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Stephin Merritt, líder de The Magnetic Fields: “Si escucho música con interminables solos de guitarra, desconecto”

El cantante celebra el cuarto de siglo de ‘69 Love Songs’, el disco mayúsculo que se convirtió en la banda sonora romántica de una generación cuando él pretendía ser la única persona en el mundo a quien le gustase

"Si escucho música con interminables solos de guitarra, simplemente desconecto", declara Merritt
"Si escucho música con interminables solos de guitarra, simplemente desconecto", declara MerrittDavid Brandon Geeting

Stephin Merritt (Nueva York, 59 años), líder de The Magnetic Fields, es uno de los compositores pop estadounidenses más prolíficos y brillantes de su generación. En 1999 escribió 69 Love Songs, una obra monumental que se convirtió en uno de los álbumes más influyentes del pop y una obra de culto para la comunidad LGBTQI. El disco era una abigarrada y ecléctica colección de canciones sobre el amor que mezclaba géneros como el synth pop, el folk y el country y relataba romances con presidiarios, crímenes pasionales y affaires imposibles en estaciones de servicio.

“Mi intención era ser la única persona en la tierra a la que le gustaran las 69 canciones”, dice sobre el disco, que en 2024 cumple 25 años, sentado en un bar de Greenwich Village, en Nueva York. El aniversario ha empujado a la banda de vuelta a los escenarios en una gira que pasará por Barcelona el 4 y 5 de septiembre. “No me gusta tocar en vivo. Ni siquiera me gusta viajar. Soy una criatura de estudio”, dice Merritt, conocido entre los periodistas musicales por sus respuestas monosilábicas. Cuando concibió 69 Love Songs, nunca habría imaginado que no pocas novias de la generación X terminarían caminando hacia el altar al compás de The Book of Love, probablemente la canción más conocida del disco.

69 Love Songs no era una obra sobre el amor, sino sobre las canciones de amor. Pero la gente no lo entendió así. Los fans interpretaron sus canciones literalmente y las hicieron suyas, en una especie de banda sonora sentimental para una generación. Acabaron en mixtapes románticas y en declaraciones de amor. “Es un disco para rupturas, para escuchar solo”, dice riendo. Esa desconexión que existe entre el sentimentalismo del público y el desapasionamiento de Merritt es tal vez lo que ha convertido 69 Love Songs en una obra tan aclamada como popular. “La gente da mucha importancia a la música y su conexión con las emociones pero, para mí, gran parte de la experiencia con la música es que genera ideas”, dice.

De hecho, para Merrit The Book of Love —lenta, melódica y folk— es la más estomagante de sus canciones. No solo porque se ha convertido en el cliché del romanticismo que en parte pretendía parodiar, sino porque, desde que tuvo que interpretarla en vivo en el funeral de una amiga, apenas logra terminarla en directo. “Me es difícil disfrutarla. Tiene demasiado bagaje para mí”, cuenta. La canción le ha procurado también alegrías: gracias a los royalties que recibió de la famosa versión que hizo Peter Gabriel, Merritt pagó la entrada de su casa en Los Ángeles. “Gracias, Peter Gabriel”, dice lacónicamente.

Además de propulsar a The Magnetic Fields, 69 Love Songs consagró a Merritt como uno de los letristas más talentosos del pop de principios de siglo. Sus composiciones son breves (“si escucho música con interminables solos de guitarra, simplemente desconecto”) y se caracterizan por letras que oscilan entre una agudeza descarnada y un sentimentalismo tierno e ingenioso con el poder de provocar sollozos y medias sonrisas a partes iguales. Merritt es, además, famoso por lograr todo esto sin escribir canciones particularmente personales. Con la excepción de 50 Song Memoir, un álbum autobiográfico con una canción por cada año de su vida, raramente canta sobre sí mismo.

Esta decisión artística tiene que ver en parte con el hecho de que Merritt es gay. Según explica, artistas como Taylor Swift pueden escribir sobre su vida y esperar que millones de adolescentes estadounidenses se identifiquen con ella. “Tradicionalmente, los hombres homosexuales no estamos en condiciones de hacer eso”, dice. “Mantenemos una distancia especial para que el público no se horrorice”. Y, sin embargo, el público LGBTQI tradicionalmente ha conectado de forma especial con las canciones The Magnetic Fields, repletas de guiños a la cultura queer y a historias de amor homosexuales y bisexuales. Merritt, sin embargo, se resiste a catalogar 69 Love Songs como una obra de arte característicamente queer, sino como una obra “con barrido shakespeariano”, es decir, que captura todo tipo de historias y con la que, por tanto, es fácil identificarse. O al menos, en parte: “También hay asesinos y extraterrestres”.

Merritt tuvo una infancia peculiar. Su madre, que vive en el Bronx y a quien ve con frecuencia, era una hippie que se mudó de comuna en comuna arrastrando a su hijo, quien creció rodeado de gurús y otros personajes peculiares. No conoció a su padre, cantante, hasta que tuvo 40 años. “Me encanta la idea de la familia elegida. Ojalá la hubiera conocido décadas antes”, dice. En sus giras y en su discos, Merritt se rodea siempre de un elenco de colaboradores y músicos que lo han acompañado de forma intermitente desde su adolescencia: la cantante y guitarrista Shirley Simms, su manager y pianista, Claudia Gonson, el cellista Sam Davol y el guitarrista John Woo.

Lo que le preocupa estos días es conseguir que todo lo que tenía en su casa de tres pisos en Hudson, una localidad rural del estado de Nueva York donde residió durante la pandemia, quepan en su apartamento de una habitación en Manhattan, donde vive con sus dos perros Edgar (por Allan Poe) y Agatha (por Christie). No es tarea sencilla. Quien haya visto Strange Powers, el documental sobre The Magnetic Fields, sabrá que Merritt vive rodeado de instrumentos (puede tocar más de cien, incluidos sintetizadores insólitos como el swarmatron o el ábaco, una especie de mini piano que suena como una cajita de música) y decenas de libretas en las que sigue garabateando canciones. Porque sigue escribiendo, claro. En la actualidad, Merritt continúa pasando sus tardes en bares gais del céntrico West Village, donde, acodado en la barra, va en busca de inspiración para sus historias. Su modus operandi es el siguiente: bebe coñac, caza conversaciones al aire que terminan convirtiéndose en composiciones y escucha las canciones que pinchan y piensa en cómo las mejoraría. Se niega a revelar cuáles son sus locales favoritos: lo hizo en una ocasión en una entrevista y se vio asediado por fans que se personaban cada noche para hablar con él. “No podía trabajar”, se queja. Después de despedirse, se aleja caminando despacio y con las manos en los bolsillos, en busca de otra obra maestra del pop.

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