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“Somos sirvientes y figurantes”: así se construyó la trampa del ‘verano mediterráneo’

De las playas de cine a las costas desbordadas, exploramos los orígenes del sueño vacacional mediterráneo que hizo que las localidades de costa se vaciasen de autenticidad para convertirse exactamente en lo que el turista quería que fuesen

Cary Grant y Grace Kelly en 'Atrapa un ladrón'.
Cary Grant y Grace Kelly en 'Atrapa un ladrón'.Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)

Millones de personas planean sus vacaciones veraniegas con un propósito: que se acerquen todo lo posible a lo que sueñan cuando no están de vacaciones. Esto incluye el descanso y también lo que podría llamarse una estética del mismo. Que donde vayamos, nuestro descanso resulte tan perfecto que parezca de película. Se busca un escenario, formar parte de alguna ficción, el estuve aquí, como las camisetas y como el título del libro de Anna Pacheco, Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase, en el que la periodista comienza señalando una reflexión del antropólogo Marc Augé: “Viajamos para dar prueba de ello”.

Bajo ese paraguas, en este caso sombrilla, algunos países con orillas en el Mediterráneo ven desbordadas sus costas estos meses, cada vez más meses (como también apunta Pacheco). Son principales destinos turísticos desde hace décadas. Mientras tanto, en internet, el hashtag #veranomediterráneo va y viene como las olas con imágenes descontextualizadas con las que se pretende subrayar una geografía como canon. El Mediterráneo es el sur para la población europea, pero cada vez un todo y nada para más gente. Toca tierra en una veintena de países. El verano se sucede en ellos con infinitas particularidades. Con un genocidio, por ejemplo, sucede el verano mediterráneo en Gaza.

Sin embargo, si buscamos en las redes mediterranean summer, el algoritmo nos muestra palacetes sobre el agua, mesas tan sobrecargadas de comida como minuciosamente organizadas o bodegones un tanto absurdos compuestos por un libro y una naranja en alguna cala... ¿vacía? “La reconstrucción del territorio se basa en satisfacer los deseos de las personas que están de paso, no de las necesidades de las personas que lo habitan”, dice la periodista Ana Geranios en su libro Verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del sol. Para comerte una naranja tendrías que quitarle la piel. Si lo hicieras tú, quizás mancharas el libro, algo parecido a lo que este principio turístico que esconde todo eso con el trabajo de otros viene haciendo con la geografía del Mediterráneo desde mucho antes de que existiera internet.

Alain Delon y Romy Schneider en 'La piscina'.
Alain Delon y Romy Schneider en 'La piscina'.Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)
Jean Seberg y Deborah Kerr en 'Buenos días, tristeza'.
Jean Seberg y Deborah Kerr en 'Buenos días, tristeza'.Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)

En 1978, Raffaella Carrà cantaba que para hacer bien el amor hay que venir al sur. La cantante italiana se fue hasta Mallorca para grabar su videoclip. Aquel año llegaron 4 millones de turistas a la isla, según el informe Mar Balear; hoy son 16 millones. Hacer el amor en estas circunstancias resulta difícil, a no ser que puedas aislarte del bullicio, salir de él sin salir del sur, y permanecer en la distancia más romántica: la del estatus, donde solo para algunas personas las bondades de la ficción son realidad. Para el resto, una aspiración fijada.

Los elementos gráficos que constituyen el concepto viral del verano mediterráneo apelan a esa ficción. “Nos mantenemos en un simulacro de vacaciones que nos permitan pensar que no tenemos una vida tan de mierda si podemos simular lo que se hace en las películas”, sostiene la historiadora Déborah García, aunque no sea en un palacete sino alquilando el piso de alguien que ya se ha ido de ahí. Para llegar a hacer del Mediterráneo una postal estática a la que seguir aspirando (obligando a sus habitantes a la aspiración de la huida) ha hecho falta invertir en su ficción. “Los turistas consideran que una parte de lo invertido en sus viajes también compra a las personas que vivimos en estos lugares, sobre todo a las mujeres”, lamenta Geranios.

En los años cincuenta empresarios de Hollywood se paseaban seleccionando playas mediterráneas que servirían de escenario a sus estrellas, especialmente las femeninas. Con ellas, el consumo de las imágenes se multiplicaba porque “marcaban tendencia”, aunque cobraran menos. Siguen siendo tendencia, según un artículo de Vogue que en julio de 2023 explicaba un “nuevo estilo”, el tomato girl (chica del tomate). Su autora, Donya Momenian, apuntaba: “Se inspira en la costa mediterránea o en cualquier lugar donde los platos a base de tomate sean populares. Piensa en los jardines de Amalfi, las playas de Santorini y las calles de Barcelona”. No obstante, el modelo a seguir son las actrices y celebridades de Hollywood que pasean por el Festival de Venecia. “Cualquier lugar”, además, donde los tomates sean populares, también incluiría Latinoamérica, pero no.

Cary Grant y Grace Kelly en 'Atrapa un ladrón'.
Cary Grant y Grace Kelly en 'Atrapa un ladrón'.George Rinhart (Corbis via Getty Images)
Cary Grant en 'Atrapa un ladrón'.
Cary Grant en 'Atrapa un ladrón'.John Springer Collection (Corbis via Getty Images)

La creación del estatus de celebridad empezaba a ser capitalizado por el negocio del cine cuando, en plena posguerra en España, Franco concretaba un plan para diluir su imagen en la ficción. Entonces, la población de Tossa de Mar (Girona) tuvo que acoger y servir a Ava Gardner y el elenco de Pandora y el holandés errante. Continúa Geranios: “Somos sus sirvientes y los figurantes de las fotos que subirán a sus perfiles de las redes sociales. Su dinero nos salva (eso creen, eso nos hacen creer), ya que formamos parte del parque de atracciones en el que se han convertido nuestros barrios”. No existían las redes entonces, pero basta observar la película.

Con los colores relucientes del technicolor, los habitantes-extras, en la ficción y en la realidad, solo observan la trama (un idilio de amor). Para hacer bien el amor, en el sur, todo un pueblo debía estar al servicio de quien pudiera. “Si los malagueños y malagueñas no tienen un lugar en el que vivir, ¿quién va a atender a los turistas?”, declaraba la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, hace apenas unos días. Este verano, los malagueños y malagueñas han salido a las calles para protestar por la especulación inmobiliaria que, como en toda la costa del sur europeo, está premiando la burbuja de la vivienda turística.

A partir de aquella mitad de siglo, las actrices marcarían tendencia también en cuanto a los lugares que pisaban: Grace Kelly en Niza en Atrapa a un ladrón (1955), Brigitte Bardot en Saint-Tropez en Y Dios creó a la mujer (1956), a la que siguieron por la Riviera francesa Deborah Kerr y Jean Seberg en Buenos días, tristeza (1958). Como recoge el estudio Tourist see tourist do: the influence of Hollywood movies and television on tourism motivation and activity behavior, las películas dieron nuevas formas al escapismo del arte, en todos los sentidos. “El cine, a diferencia de la pintura, tuvo el poder de introducir el relato burgués en las casas de las clases trabajadoras, dio acceso a esas imágenes porque era un producto más accesible, y marcó así nuestro deseo”, añade García.

Brigitte bardot en 'Y Dios creó a la mujer'.
Brigitte bardot en 'Y Dios creó a la mujer'.Marka (Marka/Universal Images Group via)

El “aburguesamiento de la clase obrera” es, de hecho, una teoría sociológica. Según recoge Pacheco, en palabras de Emmanuel Rodríguez López, ese proceso “reconoció en el consumo el espacio en el que el trabajador se separaba de su condición proletaria y lograba ser otra cosa”. Así, las imágenes en movimiento del cine facilitaron una industria del turismo centrada en la ilusión del grueso de la población por “olvidarse de lo que es”: extras. Esta producción del escapismo encerraba a los actores en espacios inalcanzables para el público, lo que los hacía más deseados. En todas estas películas del Mediterráneo en technicolor los pueblos son un decorado, y sus habitantes sirven para perfilar las fronteras de la ensoñación.

También en 1958 Agnès Varda decía en su corto documental Du côté de la côte (Al lado de la costa) sobre el turismo en la Costa Azul francesa: “Vinieron a buscar el sol, encontraron el olvido. ¿Dónde están? Están lejos. Lejos de la Costa. Lejos de todo. Es lo que se llama ‘exotismo’. Con la cámara puesta en los paseos marítimos y los cafés hasta arriba, también escuchamos: Como no pueden ver a la Bardot, hablar con ella, tocarla… Vienen a tomar algo a Saint-Tropez. Vienen también a comer a Cannes, ya que no pueden conocer a Sophia Loren en el festival”.

Las siguientes décadas transcurrieron como continuidad de esa herencia que nos alcanza hoy. Ficciones, entre las más aclamadas, como El desprecio, Pierrot el loco, Dos en la carretera, La piscina o El talento de Mr. Ripley más tarde mantuvieron la mirada del negocio sobre el Mediterráneo y sobre las mujeres. Si buceamos por el hashtag #mediterraneansummer, veremos que un nombre se repite: Eric Rohmer. Lo subraya García: el director francés dedicó buena parte de sus películas a personajes contemplativos, con discursos altamente filosóficos, que pasaban las estaciones en villas hablando del amor. Una parte de la juventud también se ha entregado a tratar de imitarles cuando llega el verano, trasladando las localizaciones de sus filmes, que rara vez acudieron al sur, allí donde acuden ellos. Quieren hacer bien el amor, o el amor de bien.

Frank Sinatra y Ava Gardner en Tossa de Mar, donde Gardner rodaba 'Pandora y el holandés errante'.
Frank Sinatra y Ava Gardner en Tossa de Mar, donde Gardner rodaba 'Pandora y el holandés errante'.Daily Herald Archive (SSPL via Getty Images)

Si el cine del siglo pasado continúa produciendo este efecto es porque el más reciente no ha dejado de seguir sus pasos. Todos los caminos de la ficción ya (te) conducen al Mediterráneo, desde Mamma Mia (2008) a Call me by your name (2017). “A todas estas películas les sigue faltando el relato de lo económico”, reconoce García, para quien “vivimos en un mundo de imágenes muy grandes mirando a los que miran”. La historiadora, especializada en el audiovisual, se pregunta: “¿Cómo romper todas esas imágenes? Cuando estamos agotadas por ellas”.

Este hashtag, además, convive ahora con el creciente número de imágenes de lugares generadas por inteligencia artificial publicadas en páginas dedicadas a la estética de los viajes. No-imágenes, no-lugares como destinos. “Ya ni siquiera es importante dónde estás, sino que busques replicar lo que la gente tiene en su cabeza y lo que la gente ha visto que es el verano mediterráneo”, subraya Déborah García. Una respuesta al “¿Todas tenéis barco? ¿Por qué todas tenéis barco?”, que decía hace algunos veranos el actor Brays Efe en sus redes. El turismo de la estética y las imágenes generadas por IA se están dando la mano con el riesgo de ser un último paso para la destrucción. Estos días, las autoridades griegas están pidiendo a la población que no salga de sus casas para evitar que, con la llegada de millones de turistas, las islas se masifiquen. “¿No es esto dirigir una película?”, se pregunta García.

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