El regreso de Billy Joel: qué hace un rockero multimillonario publicando una canción 17 años después de la última
El algoritmo de TikTok e ídolos juveniles como Olivia Rodrigo reivindican al legendario rockero, que tras 31 años sin publicar un álbum vuelve con un nuevo sencillo solo por el placer de hacerlo
Billy Joel acudió el pasado domingo a la ceremonia de los Grammy como acuden las novias a una boda anglosajona, con algo nuevo, algo viejo y algo prestado. Lo nuevo, Turn the Lights Back On, la primera canción que escribe en 17 años. Lo viejo, You May Be Right, tema estrella de su álbum de 1980 Glass Houses. Y lo prestado, la energía, el ímpetu y la actitud rockera que le recomendó, al parecer, una de sus nuevas fans más ilustres, la californiana de 20 años Olivia Rodrigo, la misma que insistió en cantar a dúo con él hace ahora año y medio para realizar así, según dijo, uno de sus sueños de infancia.
Turn the Lights Back On [Vuelve a encender la luz] es una balada sobre el paso del tiempo y la vida concebida como un acto de resistencia y sonó, como corresponde, solemne y sombría, con Joel al piano secundado por una orquesta. En cambio, en su reencuentro con You May Be Right, el cantante echó el resto y aceleró en las curvas para entregar una versión rauda y veloz, de una contundencia inédita.
Entre un tema y otro se exhibió un fragmento de entrevista en que el neoyorquino de 74 años explicaba por qué dejó de componer en el ya lejano 2007 y no edita un álbum de pop con material nuevo desde 1993: “Escribir canciones implica para mí un alto grado de esfuerzo y sufrimiento. Seguro que hay quien lo disfruta, pero no es mi caso. Así que, sencillamente, dejé de hacerlo”.
Cerró el grifo del que manaban las canciones, pero no dejó de actuar. Tal y como explica el musicólogo Ryan Raúl Bañagale, el cantautor del Bronx “editó un álbum cada año y medio entre 1971 y 1993″ hasta reunir las “alrededor de 120″ canciones” que le han convertido en el cuarto músico estadounidense de mayor éxito de la historia, a muy escasa distancia de Michael Jackson. Su renuncia a seguir enriqueciendo su cancionero (sí editó, en 2001, Fantasies & Delusions, un álbum de música clásica en colaboración con el pianista de origen coreano Hyung-ki Joo) le ha convertido en un intérprete “atemporal”, ajeno a modas y tendencias, centrado en una agenda en directo que, en ocasiones, ha rondado el centenar de conciertos anuales. Ha llenado estadios, ha protagonizado giras multitudinarias junto a su (supuesto) rival y, en realidad, viejo amigo y cómplice, Elton John. En cierto sentido, en los últimos 30 años ha estado más activo que nunca. Pero ya no construye un imperio. Gestiona un legado.
Lo que el público pida
El propio Joel ha argumentado su postura con sensatez y elocuencia. Su verdadero patrimonio son canciones, como Honesty, Just the Way You Are o Uptown Girl, escritas hace más de 40 años. La gente no se cansa de escucharlas y él no se siente capaz de “producir nuevos temas que estén a la altura” de su viejo repertorio: “Los fans de Billy Joel acuden a verme cantar Uptown Girl”. ¿Qué sentido tendría intentar venderles, a estas alturas, un producto distinto al que de verdad quieren comprarle?
A fin de cuentas, a no todo el mundo puede exigírsele la inquietud y la coherencia disruptiva de un Bob Dylan o un David Bowie, dos artistas escurridizos, siempre dispuestos a resistirse a las expectativas de su propio público. Y tampoco resulta fácil seguir el ejemplo del acróbata Neil Young, que sigue sacándose de la guantera perlas tardías como Human Race o Don’t Forget Love, pero nutre sus directos de clásicos cincuentenarios como Heart of Gold.
Joel ha explicado también que su nuevo single no es más que una excepción, fruto de la encomiable insistencia del productor y compositor Freddy Wexler. Fan desde muy joven del autor de Piano Man, Wexler consiguió ponerse en contacto con su ídolo gracias a la habilidad para las relaciones públicas de su esposa. Billy le recibió tras uno de sus conciertos en el Madison Square Garden de Nueva York, del que ha sido artista residente en los últimos 10 años y del que piensa despedirse por todo lo alto en julio de este año, fecha en que alcanzará las 150 actuaciones.
Los dos hombres congeniaron. Wexler le propuso que escribieran un tema juntos y, tras cerca de dos años de acoso y derribo, consiguió hacerle entrar de nuevo en el estudio para registrar una canción en la que también colaboraron otro par de compositores, Wayne Hector y Arthur Bacon.
Iba a ser una grabación privada, un simple experimento que Joel estaba dispuesto a sepultar sin contemplaciones en caso de que no le convenciese el resultado: “Al escuchar el tema, descubrí que, por primera vez en mucho tiempo, el sonido de mi voz no me resultaba odioso”. Wexler, según cuenta, le contagió su entusiasmo: “Escribir canciones me resultó muy divertido en mi juventud, hasta que dejó de serlo. Freddy me ayudó a reconectar con esa euforia que daba por definitivamente perdida”.
Una resurrección tardía (y reticente)
El tema se editó el pasado 1 de febrero, tres días antes de que Joel lo interpretase en directo por vez primera, como broche nostálgico a la gala de los Grammy. Matthew Strauss la describía, en Pitchfork, como una balada de letra “crepuscular” (“sé que llego muy tarde, pero aquí me tenéis”). Para Bañagale, cuenta con “las señas de identidad” del Billy Joel más melódico, empezando por “el ritmo y los acordes de She’s Always a Woman”, la exhortación a aceptar a los demás sin reservas ni reticencias, “como en Just the Way You Are”, e incluso “una versión ralentizada de la melodía de piano de Scenes from an Italian Restaurant”. Un tema, en fin, que tal vez no aporte nada verdaderamente sustancial al catálogo de Billy Joel, pero que sí supone una manera más que digna de poner fin a lo que Bañagale describe como “un largo periodo de hibernación”.
El suyo ha sido uno de los silencios creativos más prolongados de la historia de la música popular, con permiso de los 37 años y 10 meses que separan el penúltimo álbum de Chuck Berry (Rockit) del último (Chuck). El paréntesis de casi cuatro décadas de Berry cabe atribuirlo a su estilo de vida desquiciado y frenético, con diversas condenas por evasión fiscal, reyertas, abusos sexuales o posesión de estupefacientes entre 1979 y 2017. Su única razón para volver al redil discográfico tras tan larga ausencia fue que acababa de cumplir 90 años y consideró que había llegado el momento de despedirse del mundo dejando un álbum “póstumo”, dedicado a su esposa y compañera de vida, ‘Toddy’ Suggs.
El de Joel ha sido un periplo bastante menos accidentado. En agosto del 93 editaba River of Dreams, su decimosegundo álbum de estudio. Fue quíntuple platino en Estados Unidos, el equivalente a más de cinco millones de unidades vendidas, y cosechó un notable éxito en lugares como Australia, Japón, Nueva Zelanda, Alemania o el Reino Unido. Pero su autor, según declaraba a Vulture en 2017, se sintió objeto de un “incomprensible boicot” por parte de las televisiones y su propio sello (Columbia) que le hizo perder su último rescoldo de fe en el negocio discográfico.
Más aún, Billy percibió con nitidez que se estaba convirtiendo en un artista “fuera de época”, al obstinarse en producir canciones “muy trabajadas, con sentido y sustancia”, en un nuevo contexto industrial en que ya solo importaban “la imagen y el marketing”. A sus 44 años, se sintió “un mueble viejo”. Se cansó también de la desconsideración paternalista con la que, en su opinión, le trataba gran parte de la crítica musical, muy proclive a asignarle el papel de placer culpable, de símbolo del “mal gusto” y la indigencia cultural de los profanos, el artista al que muchos amaban odiar.
Así que decidió retirarse a su zona de confort: los cientos de miles de fans que llevaban acompañándole desde los orígenes de su carera, tal vez insuficientes para elevarle al nivel de ventas multimillonarias de Whitney Houston, Mariah Carey, Garth Brooks, Sheryl Crow o Bryan Adams, pero más que idóneos para asegurar la viabilidad de sus giras y conciertos. River of Dreams, por cierto, concluye con una frase que resultaría, en gran medida, profética, la que cierra el tema Famous Last Words: “Esto es lo último que me quedaba por decir”.
Un puente (generacional) sobre aguas turbulentas
Cabe preguntarse cómo un septuagenario embarcado desde hace décadas en una permanente operación nostalgia ha conseguido ganarse la adoración de zetas como Olivia Rodrigo. En su tema Deja Vu, editado en su álbum de debut, Sour, la cantante nacida en Murrieta, California, citaba a Billy Joel. Lo hizo a sugerencia, del productor, David Nigro, tras constatar que la canción recordaba, vagamente, a Uptown Girl. Una vez editado el álbum, Joel y Rodrigo cruzaron declaraciones. Él, insistiendo en la frescura y autenticidad que le transmitía la música de aquella adolescente recién llegada al negocio. Y ella, declarándose “fan” de un veterano que, en su opinión, seguía en plena forma y tan vigente como siempre. Esa reverencia mutua condujo a su célebre dúo en el Garden neoyorquino en agosto de 2022, un interludio en que interpretaron juntos tanto Deja Vu como Uptown Girl.
El pasado fin de semana volvieron a coincidir durante los ensayos para la ceremonia de los Grammy y charlaron brevemente. “He estado preguntando por ahí cuánto tiempo hacía que no editabas una canción nueva”, comenta Rodrigo. “Bueno, no hace mucho editaron un par de temas míos, pero fue sin mi permiso”, responde Joel. “Pero incluso de esto último hace ya 17 años”, añade la persona que grabó el encuentro, en apariencia, Freddy Wexler.
Olivia Rodrigo pertenece a una generación que ha descubierto a Billy Joel décadas después de que fuese uno de los pilares de la industria discográfica, y lo ha hecho con un fervor desprejuiciado que ha sorprendido a muchos boomers. Es ese relevo generacional entre la parroquia de seguidores de Billy el que explica que una de sus canciones más populares ahora mismo, con más de 474 millones de reproducciones en Spotify, sea Vienna, un tema que ni siquiera estuvo entre los cinco singles del álbum del que formaba parte, The Stranger. Su aparición en vídeos virales en TikTok ha acabado convirtiendo esta perla oculta en un clásico de combustión tardía, un artefacto que pasó desapercibido en su día y triunfa hoy contra todo pronóstico, en un mundo muy distinto y entre el público más insospechado: Joel está ahora mismo en el puesto 218 de los artistas más escuchados del mundo en Spotify, por encima de superventas juveniles.
Algo similar ha ocurrido con Zanzibar o Movin’ Out (Anthony’s Song), propulsadas por el algoritmo de la red china e instaladas, desde hace apenas un par de años, en la cúspide del repertorio de un Billy Joel apto para menores de 20 años. No está mal para un hombre que firmó su último álbum poco después de la caída de la Unión Soviética y que lleva desde entonces sobreviviéndose a sí mismo con notable dignidad y sin que el éxito le haya dado nunca la espalda.
Puedes seguir ICON en Facebook, X, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.