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Vicente Navarro, músico: “No idealizo el campo. He visto a mi tío pastor levantarse a las cuatro de la mañana”

El cantautor madrileño de raíces manchegas lleva hoy su sonido intimista y electrónico, inspirado en esa España vaciada con tanto encanto como demonios, a los Teatros del Canal

Carlos Primo
El artista Vicente Navarro, fotografiado para ICON en Madrid.
El artista Vicente Navarro, fotografiado para ICON en Madrid.Daniel de Jorge

En un rincón del salón de casa de Vicente Navarro, un piso compartido en el Madrid de los Austrias, hay una butaca. Es su puesto de trabajo, el lugar donde apunta las letras o graba las melodías de las canciones que después desarrolla en un piano eléctrico situado justo enfrente. Pero lo importante no es tanto eso como las vistas: el sillón está junto al balcón desde el que se ve una de las arterias del barrio de La Latina. Navarro cuenta que fue aquí, en esta ventana al mundo, donde compuso durante la pandemia la mayoría de los temas de Las manos, su segundo largo de estudio, lanzado en noviembre de 2022. El tema que lo cierra, Los mayos, es una suerte de historia de amor confinada, el relato de un idilio de balcón a balcón, “una evolución de la historia de Romeo y Julieta”, cuenta.

Sin embargo, en esa butaca, Navarro a menudo ve o imagina un río muy concreto, el Guadiana a su paso por el estrecho de las Hoces, cerca de Fontanarejo, el pueblo de Ciudad Real donde Navarro ha pasado los veranos desde su infancia. Fue allí a donde llevó a la cantaora Rocío Márquez para acabar de componer Aunque se apaguen las luces, el tema que han estrenado juntos en febrero. “El río no tiene ninguna connotación negativa para mí”, explica cuando le preguntamos por la persistencia de ese símbolo, que ya estaba presente en Casi tierra, su primer álbum. ”Siempre lo he asociado a la libertad. En las hoces, el río es muy bonito y nunca me ha dado miedo. Muchas de mis canciones las visualizo allí”.

Desde que irrumpió en la música en 2019 de la mano del sello independiente El Tragaluz, con un primer álbum delicado y que no se parecía a prácticamente nada de lo que ofrecía el panorama indie, es casi imposible hablar de Navarro sin aludir a lo rural, al campo, a esa España vaciada pero que durante décadas ha acogido las vivencias de muchos españoles nacidos en los setenta, los ochenta y los noventa: el pueblo como punto de contacto con una España sin asfaltar para bien y para mal, un espacio de libertad y de constricción. “Del folclore, del campo, lo que más me interesa es la gente”, dice aludiendo a ciertos gestos o costumbres que la vida urbana ha erradicado. “Es una sensación de cercanía, una forma de relacionarse. La señora que cruza la calle y entra sin llamar para preguntarte a gritos que cómo estás, o el modo en que te saluda alguien que pasa con un caballo. Es ahí donde conecto”.

Ahora que el debate sobre lo rural vuelve con fuerza, de las tractoradas a las visiones satíricas del tema, Navarro asegura que se acerca a este terreno con honestidad. “No idealizo el campo nada porque lo he conocido y vivido. Sé lo que es salir a la calle y que los chavales te insulten, o que mi tío pastor se levantara a las cuatro de la mañana”, explica, y enumera recuerdos propios. “En mi casa del pueblo no había baño, solo un orinal. Me escondía cuando mi abuela retorcía el pescuezo a las gallinas. Un domingo me levantaba y me encontraba siete jabalíes tirados a la puerta de casa, porque era día de caza. Mi nivel de idealización es cero. Y mi visión está marcada también por esa crueldad. ¡Es que España es muy España! Para mí es algo que tiene mucha violencia. Por ejemplo, cuando yo era pequeño recuerdo que colgaban los corderos para pesarlos y saber si tenían el peso exacto para la mejor carne. Creo que ahora no me quedaría parado mirándolo, lo soltaría y le abriría la puerta”.

Vicente Navarro ha publicado dos álbumes, 'Casi tierra' (2019) y 'Las manos' (2022).
Vicente Navarro ha publicado dos álbumes, 'Casi tierra' (2019) y 'Las manos' (2022).Daniel de Jorge

En los temas de Navarro hay estrofas que recuerdan a la jota o la tonada, escalas armónicas prestadas de la música árabe —que surgen cuando compone al piano, cuenta— y una producción minimalista y casi desnuda que hace de la necesidad virtud. La mayoría de los temas de Las manos se resuelven con una base rítmica que procede de su pasión por el hip hop y arreglos de guitarra basados en los acordes arpegiados y en ciertos gestos del flamenco. Hay loops procedentes del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, estribillos donde el instrumento dobla la línea melódica de la voz, como en el r&b, y fragmentos casi recitados. “Mi visión de la composición se parece a la dramaturgia”, apunta, aludiendo a sus inicios como actor. “Mi método es escribir mucho, y luego eliminar hasta quedarme con lo esencial”. De ahí que sus letras sean en ocasiones fragmentarias, o que retuerzan la gramática en hallazgos lingüísticos que recuerdan, de nuevo, al folclore, a las nanas o las canciones populares. “Me voy acercando a un cierto realismo mágico que me interesa mucho, y la influencia del folclore me lleva a saltarme el castellano, a usar adverbios que en principio no encajan, pero luego funcionan”, desarrolla. Pero también reconoce que, desde su primer álbum, ha aprendido a depurar las letras para hacerlas más auténticas y naturales.

La primera vez que le entrevistamos en ICON, semanas antes del brote de la pandemia, Vicente Navarro aún no había estrenado su espectáculo en directo. Cuando finalmente lo hizo fue puliendo un espectáculo donde las canciones dan lugar a la improvisación y a ciertos momentos catárticos. El directo que presentará hoy en los Teatros del Canal de Madrid se enmarca en el FIAS, un festival de arte sacro que congrega a muchas de las propuestas, sacras y profanas, más interesantes y minoritarias de la música actual. Para este concierto, Navarro ha acudido a fondos audiovisuales para rescatar imágenes de la guerra y la posguerra, de la generación del 27 o de los paisajes que le inspiran. Puede que los debates sobre pureza y autenticidad no vayan con él, pero a Navarro sí le interesa la memoria. Su irrupción en la música, vestido invariablemente con camisa blanca, barba de tres días y ojos oscurecidos con perfilador, tenía algo de héroe trágico lorquiano; no en vano Los dientes, uno de los temas más impactantes de su primer trabajo, era el relato en primera persona de un fusilado.

Cuenta Navarro que se ha acercado a la memoria histórica y al legado del folclore desde la curiosidad y la falta de prejuicios. “En los años noventa y dosmil se llevaba lo anglosajón y se olvidaba todo lo que tenía que ver con la tradición. Pero yo no había vivido la dictadura, y mi llegada al flamenco o la copla fueron resultado de una búsqueda personal, sin ver nada peyorativo en ellos. Eso lo aprendí cuando estudiaba arte dramático: tú no decides qué te emociona y qué no. Y para mí es un orgullo formar parte de una generación que está recuperando el folclore desde un punto de vista personal”.

Es en esa colisión entre la cultura adquirida y la experiencia vivida donde surge su lenguaje, que se nutre de sus lecturas surrealistas y sus recuerdos de adolescencia. Por ejemplo, del verano que pasó en su pueblo a los 17 años, “dos meses mágicos”. Navarro se crio en Madrid pero, cuenta, tardó mucho en comprender hasta qué punto sus vivencias en el pueblo de su familia le habían definido. Al fin y al cabo, aunque nadie elige las experiencias que le dejan huella, hacer bandera de lo vivido en primera persona es un rasgo tan generacional como tener cuenta en Instagram o componer con el iPad.

De Rocío Márquez a Rodrigo Cuevas, de Casapalma a Palomo Spain, la relación emocional con el pasado y la memoria de las generaciones precedentes encuentra formas de superponerse a las contradicciones. En los temas de Navarro, lo rural se entremezcla con lo confesional, la salud mental, la disidencia de género, la espiritualidad o el desencanto político. “Yo llevo esa tierra por bandera, porque son las imágenes que me obsesionan y que me vienen al crear mi música. Por ejemplo, La casa de Bernarda Alba no me la imagino en Andalucía, sino en Ciudad Real”, afirma. “Me encanta compartir mi pueblo, enseñárselo a todo el mundo, porque es de verdad muy bonito. Me gusta aprenderme caminos para ir con el todoterreno, nadar en el río y estar con la gente. Aunque hay ciertos elementos que me siguen chocando mucho, la edad y la cabeza te ayudan a superarlos. Por ejemplo, me cuesta mucho entrar en un bar y pedirme un botellín, pero aun así lo hago”.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM
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