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“Un hombre no debe llevar nunca pantalones cortos”: (¿o ha llegado el momento de enseñar las piernas?)

Hay algo subversivo en un hombre adulto en pantalón corto: demasiado sexy, demasiado infantil, demasiado deportivo. Y, sin embargo, Paul Mescal, Jacob Elordi y Pedro Pascal, entre otros, demuestran que estamos en la edad dorada de los ‘shorts’

Escena de 'Salvados por la campana' (1990).
Escena de 'Salvados por la campana' (1990).Getty Images

La moda es mundo repleto de reglas no escritas, pero alguna sí ha quedado registrada en papel. En su libro ABC of Men’s Fashion, el diseñador británico Hardy Amies —el que fuera modista oficial de la reina Isabel II y uno de los máximos representantes del estilo sartorial de Savile Row—, dictó sentencia: “Un hombre no debe llevar nunca pantalones cortos, excepto cuando esté en la playa o durante una caminata”. Así, se ponía negro sobre blanco una creencia que surgió mucho antes y que todavía perdura: los pantalones cortos no son admisibles en el estilo masculino más allá de algunas contadas y sudorosas ocasiones. “El deseo natural de relajación es, a menudo, el origen del abandono de los estándares de estilo”, escribió Amies en el mismo libro. Dicho de otro modo, llevarlos fuera de algunos momentos muy determinados equivale a ser considerado una persona dejada y carente del menor sentido de la elegancia.

Pero la moda, por otro lado, es también un mundo donde ninguna regla está libre de ser hecha pedazos. En los últimos tiempos hemos visto cómo algunos hombres se han atrevido a mostrar sus piernas en situaciones que habrían provocado una mirada de desaprobación de Amies o de Tom Ford, que en 2011 manifestó en una entrevista que los pantalones cortos solo eran admisibles “en la pista de tenis o en la playa”. Lo hizo Pedro Pascal en la Met Gala del año pasado, vestido de rojo Valentino, o Jacob Elordi en la semana de la moda de Milán de este año, en negro y combinado con chaqueta de cuero, también obra de Pierpaolo Piccioli. Pharrell Williams, que ya los había utilizado en versión sastrería, los ha incluido en distintas formas y largos en su colección más reciente para Louis Vuitton, y un icono de la moda urbana como A$AP Rocky es experto en combinarlo con blazer y zapatos con calcetines altos. Por no hablar de la elevación del short deportivo y la reivindicación de la pierna masculina que logra Paul Mescal cada vez que sale a la calle. La pregunta, por tanto, es pertinente: ¿se ha levantado por fin el veto al pantalón corto?

Para entender por qué los pantalones cortos se asocian con el mal gusto hay que adentrarse en una mezcla de puritanismo, choque de clases y casualidad. Hasta la Revolución francesa, la prenda masculina de las clases altas era el calzón, que se completaba con medias, mientras que el uso de pantalones largos estaba limitado a las clases bajas, lo que dio origen al término sans-culotte. A partir de entonces, con el ascenso de la burguesía, se instala el pantalón hasta el tobillo como prenda por defecto salvo contados supuestos. Los militares británicos de las colonias adoptaron la bermuda de algodón beis como parte de su uniforme para resistir las altas temperaturas y la humedad. El otro ámbito en el que el pantalón corto era aceptado era otro uniforme, esta vez el escolar. De nuevo, la influencia británica fue crucial para identificar esta prenda como un reducto infantil, a través de los colegios privados que lo adoptaron como parte de su indumentaria. Llevar las rodillas al aire, sin importar la época del año, estaba reservado a los niños, exentos de las reglas adultas del decoro, convirtiendo el momento de añadir tela a las piernas en un rito de iniciación a la madurez. A diferencia del calzón, la asociación de short e infancia pervive hasta hoy. Tiene sentido, por tanto, su capacidad contestataria: el uniforme de muchas bandas de rock, heredado de deportes típicamente adolescentes como el skate, pasa por pantalones caídos y cortados. Y los grupos heavies de los ochenta tenían en común con la comunidad gay el uso de los shorts más cortos y apretados del mercado.

Carlota Barrera, una de las pocas mujeres diseñadoras de moda masculina en España, va un poco más lejos en su análisis: “Por un lado, el pantalón corto nos devuelve un poco al uniforme de colegio, pero creo que a eso también se une esa parte de la masculinidad tradicional de no mostrar piel, algo que se relaciona más con las mujeres”. Barrera diseña shorts en distintas versiones, desde diseños “muy cortos, muy instalados en los años setenta y más asociados al mundo femenino, a otros en lana a la altura de la rodilla para hacer un juego de sastrería”. Otro diseñador que ha reivindicado el uso del pantalón corto en sus colecciones es Archie Alled-Martínez. “Yo empecé a usar la versión más deportiva como un icono de la comunidad queer, y me gustaba que fuera una afirmación, es decir, que fuese lo corto que tiene que ser. Mi confeccionista, de hecho, los llama braguitas”, ríe. Su perspectiva sobre los pantalones cortos y su uso está libre de prejuicios: “Creo que hay que celebrar la diversidad, no solamente de cuerpos, sino también a la hora de no hablar tanto de las decisiones de los demás”.

La moda rompe los estereotipos y las estrellas del cine y la música se atreven a llevar el pantalón corto a contextos tradicionalmente vetados, ¿pero qué sucede en el mundo real? Llevar las rodillas al aire en el trabajo o en un evento social todavía puede provocar, respectivamente, una llamada de recursos humanos o ser objeto de burlas. Ese tópico, sin embargo, está cambiando poco a poco. “Yo creo que sí está cambiando, porque la gente que provoca los cambios en todos los ámbitos son las personas creativas”, apunta Carlota Barrera. Alled-Martínez se atreve a soñar: “Como ahora baja el uso del coche y sube el de la bici, a lo mejor la gente empieza a ir en shortcitos al trabajo”. De momento, él nos aconseja una manera menos arriesgada de vestirlo: “Yo cogería el típico pantalón formal que te haga buen culo y le pegaría un tijeretazo, pero literal. Además, que se vea deshilachado. Así te lo haces al largo que te guste, y punto”. Barrera apuesta por jugar mezclándolo con elementos más formales. “Creo que es divertido combinarlo con algo muy arreglado y elevado, que parezca que no tiene cabida en ese contexto. Con una chaqueta sastrera, una camisa arreglada, o quizá incluso una camisa de esmoquin. Eso y unos zapatos elegantes. Llevar el resto del look a algo muy arreglado hace que esa prenda, tradicionalmente más informal, se eleve y funcione”.

El cielo es el límite. Pero si aun así no puede o no se atreve, no se preocupe: siempre nos quedarán las vacaciones.

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