Izaskun Chinchilla: “Las mujeres somos bienvenidas en la arquitectura siempre que hagamos y digamos lo que ya se ha dicho y hecho”
La arquitecta y escritora defiende que la controversia y la heterodoxia pueden ser los mejores aliados de los edificios del futuro
Izaskun Chinchilla (Madrid, 48 años) es una arquitecta paradójica, una guerrera pacifista, una profesional utópica y realista que trabaja en aspectos que, durante décadas, escaparon del cuidado de muchos arquitectos. Autora de un libro esencial, La ciudad de los cuidados (Catarata), defiende que construye como vive: cuidando, evitando prejuzgar, mezclando e inventando un idioma alejado de la frialdad moderna. Lo hace con materiales reciclados, una economía circular que la ha llevado a construir un camping cerca del Caminito del Rey, en Málaga, aunando paisajismo y sostenibilidad. Su estudio de cinco personas ganó ese concurso público y otros, restringidos, para levantar dos viviendas con geotermia y estructura de madera en Orihuela; la accesibilidad de la colección de arte público en Alcobendas; un mercado en Madrid o el coworking Clementina en Barcelona. Esta entrevista es en su casa, un espacio envolvente, cercano y festivo. Una fantasía tan funcional como personal que combina muros rosados con estampados amarillos y azules. Reina un orden no clínico. Su hijo Lope trabaja en la cocina. Izaskun es tan firme como dulce. Y eso también es una combinación atípica. Ofrece té, que trajo de Corea, y rosquillas madrileñas. Cuenta que mucha gente le pide “algo hogareño, que se aleje de la frialdad”.
De matrícula de honor en la ETSAM a arquitecta difícil. ¿Por qué? Dentro de este no encajar ha habido etapas, creo que ahora ha mejorado mucho porque empieza a haber un sitio para el medio ambiente y la sociología. Los arquitectos mayores, algunos catedráticos de la Escuela de Madrid, más que de la de Barcelona, que es más heterogénea, han ocupado el centro institucional de la profesión conformando un oficialismo que centralizaba lo que es la arquitectura española. En un grupo que define lo ortodoxo, lo normativo, con un dogma compositivo casi único, está claro que no voy a encajar. No lo llamaría animadversión pero sí falta de diálogo con quien está al mando y en los jurados.
Dio clase en esa Escuela. Durante 12 años. Lo dejé cuando nació mi hijo Lope porque enseñaba en la escuela Bartlett de Londres y sabía que en Madrid nunca llegaría a catedrática o a titular. En la Bartlett me hicieron catedrática cuando llevaba seis años. Eso no me ha sucedido solo a mí. Entre los arquitectos con los que estudié ninguno es profesor titular. Mi sensación es que las mujeres en el mundo profesional de la arquitectura hemos sido un poco como los inmigrantes en el mundo laboral: somos bienvenidas siempre y cuando vengamos a hacer lo mismo y a decir lo que ya se ha dicho.
¿Eso no sucede con quien trata de cambiar las cosas sea o no mujer? Puede ser. Pero yo a veces, igual de manera ególatra, me comparo con Paco Alonso. Se le tildó de utópico. Pero suscitó respeto, casi mitomanía, entre la profesión.
Igual Paco Alonso es menos extraño. Puede ser. Esa extrañeza a mí me parece natural.
¿De dónde le sale? Tuvo una infancia burguesa, junto al Retiro madrileño… Mi padre es ginecólogo. Al principio tenía la consulta en casa. La sala de espera era nuestro salón. ¡No podíamos jugar en el pasillo!
¿Qué hacía su madre? Es filóloga. Los dos son vocacionales, apasionados por su trabajo. Eso lo saqué de ellos.
¿Y el gusto formal? Es una manera de celebrar la vida, la pluralidad, los matices, la experimentación. Pienso que no haber tenido una relación previa con la arquitectura me ha dado mayor libertad. En casa, en mis juegos, en nuestros viajes, no había ningún filtro que nos dijera que lo decorativo era malo.
Construye su mundo. Y una arquitecta construye… Para los demás, claro. Pero uno puede dar lo que tiene, lo que sabe. Estamos haciendo viviendas en Orihuela. Han encargado dos a cada arquitecto. Miro lo que hacen y pienso ¿por qué me meto en tantos líos? Claro, ellos han terminado ya.
¿Por qué se mete en líos? Porque la arquitectura moderna me parece un poco como vivir en un quirófano. Le faltan cosas.
¿Y las debe decidir el arquitecto o el usuario? Igual que creo que con el núcleo duro de la profesión ha habido, durante un periodo, un diálogo complicado, he tenido una respuesta muy buena en entornos culturales y creativos. Instituciones y mundos más abiertos. Y más internacionales. Productores de tejidos, de materiales, escenógrafos…
¿La arquitectura tiene miedo de decir demasiado? ¿De imponerse exageradamente en la vida de los demás? Pero es que el gris también se impone. Nada ha sido tan normativo como el afán por lo mínimo. Las marcas nos piden consejo. Dicen que les ayudo a pensar. En mis proyectos cabe todo: muebles heredados, muebles reciclados, color, huellas de vida…
Darlo todo es típico de los primeros proyectos o encargos. ¿Sigue haciéndolo? El sobreesfuerzo me viene de la educación judeocristiana. De ser chica de sobresaliente. No elegir puede significar que nada te importa o que todo te importa. Yo, por ejemplo, visto fuera de modas, de negros y de miedos. Soy fan de un antropólogo francés que se llama Leroi-Gourhan. Escribió El gesto y la palabra. Decía que un ama de casa del siglo XVIII que se hiciera su propia ropa tomaba más decisiones estéticas de las que ninguno de nosotros tomamos hoy cuando nos compramos la ropa que Zara decide que es moda.
¿De dónde sale su estilo? A veces pienso que es un poco fruto de la movida madrileña. Tiene gestos y formas un poco irreverentes que tratan de indicar que no hace falta seguir la norma. La norma es empobrecedora.
Eso cambia la manera de estar en el mundo. Te hace creer en ti y en los que no son arquitectos. La educación de las Escuelas y la práctica profesional de la arquitectura, con sus premios y publicaciones, está orientada a generar la seguridad de que perteneces a un club. Eres uno de esos arquitectos de reconocido prestigio. Eso quiere decir que no haces arquitectura comercial , pero a cambio pagas un precio alto: la unificación del gusto.
En su batalla por cuestionar, ha defendido evitar lo estable. Me refiero a no trabajar siempre con lo mismo, a tener el equipo y el método adecuados para cada proyecto. La arquitectura también es un vehículo para comprender la controversia.
¿La controversia no le está complicando la vida? Sí. Y es frustrante. Me he preguntado durante años por qué nos encargaban tantas exposiciones y se nos resistían otro tipo de encargos. Ahora sé que hay muchos trabajos que se benefician del reconocimiento de la diversidad y muchos clientes que la persiguen.
¿Igual la experimentación tiene sus escenarios? Tal vez. Sin embargo creo que esas desobediencias pueden mejorar la arquitectura. Me explico: durante mucho tiempo los arquitectos se han planteado que cuando hacían una obra tenían que pensar en el día en que cortaran la cinta para inaugurar el edificio. A partir de ahí, no era asunto suyo. Yo creo que esto es un error. En la escuela de arquitectura no se dice que un proyecto es bueno cuando mejor, con mayor claridad, estética o ahorro energético, resuelva las necesidades de los usuarios. Se considera bueno cuanto más coherencia guarda con tus ideas iniciales. Eso es algo atroz. Demuestra una incapacidad inaudita de escuchar al usuario. Un arquitecto acostumbrado a hacer arquitectura temporal siempre piensa en el final del edificio, que puede ser en cinco meses o en 500. Pero ese edificio tiene un final y es importante pensar en el cadáver que vamos a dejar. La controversia es la piedra angular de mi formación. Filósofos como Bruno Latour defienden que la ciencia tiene que ser puesta en duda a través de la controversia para no hacer cosas acríticamente, para no utilizar una cierta reserva de ideas sin preguntarnos si es eso lo que necesitamos. Creo que me he equivocado, en algunos momentos, al plantear mis propuestas como opciones alternativas al movimiento moderno, que es el sitio intelectual donde sigue estando la arquitectura española. Sin embargo, en los textos del movimiento moderno hay más diversidad. ¿Frank Lloyd Wright fue moderno?
Precursor de la modernidad. Pero Aalto sí. Yo me oponía a tanta rigidez cuando, en realidad, el movimiento había sido cuestionado desde dentro. Si hubiera sido un poco más estratega habría dicho: no hablo de oposición, hablo de evolución, de las fisuras internas. Para eso uno necesita quizá cierta madurez y poder dialogar. Ha sido un error estratégico enfrentarme a una profesión para hacer lo que considero. Puedes hacerlo sin que te penalicen tanto.
El Castillo de Garcimuñoz es su proyecto más polémico. ¿Lo haría hoy de otra manera? Probablemente sí. Consultaría más a los ciudadanos. Es un error que los ayuntamientos participen poco en los proyectos. Hoy una parte de los habitantes me envía fotos. Cuando nació mi hija me enviaron regalos. Y hay otra parte, pequeña, que no. Creo que tuvieron miedo de perder lo que tenían, lo único que les podía sacar de la desaparición. Históricamente el castillo había quedado mermado. Hoy diría que es un lugar querido.
¿No es utópico que los ciudadanos se impliquen en la gobernanza de un edificio? Pensamos que el ciudadano es un señor caprichoso que pasa por la calle, no alguien que puede aportar. La sociedad civil tiene una organización no piramidal. Hoy consultaría cómo se hace un escenario a compañías de teatro, a grupos de música.
Todo esto ralentiza la obra. Te enriquece profesionalmente y te arruina económicamente. Requiere tiempo.
¿Cómo cuadra los números? Mi estudio de arquitectura funciona económicamente. Está claro que trabajamos de más y le sacamos menos rendimiento que otros. Muchas de las decisiones que han llevado a lo que es hoy la arquitectura nacieron para ahorrar trabajo a los arquitectos. Por ejemplo, la gente que hacía un edificio de viviendas en el siglo XIX debía conocer la historia del sitio; los que hacían hospitales pensaban en ofrecer consuelo con el arte. La sobriedad blanca internacional te ahorra mucho trabajo. ¡Hasta tinta de impresora!
¿A qué lo atribuye? A la evolución de esta profesión y de la sociedad. Hemos pasado de un arquitecto por cada 100.000 habitantes a uno por cada 900. El empobrecimiento de horarios, presupuestos y salarios ha llevado a una arquitectura empobrecida que hemos sabido justificar cultural y conceptualmente. A veces me llaman para rehacer interiores de compañeros.
¿Por ejemplo? Nos ha pasado con bodegas o con la tienda del Ayuntamiento de Madrid en la Plaza Mayor.
¿Su obra la representa siempre a usted? Creo que se adapta. Hicimos la tienda con artesanos locales, la arquitectura tiene capacidad de representar a muchas voces.
¿El paso de la teoría a la práctica es donde se hace uno arquitecto? Es complementario con estudiar. Pero es el lado salvaje, como dicen los sociólogos, y el verdadero test.
¿Quienes trabajan con usted cómo comparten un universo tan personal? Con gente que monta exposiciones, hace escenografías o moda. Nos vemos como parte de una generación más híbrida. Defendemos escuchar. Yo no he encerrado nunca mi universo en una burbuja arquitectónica. Es cuestión de cuidar los proyectos, el diseño y a las personas.
Cuidar. Escribió el ensayo La ciudad de los cuidados. ¿Cómo se hace una ciudad más integradora? Tratando que sea menos discriminadora por etnia, género o edad. Para eso es esencial dejar de poner lo productivo en el centro de las decisiones. Atraer turismo sabemos que es algo peligrosísimo. En el pasado se hacía con sol y playa que generaba la depredación del paisaje. Ahora estamos empezando a ver otros parámetros. Hay gente que busca autenticidad, quieren llegar a sitios que no han sido explotados. Esto hace que el camino del turismo y el de la preservación ecológica se encuentren. A lo mejor lo que la gente busca ahora no es tanto lo extraordinario como lo auténtico. Debajo de eso hay una oportunidad económica.
¿No hemos quedado en que la economía no debe regirlo todo? Tenemos asimilada una idea: todo lo que no sea capitalismo salvaje es utópico. Creo que la economía poscovid ha demostrado que no es verdad. ¿Cuántos negocios han salido en torno a los cuidados, la salud mental o las ganas de bailar? ¿Te gastarías el dinero en un retiro de yoga que te renovase o en un reloj en el que se vea la marca? ¿No estamos en un cambio del modelo puramente extractivo? Yo creo que sí.
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