Richard J. Bernstein: “Hemos perdido la noción del bien común”
El filósofo estadounidense, figura emblemática del pragmatismo, cree que esta corriente filosófica puede aportar luz y esperanza en estos tiempos inciertos
Yes we can fue un eslogan con un espíritu muy pragmático”, reflexiona el filósofo Richard J. Bernstein (Nueva York, 1932) desde su casa en Manhattan, donde, a sus 88 años, sigue impartiendo clases por videoconferencia. Este afable profesor de la New School for Social Research, nacido en el seno de una familia de inmigrantes judíos, reivindica la vigencia de una corriente de pensamiento estadounidense, el pragmatismo, que se conoce poco en Europa pese a haber influenciado a figuras de la talla del expresidente Barack Obama o del filósofo Jürgen Habermas. Un desconocimiento —cuando no un rechazo firme por parte de la filosofía continental— que Bernstein ha intentado remediar toda su vida, como queda reflejado en su último libro, Encuentros pragmáticos (Gedisa). En esta recopilación de textos, el pensador de izquierdas reafirma, en un diálogo con obras de filósofos como Kant o Marcuse y compañeros de vida como Hannah Arendt o Habermas, el carácter estéril de la oposición entre ambas tradiciones filosóficas, demostrando más bien su complementariedad en temas como el multiculturalismo, la democracia o el mal.
Esta tradición, asimilada erróneamente a un mal relativismo, considera que no existen verdades puras y absolutas: nuestros criterios éticos, políticos, estéticos son falibles y van cambiando, adaptándose en función de nuestras experiencias e intercambios con los demás. Para Bernstein, que fue al mismo colegio que Woody Allen y no se corta a la hora de usar bromas judías para explicar fenómenos políticos complejos, la democracia no es una forma de gobierno inmóvil, sino un experimento colectivo permanente, que se sostiene sobre la creencia de que la humanidad puede progresar incluso en los tiempos más oscuros.
PREGUNTA. ¿La filosofía pragmática puede ser útil para sobrellevar el momento que vivimos?
RESPUESTA. Creo que sí. El espíritu pragmático representa lo mejor de la idea progresista estadounidense, la antítesis a cualquier forma de desesperación o cinismo. Incluso en tiempos difíciles, busca cómo brindar iluminación y esperanza. Implica escuchar a los que piensan distinto y comprometerse con la sociedad. Es lo que creo que se necesita desesperadamente en todo el mundo, aunque no es una tarea fácil.
P. ¿Cómo crear ese diálogo dentro de un espacio público común cuando vemos a sectores de la población tan enfrentados como en EE UU tras la era Trump?
R. Es importante no demonizar a los votantes de Trump. No todos son extremistas. Hay motivos de sobra que explican la adhesión a su discurso en una sociedad liberal marcada por las desigualdades. Para analizar y combatir el trumpismo no sirven los absolutos, lo importante es intentar entenderlo. El supremacismo blanco siempre existió en EE UU, desde la guerra civil, pero estoy convencido de que esas ideas se pueden combatir hasta conseguir marginalizarlas.
P. ¿Confía en Joe Biden para llevar a cabo esa tarea?
R. Con Biden hay un retorno a la cordura, aunque la desigualdad es tan estructural que también es lícito hacerse esta pregunta: ¿hasta qué punto cambiarán las cosas? En realidad, tiene que ver con la naturaleza del capitalismo en este país. ¿Qué margen hay para el cambio? No lo sé, pero sí sé que es algo por lo que merece la pena luchar.
P. Dedica una parte importante de sus estudios académicos a la violencia, no solo física, sino también la simbólica, como puede ser la del capitalismo.
R. En mi opinión, la forma en la que está organizado el sistema capitalista internacional financiero fuerza este tipo de violencia sistémica. No existe la idea de una responsabilidad respecto a la pobreza. Incluso en el lenguaje, hemos perdido esa noción del bien común. Siempre podemos volver hacia atrás, hacia la idea de un bien común que desarrolló en su día Roosevelt, de incentivos y ayudas sociales.
P. Hoy presenciamos un debilitamiento de las instituciones por un tipo de autoritarismo que se apoya en verdades alternativas. En este contexto, ¿no es peligroso que el pragmatismo defienda que cualquier creencia está abierta al examen y a la crítica?
R. Hay que distinguir entre el falibilismo, que es la creencia de que puedes estar equivocado, contra un cierto relativismo que dice que todo vale. Yo sí creo en la verdad. Pienso que se tiene que luchar contra la idea de que no hay verdades. Las posiciones que van en contra de los hechos probados son perniciosas.
P. ¿Qué pensó el día del asalto al Capitolio? ¿Le sorprendió?
R. Me sorprendió, pero no por la razón más obvia. Me sorprendió que la policía y el FBI no fueran más efectivos. Que no se reprimiera el asalto más rápidamente. Aun así, creo que es un símbolo. Un verdadero shock. Existe la creencia en EE UU de que las instituciones son tan fuertes que la democracia nunca va a sucumbir. Es una ilusión. No solo por lo que pasó el 6 de enero, sino también por todo lo que se ha visto durante la presidencia de Trump. Hay gente que cree que la democracia es el libre mercado, otros que es solo un voto. Yo no creo que ese sea el corazón de la democracia. Democracia es un conjunto de prácticas sobre cómo tratas a los demás. Si no tienes respeto por el otro, si no hay la voluntad de dialogar con el otro…, sin ese ethos, la democracia se puede transformar en algo inútil.
P. El pragmatismo está muy conectado con el concepto de esperanza. En el caso de EE UU, donde existe una forma de racismo sistémico y casos como el de la muerte de George Floyd, ¿cómo mantenerla viva?
R. Es tentador pensar que no se puede hacer nada, pero es solo un mito. Déjeme que se lo explique con un ejemplo personal. Yo fui muy activo en dos movimientos: el de los derechos civiles y la movilización contra la guerra de Vietnam. Los estudiantes eran mayoritariamente apolíticos, no tenían interés en estos temas, solo se preocupaban de tener un buen trabajo y vivir en un barrio acomodado. Pero irrumpió el macartismo y, en reacción, empezó a cuajar una respuesta más organizada. Lo importante es no rendirse. No podemos infravalorar los movimientos sociales que están emergiendo en todo el mundo. Black Lives Matter, el feminismo en países como España… Un cambio muy significativo que ha ocurrido en nuestras vidas, y a escala internacional, es el del movimiento LGTBI. ¡Quién lo hubiera imaginado hace 20 años!
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