Luca Guadagnino: “En el tenis hay una forma de control de uno mismo que me parece muy violenta”
El cineasta italiano, que acaba de estrenar ‘Rivales’, una comedia dramática ambientada en el tenis de élite protagonizada por Zendaya, nos recibe en su jardín para hablar de cine, masculinidad, deporte y por qué lo suyo no es “cine como si fueran imágenes de Instagram”
Parecía una idea fácil al principio, antes de salir al jardín. Pero no. El invitado estrella de la sesión fotográfica se llama Tom y es un adorable lagotto de ocho meses que se niega a aparecer en la foto. Al final solo logramos captarlo en plena huida. El perrito no lo sabe, pero es una de las pocas criaturas inmunes a la autoridad de Luca Guadagnino (Palermo, 52 años), uno de los cineastas más reverenciados e inconformistas de su generación. Se convirtió en figura de culto gracias a títulos como Io sono l’amore (2009) o Call me by your name (2017) y hoy está inmerso en la promoción de Rivales, su primera película con un gran estudio de Hollywood, un thriller romántico protagonizado por Zendaya, Josh O’Connor y Mike Faist.
Pero Guadagnino ya está en otra cosa. “Dejo de ver mis películas el día que las presento. Después, nunca más”, afirma. “No tiene sentido, es una pérdida de tiempo. Las películas son asunto mío mientras las hago. Cuando están acabadas, ya no me necesitan. Creo que en el estreno en Londres me sentaré a verla con el público porque es una sala grande, pero ya”. El tamaño de la sala no es baladí para un director que concibe sus producciones como obras de arte totales: en esta ocasión, ha pedido a Trent Reznor y Atticus Ross —salidos del grupo de rock industrial Nine Inch Nails— una banda sonora catártica “que sonara a rave”, explica. “Me gustaría invitar al público a esta historia de deseo triangular y dinámica deportiva como si vinieran a una fiesta”.
Y menuda fiesta. El director, que ha dirigido drama, terror y thriller, ahora afronta un género aparentemente arduo: la descripción oficial de la película como “comedia dramática deportiva romántica” provoca escalofríos, pero es una falsa alarma. El trío protagonista pone rostro y cuerpo a esta intensa historia de amor y ambición ambientada en el mundo del tenis y en la que, como ha escrito Variety, suda hasta el espectador. También es una prueba de fuego para un director que odia ser encasillado. Sentado en un salón de su casa con Tom durmiendo a sus pies, Guadagnino se muestra vehemente y alérgico a los lugares comunes. Es un conversador generoso que no subestima a su interlocutor.
“Las películas llegan. Te eligen”, responde cuando le pregunto por el origen de Rivales. “Esta me llegó de un modo clásico, con un guion muy bonito de Justin Kuritzkes y una productora estupenda que me ofreció leerlo. Me gustó y la hice”. Esta es la segunda vez que rueda en EE UU, pero la primera con un gigante como Metro-Goldwyn-Mayer. Guadagnino asegura que se ha sentido igual de libre que siempre. “Creo que esa idea de la falta de libertad de los directores frente a los grandes estudios de Hollywood es en parte un problema de los propios directores, que no son capaces de hacerse valer. Yo no he necesitado hacer valer mi voz, porque en el estudio me he encontrado a personas dispuestas a un diálogo libre, lleno de ideas, y he podido tener todo el control necesario para trabajar”. Según él, más que opresión, hay directores que se autocensuran. “Un estudio es un ente dialéctico, no obtuso”.
Guadagnino, en todo caso, llega al mundo de las grandes producciones con un bagaje más que solvente. Su tercer largometraje, Io sono l’amore, era un drama de alta intensidad poética con una Tilda Swinton perdida en el laberinto de la burguesía milanesa. Repitió con la inglesa en Cegados por el sol (2015), una revisión de La piscina, de Jacques Deray (1969), con un Ralph Fiennes antológico. En 2017 adaptó Call me by your name, la novela de André Aciman, y llegó el meteorito: el mundo descubrió a Timothée Chalamet en esta historia de amor homosexual con guion de James Ivory, hoy elevada a categoría de icono generacional. Consolidado ya como director exquisito y exigente con el espectador, se acercó al terror desde dos ángulos opuestos: con una inteligentísima y desinhibida relectura del clásico de Dario Argento, Suspiria (2018), y con Hasta los huesos (2021), una perturbadora historia de amor caníbal entre adolescentes llena de rabia grunge y de lirismo lúgubre.
En Rivales, Zendaya (Euphoria, Dune) encarna a una estrella juvenil del tenis que, tras una lesión, se reconvierte en entrenadora y representante de su marido. “Zendaya es una superestrella supercarismática”, apunta Guadagnino. “No es estrella por casualidad, sino porque tiene cualidades inefables e invisibles: sabe atraer la mirada, transformarse, ser poderosa. Conoce profundamente el poder del cine. Es toda una cineasta. Y además tiene algo alucinante, que es su capacidad de entender la vida. En la película interpreta a una chica que pasa de los 16 años, cuando es una joven inexperta y una campeona, a los 35, cuando es una campeona frustrada pero una mujer experta. Y su transición en estas escenas ha sido increíble”.
En una secuencia crucial, la cámara se detiene para mostrarla sentada en una cama de hotel, flanqueada por sus coprotagonistas. Uno es un Josh O’Connor (The crown, Los Durrell, La quimera) en estado de gracia. “Josh es un chico muy introvertido y tímido, a quien le gusta vivir una vida muy controlada”, apunta Guadagnino. “Pero también es un camaleón y un gran actor que ha sabido salir de su zona de confort para convertirse en algo que no es: un americano lleno de exuberancia y de una especie de seducción explícita que en realidad no tiene nada que ver con él”. Al tercero en concordia, Mike Faist, lo descubrió en el West Side Story de Spielberg (2021). “Mike posee un talento asombroso, es un artista poliédrico que baila, canta y actúa. Y tiene una faceta de autoprotección perfecta para su personaje, Art, un hombre incapaz de expresar su mayor deseo, que es liberarse del deporte”.
¿Le interesaba el tenis antes de hacer esta película? Todo me interesa, pero sé poco de tenis. Cuando leí el guion sentí curiosidad, porque para contar una historia hay que estar dispuesto a salir de lo conocido, a aprender.
¿Y qué ha encontrado en el mundo del tenis? Una forma de control de uno mismo que me parece muy violenta. Y también algo que me resultaba más familiar, que es el modo en que la gente se construye armaduras para alcanzar sus metas, y para esconder las metas que quiere alcanzar.
En Rivales aborda el fin de la juventud y de la inocencia. Más que del fin de la inocencia, esta película habla del deseo de recuperarla, y esa inocencia es el momento en que los tres tienen la capacidad de amarse como trío.
¿Le atrae la juventud como tema? No. La juventud en sí no me interesa en absoluto. Me interesan los personajes que me encuentro, ya sean niños, adolescentes, jóvenes, adultos, personas maduras, ancianos o moribundos. Pero no hay una edad del ser humano que me interese más que otras.
¿Y qué hay del privilegio? Los protagonistas de Rivales se mueven en la élite del tenis. ¿Hay en su cine una poética de la jaula de oro? En We are who we are [serie para HBO de 2020] se habla de personas que viven en una jaula militar, que no es de oro precisamente. Hasta los huesos habla de dos chavales encerrados en la jaula de su propia naturaleza. Suspiria habla de una jaula doble, la de la danza y la brujería, que no tiene nada de dorado. Puede que Call me by your name sea la única película ajena a esta idea de la jaula, porque habla de dos personas en la libertad de un idilio veraniego. Así que no creo que la jaula de oro sea un rasgo que defina mi obra.
¿Entonces no le interesa lo que le sucede a las personas privilegiadas? No, en absoluto. Me gustaría saber de dónde viene esa idea de que me atrae el mundo del privilegio. Mi cine no habla de privilegiados. Incluso cuando observa el comportamiento de personajes como los de Io sono l’amore, que son industriales acaudalados, lo hace desde el punto de vista de alguien que está fuera del centro de las cosas, en ese caso Emma, la esposa rusa que se ha alejado de ese centro. Pero mi obra no se centra en el privilegio. Si me interesaran las historias de privilegiados probablemente estaría en la ruina cinematográfica, sería terrible.
Doradas o no, sí le interesan las jaulas y su opuesto, la libertad y el deseo. Nada me parece más fascinante que el poder devastador de la represión, especialmente de la masculina. Y el modo en que esta represión puede calcificar en una armadura muy difícil de quitarse. Estas son las cosas que me interesan de verdad.
¿De dónde viene este interés por la represión masculina? No lo sé, pero me la he encontrado muchas veces, es algo instintivo. Yo, por mi carácter, soy una persona que vive todo con un candor muy impulsivo. Soy lo que ves, digo lo que pienso, pero no todo el mundo hace lo mismo y siempre me pregunto por qué alguien puede decidir no decir lo que piensa, tras qué parapeto se esconde. Es un tema muy interesante, especialmente en el caso del hombre, que teme su relación con el poder, su relación con el símbolo de lo masculino, la relación entre el símbolo de lo masculino y el símbolo de lo femenino, la maternidad. El hombre teme su propio deseo.
En el contexto actual, de auge de las ideologías conservadoras, ¿tiene su cine un mensaje político? No sé si lo llamaría mensaje, pero sí creo que las ideas que se reflejan en una película pueden oponerse en cierto modo al pensamiento común. Me gusta pensar que mi trabajo muestra la existencia de otro canon estético que no responde necesariamente a las odiosas formas de control del canon estético dominante. Espero que así sea, pero no me toca a mí decirlo.
Su siguiente proyecto es una adaptación de Queer, la novela de William S. Burroughs, y Josh O’Connor ha anunciado que participará en otra adaptación, la de Habitaciones separadas de Pier Vittorio Tondelli, una novela fundamental para la generación del sida. Leí ambas novelas cuando se publicaron, entre finales de los ochenta y principios de los noventa, y ambas me impactaron muchísimo, aunque no hablen particularmente de represión. Queer habla de la imposibilidad del contacto profundo con la persona amada, que es incapaz de corresponder el amor a pesar de sentirlo. Habitaciones separadas habla de la tragedia de perder al ser amado y perderse a uno mismo. Hace más de 30 años que sueño con hacer estas películas y por fin lo he conseguido. Son películas que he elegido yo. Pero veremos. Aún tengo que terminarlas.
También son dos historias que se podrían ver en diálogo con Call me by your name, que era una historia de amor gay que daba una visión distinta de la diversidad sexual en los ochenta. No creo que esa película hablara de eso. No me interesan demasiado las categorías americanas y anglosajonas, no las entiendo. Me parecen reduccionistas y un poco deprimentes. Me acuerdo de mi desconcierto cuando fui a buscar en Londres un ejemplar en inglés de El muro, de Marlen Haushofer, un libro extraordinario. Solo lo encontré en la sección LGTB de una librería de Charing Cross, cuando en realidad es un libro que no tiene nada de LGTB, salvo que la autora tuvo alguna relación bisexual. Pero esta obra maestra de la literatura alemana del siglo XX, que habla de la dimensión de la existencia como algo inefable, complejo e invisible, había sido colocada en una categoría concreta, y me molestó mucho, porque para mí esta categorización anglosajona es una mezcla de estupidez profunda y profunda depresión. Me interesa todo lo que no se puede reducir a un acrónimo.
La belleza es uno de los grandes temas de Guadagnino, aunque desmiente con firmeza a quienes se empeñan en ver en él a un esteta que hace películas. “Es un gran malentendido pensar que uno hace cine como si hiciera fotos para Instagram. Las películas tienen que ver con el mundo que narran. Por eso cada película es distinta. No haces una película como Io sono l’amore y te conviertes de repente en un director que hace imágenes así. Las imágenes no existen, el cine es montaje”.
Pero que no haya una estética Guadagnino no significa que sus películas no estén llenas de estética a todos los niveles. En Rivales hay goterones de sudor que mojan la pantalla, peinados hipnóticos y una cámara imposible que sigue a la pelota entre raquetazos. Hay una iluminación precisa que esculpe en alta definición los rasgos de los protagonistas, besos retransmitidos con nitidez casi delicuescente, planos freudianos y complejas coreografías para evitar que el vaivén de una toalla deje ver más de lo estrictamente previsto. Hay una pista de tenis tan azul como una piscina, un clímax en medio de un tormenta, un Josh O’Connor que mastica donuts a dos carrillos y una Zendaya insuperable, que comienza siendo imagen de Adidas y acaba anunciando bentleys, pura dinamita vestida con jerséis de cachemir.
No es casualidad que Rivales sea también la primera película con vestuario de Jonathan Anderson, director creativo de Loewe, firma cercana a Guadagnino, que suele acudir a sus desfiles y posa en este reportaje con prendas de su colección de primavera. “Jonathan es una de las personas más inteligentes que conozco”, apunta el cineasta. “Es un hombre de sabiduría infinita y con un sentido del humor increíble. Es un artista enorme, un director creativo enorme y una de las personas más importantes que ha dado el mundo de la moda en los últimos cincuenta años. Y además es mi amigo del alma. En el caso de Rivales ha logrado algo milagroso. Porque a Jonathan, que conoce profundamente la vida, no se le ha ocurrido llegar con su bagaje de diseñador para transformar la película en un desfile. Por el contrario, se ha sumergido en la historia y en los personajes, y ha entendido cómo se movían en el tiempo y el espacio. Y ha creado un vestuario amplio y extraordinario que al mismo tiempo aporta mucho al mundo que describimos”.
Pregunta: ¿A qué cineasta quería parecerse? A Bernardo Bertolucci. Me parecía un hombre fascinante, bellísimo, con una elegancia, un modo apátrida y cosmopolita de existir, un conocimiento profundo del cine, una ligereza y una suavidad, una mirada penetrante. Siempre fue mi modelo de conducta.
Bertolucci formaba parte del cine italiano, pero no se restringía a él. ¿También en eso es un modelo de conducta? No creo que Bernardo perteneciera nunca al cine italiano; era un italiano con raíces muy italianas que se enmarcaba en el cine de Hollywood, el cine internacional. Me gustaría pensar que intento hacer ese tipo de cine.
Compagina varios proyectos al mismo tiempo. Me gusta trabajar. Me gusta hacer cosas. Es como una fábrica de lo imaginario y lo inmaterial, siempre en movimiento.
¿Cómo fue la experiencia de trabajar con una plataforma como HBO? HBO no es una plataforma, porque fue antes de que lanzaran HBO Max. Así que no lo sé. He trabajado varias veces con Amazon, que es una plataforma, pero esas películas siempre se han estrenado en salas. Así que yo hago películas para el cine que luego acaban en una plataforma. Es como cuando en los ochenta hacías una película y luego salía en VHS. El cine tiene mil formas de distribución. Si una película empieza su recorrido en el cine, después tiene que estar disponible en otros formatos. Lo que no funciona es cuando se hace directamente para emitirse por streaming, porque pierde esa cualidad mitológica, legendaria, inefable y del inconsciente que es mirar la luz que se proyecta en la pantalla ante otros desconocidos, en una sala oscura. Por eso las películas que van directamente al streaming corresponden más o menos a los telefilmes de antaño. No son películas, sino objetos de consumo visual que se generan para obtener beneficios.
Entonces, ¿le gustó la experiencia de rodar We are who we are? Muchísimo.
¿Qué aprendió trabajando para una serie? En realidad hice una película. Lo concebí como un largometraje de siete horas. Aprendí mucho sobre el mundo de los militares, que son mucho más flexibles que los no militares. Aprendí a trabajar con un reparto cuyas edades iban de 14 a 70 años. Aprendí sobre la belleza del Véneto, del noreste italiano.
Guadagnino vive entre el Piamonte y Milán, donde está la sede de su productora, Frenesy Films. Antes vivía en Crema, escenario de Call me by your name, aunque se mudó porque aquello “había acabado con la privacidad”. Cuando no dirige, escribe o produce, o cuando no se embarca en una gira de promoción como la de Rivales, se relaja cocinando o viendo cine. Fan de Jonathan Demme, del cine japonés y de Robert Zemeckis, cuenta que su película favorita de 2023 fue Fallen Leaves, de Aki Kaurismäki. ¿Tiene algún vínculo con el cine italiano? “¿El actual? Yo diría que no. Tengo muchos amigos que forman parte de él, pero no tengo una relación muy estrecha con el cine italiano”. Y ahora, ¿quién es su modelo de conducta? “Mi modelo de conducta es Tom, este cachorrillo maravilloso que se tumba y duerme”, responde señalando al lagotto que dormita a sus pies. “Me gustaría dedicarme a eso”, añade con una sonrisa que autoriza al interlocutor, por primera vez, a no tomarse esa respuesta demasiado en serio.
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