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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El asalto al Capitolio y el malestar de la política

Los ciudadanos de Estados Unidos han visto profanado el mito colectivo de la democracia americana.

Josep Ramoneda
Seguidores de Trump, durante el asalto al Capitolio estadounidense.
Seguidores de Trump, durante el asalto al Capitolio estadounidense.Manuel Balce Ceneta (AP)

Trump miente de manera compulsiva, pero no engaña. Dijo que llevaría su combate contra el resultado electoral hasta el último momento y mandó a un puñado de los suyos a asaltar el Capitolio. Los que, cuando llegó al poder, pensaban que el peso de la púrpura lo calmaría, leyeron mal al personaje. Uno de sus biógrafos, David Cay Johnston, dice que “no es un hombre que trate de comprender cómo le perciben los demás. Más bien desprecia a los que no le ven tal como se ve a sí mismo”. Necesita por tanto que los que se han dejado arrastrar por su espectáculo de falsas verdades, resentimiento y venganza, no le abandonen, porqué la herida a su narcisismo se haría insoportable. Por eso, los incita a la pelea. Es su carácter. Su modo de estar en el mundo. De ahí su irritación cuando algunos de sus serviles acompañantes de estos años, como el vicepresidente Mike Pence, antes de cruzar una frontera que podía echarles del espacio institucional, le han dicho basta. “La única cosa importante, decía Trump, es la unificación del pueblo, porque el resto de la gente no cuenta”. Y ¿quién es el pueblo? Los que le perciben como él se gusta y creen que llegará hasta el final. Y así ha sido, aunque ha quedado varado por la resistencia de la ciudadanía que votó masivamente y de las instituciones americanas.

Con el asalto al Capitolio, los ciudadanos de Estados Unidos han visto profanado el mito colectivo de la democracia americana. Una herida que tardará en cerrar. El partido republicano se ha visto obligado a volver a los cauces institucionales, después de haberlo acompañado en el delirio. Parafraseando a Judith Butler, Trump “es un niño que suelta su rabia” y los republicanos no han sido “el adulto a su alrededor para regañarlo”. Trump es incorregible porque es de un solo registro: el suyo, nada que venga de los demás lo penetra. Y sin embargo, de este vergonzoso choque final debería aprender lo que no entendió durante cuatro años de mandato: que, en palabras de David Cay Johnston, “los empresarios, como a menudo hace Trump, pueden despreciar a las personas y continuar con su vida. Los presidentes no gozan de esta prerrogativa. Deben lidiar con fuerzas siempre presentes que no están sometidas a su control”. La venganza es el objetivo de la acción, este es el principio de vida que Trump predicó en innumerables actos públicos mucho antes de ser presidente. Es improbable que el espíritu de revancha lo abandone. El problema de fondo es que la herencia de Trump conjuga con el signo de los tiempos.

El estrepitoso balance del período Trump exige una reflexión colectiva (y no solo en Estados Unidos sino en los muchos países como el nuestro en que crecen sus epígonos). No es un accidente. Es la expresión de un momento en que la política busca su sitio en la actual mutación del capitalismo y no lo encuentra. Por eso hay tanta gente dispuesta a seguir a un impostor de esta envergadura, que como toda la extrema derecha especula con el descrédito del sistema.

Como ha dicho Wendy Brown, el voto de Trump “es una mezcla, una composición heteróclita, que no traduce una adhesión incondicional: empleo, armas, bajada de impuestos, prohibición del aborto, supremacismo blanco, antifeminismo, islamofobia, nacionalismo, freno a la inmigración”. Es decir, una suma de razones o motivaciones de gentes con intereses y posiciones diversas que no configuran un bloque cerrado. Entre ellos, ciudadanos a los que la dinámica del capitalismo condena a sentirse superfluos que son terreno abonado a las mentiras, las teorías conspirativas y el resentimiento, cuando el horizonte personal se oscurece y nadie ofrece perspectivas de futuro. Trump ha especulado con ellos, mientras los demás respondían a la necesidad de cambio con un inmovilismo trágico: no hay alternativa.

Trump se irá, pero esta experiencia no quedará como una anécdota. La polarización no es casualidad. Es la consecuencia de una fase del capitalismo que ha dejado mucha gente desconcertada y desamparada que busca reconocimiento desesperadamente. ¿Por qué hay tantos ciudadanos que se sienten excluidos y buscan la redención en el autoritarismo y en el odio? Arrastradas por la quimera del crecimiento, la jerarquía del dinero y las trampas de la meritocracia, las democracias han perdido el aliento, se han estancado. No basta con condenar el asalto al Capitolio, o la política recupera el pulso o la sociedad quedará a los pies de la impostura del autoritarismo postdemocrático.

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