getty Images)

He sido periodista político durante más de quince años. En ese tiempo, he sido bloguero, reportero de periódico, colaborador de revista, editor de formato largo, columnista de opinión, presentador de noticias por cable, un personaje de las redes sociales, estrella de vídeos virales, autor de pódcast y empresario de medios de comunicación. Lancé Wonkblog, la columna online sobre política en el Washington Post, y he sido cofundador y primer editor jefe de la organización de explicación de noticias Vox, la cual llega ahora a más de cincuenta millones de personas cada mes. Cuando estaba lanzando Vox, a menudo me preguntaban quiénes eran nuestros competidores. La gente esperaba que respondiera que nuestros competidores eran otros sitios de análisis y noticias con mucho contenido político. The Atlantic, el FiveThirtyEight de Nate Silver, el Washington Post. Pero la verdad es que otros sitios de noticias eran más colaboradores que competidores en el esfuerzo compartido por involucrar a la gente en política. Si Silver convertía a un fanático de los deportes en adicto a la política, era más probable que esa persona leyera la cobertura política de Vox. Pero si alguien no estaba interesado en la política o simplemente estaba más interesado, por ejemplo, en los consejos de jardinería o en volver a ver viejos episodios de Friends en YouTube, entonces esa persona estaba fuera de nuestro alcance.

Digo todo esto para dar algún peso a mi siguiente frase. La verdad principal que he aprendido acerca de la audiencia en todos y cada uno de esos lugares es que casi nadie se ve obligado a seguir la política. Hay profesionales de los grupos de presión y los asuntos de gobierno que necesitan estar al tanto de los desarrollos legislativos y regulatorios para hacer su trabajo. Pero la mayoría de las personas que siguen la política lo hacen a modo de pasatiempo; como seguirían un deporte o a un grupo de música. No podemos confiar en que la gente nos lea por obligación; tenemos que competir con todo lo demás por su atención. Rachel Mad­dow está en guerra con las reposiciones de The Big Bang Theory. El canal de YouTube de Vox compite con los juegos de Xbox. (...) Esta lógica se extiende hasta los mismos bordes de nuestra vida consciente y más allá. El director ejecutivo de Netflix, Reed Hastings, dijo que su mayor competidor es el sueño. Este es el contexto en el cual el periodismo político moderno se produce y se consume: una guerra total por el tiempo de una audiencia que tiene más opciones que en cualquier momento de la historia. (…)

A mediados de la década de los 2000, los medios de comunicación habían subido vastos archivos que fueron vinculando con las viejas informaciones, que tenían motores de búsqueda internos y, más importante aún, habían puesto todo esto disponible para Google. Si quería leer sobre algo que había sucedido un año o diez años atrás, estaba allí disponible, incluso si lo único que sabía eran unas cuantas palabras generales que apuntaban hacia el tema. Nunca había sido ni remotamente posible estar informado políticamente de esta forma.

En la mayoría de los modelos de política democrática, la información es la restricción. Los votantes no tienen el tiempo o la energía para leer los gruesos tomos de teoría política y mantenerse al día sobre cada acto del Congreso, por lo que dependen de los políticos profesionales —representantes elegidos, voluntarios de la campaña electoral, empleados de los partidos, los grupos de presión, expertos—, que tienen ese tiempo y esa energía. Lo que sigue de este modelo es tentador: si la información deja de ser escasa, si se vuelve libre y fácilmente disponible para todos, el problema fundamental que aflige a los sistemas democráticos quedaría resuelto.

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Entonces los sueños de los teóricos democráticos de todo el mundo se hicieron realidad. Internet hizo que abundara la información. El aumento de las noticias online proporcionó a los estadounidenses acceso a más información de la que nunca habían tenido. Sin embargo, las encuestas mostraban que no estaban, en promedio, más informados políticamente. Tampoco estábamos más involucrados: la participación de los votantes no experimentó un crecimiento con la democratización de la información política. ¿Por qué? En los primeros 2000, el politólogo de Princeton Markus Prior se propuso desentrañar esta aparente paradoja. La forma en que resolvió el problema es, en retrospectiva, obvia. Lo que ofreció la revolución de la información digital no fue solo más información, sino más opciones de información. Sí, ahora había más canales de noticias por cable, pero fueron eclipsadas en número por los canales que no tenían ningún interés por las noticias: canales que ofrecían las veinticuatro horas del día recetas de cocina, reparaciones y bricolaje en el hogar, viajes, comedia, dibujos animados, tecnología, películas clásicas. Sí, puede leer online la cobertura política de cualquier periódico o revista del país, pero también puede leer muchas más cosas no políticas: la explosión de los medios políticos fue más que igualada por la explosión de los medios que cubren música, televisión, dietas, salud, videojuegos, escalada, espiritualidad, rupturas sentimentales de celebridades, deportes, jardinería, fotos de gatos, registros genealógicos...; en realidad, todo.

El factor clave ahora, argumentaba Prior, no era el acceso a la información política, sino el interés por la información política. Desarrolló su argumento a través de la comparación con la televisión. Al igual que Internet, la televisión multiplicó la cantidad de información disponible para la gente y se extendió como un reguero de pólvora. Pero, a diferencia de Internet, la televisión, al menos los primeros años, ofrecía pocas opciones. “Durante décadas la programación de los canales evitó situaciones en las que los espectadores tuvieran que elegir entre entretenimiento y noticias —escribió Prior en su artículo News vs. Entertainment—. En gran parte, las noticias no estaban expuestas a la competencia del entretenimiento, porque tenían su lugar a primera hora de la tarde y de nuevo antes de los programas nocturnos. Hoy en día, cuando tanto el entretenimiento como las noticias están disponibles todo el tiempo en numerosos canales y sitios web, las preferencias de contenido de la gente determinan la mayor parte de lo que ven, leen y escuchan quienes tienen acceso al cable o a Internet”.

La política estuvo una vez agrupada junto con todo lo demás e incluso los no interesados fueron empujados a consumir noticias políticas. Usted podía suscribirse al periódico para leer la página de deportes, pero eso significaba que tenía que ver los artículos sobre política en la primera plana. Podía tener un televisor porque se negaba a perderse I Love Lucy, pero, si encendía la televisión por la noche, terminaría viendo las noticias de todos modos. La revolución digital ofreció acceso a inimaginables cantidades de información, pero, de forma igualmente importante, también otorgó una capacidad de elección inimaginable. Y esa explosión de la capacidad de elección amplió la división interesado-desinteresado; una mayor oferta permitió que los adictos aprendan más y los desinteresados sepan menos. (…) Hablamos mucho sobre la polarización izquierda-derecha en las noticias políticas. No hablamos lo suficiente sobre la división que la precede: el abismo que separa a los interesados de los desinteresados.

Ezra Klein (California, 1984) es analista político y cofundador del portal ‘Vox’. Este extracto es un adelanto de ‘Por qué estamos polarizados’, de Capitán Swing, que se publica el 27 de septiembre.

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