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Tenemos menos recuerdos porque vamos mirando el móvil

Internet, el teléfono y las redes afectan a nuestra memoria. La psicóloga Julia Shaw analiza en su nuevo libro los mecanismos psicológicos y físicos que influyen en nuestro modo de recordar

Ilustración de Diego Quijano con imágenes de Getty Images
Ilustración de Diego Quijano con imágenes de Getty Images

Somos nuestra memoria. Somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Difícil encontrar una definición mejor de la memoria que la que ofrece Jorge Luis Borges en este poema. Recordar, una función esencial de nuestro cerebro, es comprobar también la fragilidad de nuestra memoria. Lo errónea que puede ser, lo vulnerable a contaminaciones a partir de lo recordado por otros, o incluso lo capaz de elaborar recuerdos falsos, como demostró la psicóloga Elizabeth Loftus. Los errores de la memoria son la norma y no la excepción, porque las experiencias de nuestra vida no quedan grabadas en nuestra mente, ni el pasado puede ser rebobinado sin más, sino que se almacenan en múltiples fragmentos, y, con el paso del tiempo, esos fragmentos desdibujados pueden recombinarse de un modo distinto a como ocurrieron los hechos en su día.

Sin atención no hay memoria. Y en un mundo dominado por infinitas distracciones tecnológicas es pertinente preguntarse si será más leve la huella de nuestros recuerdos. ¿Perderá datos nuestro ya frágil archivo del pasado? Julia Shaw, investigadora de Psicología y Ciencias del Lenguaje de la University College de Londres, aborda la cuestión en La ilusión de la memoria (Temas de Hoy, 2021). Un libro en el que repasa, desde un punto de vista neurológico, bioquímico y —sobre todo— psicológico, los mecanismos que permiten recordar, y los fallos de nuestra memoria.

Para empezar, caemos en el error de la multitarea. Creemos que es posible mantener una conversación doméstica mientras mandamos whatsapps con el móvil y echamos una ojeada a las noticias en la tableta. Pero nuestro cerebro no está preparado para hacer varias cosas a la vez. El neurólogo e investigador del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) Earl Miller estudia desde hace años cómo los humanos modernos somos especialistas en pasar vertiginosamente de una tarea a otra, más que en ocuparnos de multitud de tareas simultáneamente. Y ese salto entre distintas actividades conlleva un “coste cognitivo”. Dicho en otras palabras, nos aboca a realizar peor las tareas y tiene un impacto negativo en nuestra habilidad para recordar cosas más tarde, apunta Julia Shaw en su libro.

Lo sabe bien Margarita Diges Junco, catedrática de Psicología de la Memoria y codirectora de la Unidad de Psicología Forense Experimental de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). En los experimentos que conduce para comprobar la solidez de los testimonios en casos judiciales, ha visto cómo al realizar dos ejercicios a la vez, la memoria de los participantes se resiente. “Además de mirar las imágenes en una pantalla, les pedimos que se ocupen de otra tarea que no implica la vista, sino la mano, porque se trata de dibujar cruces y rayas”, explica por teléfono. “A la hora de recordar lo visto, el resultado es que mencionan cosas que no estaban en la filmación, incluso un autobús o una fuente inexistentes”.

¿Qué decir de la distracción que suponen los teléfonos inteligentes? “La gente tiende a prestar menos atención a lo que le rodea porque están atentos al móvil. Eso equivale a tener menos recuerdos de los actos de su vida”, explica Shaw por correo electrónico. “Y, además, así externalizamos en los móviles parte de nuestra memoria. Diversas investigaciones han demostrado que es menos probable que recordemos detalles complejos de lo que hemos hecho, o de dónde hemos estado, si nos dedicamos a fotografiarlo. No digo que no haya que hacer fotografías, pero hay que esforzarse por prestar atención y procesar lo que nos rodea. Si no, una puede encontrarse con que no sabe por qué sacó determinada foto, ni quién era la persona sentada a su lado.”

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Margarita Diges, de la UAM, subraya también los riesgos de desconcentración que plantean los móviles. “Cuando vas conduciendo, aunque estés mirando la carretera, si atiendes una llamada del móvil porque es importante, la atención que le prestas se la estás quitando a lo que te entra por la vista… la carretera”. Un estudio de la Universidad de Utah de 2006, que cita Shaw en su libro, comparó la conducta de los conductores bebidos con la de los que iban hablando por el móvil. Concluyó que, aun usando el manos libres, el riesgo de sufrir accidentes era similar entre ambos grupos.

También internet afecta a nuestra memoria. Gracias a la Red tenemos motores de búsqueda que proporcionan acceso a vastas cantidades de información, y contamos con vehículos de comunicación inmediata: las redes sociales. Brian Clark, investigador educativo de la Universidad Western Illinois, llegó a la conclusión de que, como resultado de esta conexión planetaria, nuestra memoria se está transformando. “La distinción entre recuerdo público y recuerdo privado se ha difuminado hasta desaparecer”, sostenía en un artículo de 2013. Lo que circula en las redes se vuelve nuestro recuerdo.

Cabe preguntarse si esa memoria colectiva será menos propensa a los errores que la privada. ¿Y la memoria histórica? En este caso hay un límite al error porque estamos ante datos históricos reales, precisa Margarita Diges. “Pero si uno se fija en momentos históricos como la Transición ve que ahora se recrean de una manera que quizás no es como los vivimos. ¿Lo que yo recuerdo se adecúa a lo que yo viví o más bien a una mezcla entre lo que viví y lo que he leído, porque estamos dándole vueltas a nuestra historia todo el tiempo…? Ya no lo sé. Lo que está claro es que la experiencia privada de esos hechos está teñida por el recuerdo colectivo, porque es muy difícil ir a contracorriente”.

Y resulta mucho más difícil cuando la memoria se puede refrescar fácilmente gracias a Google. Lo que no sería perjudicial per se, señala Shaw, aunque produce cambios en nuestra forma de recordar. Entre otras cosas porque ya no necesitamos recordar detalles menores: estos están almacenados en nuestro cerebro externo, que es internet. “En términos de aprendizaje, la memoria es ligeramente menos importante hoy, mientras que la habilidad de identificar información que se basa en evidencia lo es cada vez más”, asegura. Ya lo dijo Einstein: “Lo que te quepa en el bolsillo no lo guardes en el cerebro”.

Nuestro mundo hiperconectado facilita también el robo de recuerdos. En La ilusión de la memoria, de Julia Shaw, se recogen diversos experimentos que demuestran lo extendido que está el hecho de adueñarse inadvertidamente de los recuerdos relatados por otros. Algo que, señala Shaw, ha existido siempre, sobre todo en el ámbito familiar: un núcleo que comparte memorias comunes, y donde es más fácil que los recuerdos que relata uno de los miembros, con el tiempo, se los apropie otro. Y es que esos “espejos rotos” de los que hablaba Borges tienden a recomponerse aunque sea a costa de no reflejar la realidad.



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