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John Pawson, el hombre que popularizó el minimalismo: “Las opiniones de Carlos III se lo han puesto muy difícil a la arquitectura”

Un nuevo libro dedicado al arquitecto británico explora el legado del precursor del menos es más, estrecho colaborador de Ian Schrager y Calvin Klein y uno de los creadores más influyentes de las últimas décadas

John Pawson
John Pawson, con sus compañeros de clase en Eton.Imágenes cortesía de Phaidon y pertenecientes al libro Making Life Simpler.

En 1983, hace ahora 40 años, las fotos de un apartamento londinense de apariencia espartana alteraban el pH del opulento número de verano de la revista World of Interiors y sembraban, de paso, una inesperada semilla de sobriedad en derroche estético posmoderno y neobarroco de los primeros años ochenta. Junto a las páginas dedicadas a la vivienda en París del banquero David de Rothschild —un suntuoso festival de bustos de mármol, molduras doradas y pesadas tapicerías orquestado por el interiorista y anticuario Geoffrey Bennison—, el impoluto panorama de superficies despejadas y persianas venecianas de aquel piso que parecía deshabitado desprendía la vibración de un manifiesto.

“En la estancia principal había una única mesa, la LC6 negra diseñada por Le Corbusier, Jeanneret & Perriand. Por supuesto no había nada en las paredes, ni libros a la vista, ni cuadros ni menaje. No había rastro visible de ropa u otras posesiones. Solo paredes blancas”, escribe Deyan Sudjic en John Pawson. Making Life Simpler (Phaidon), el libro que el crítico, escritor y exdirector del Design Museum de Londres acaba de dedicar al arquitecto británico, precursor de lo que desde entonces se ha dado en llamar minimalismo y uno de los más influyentes creadores de espacios de las últimas décadas.

Si hoy nuestras paredes son lisas y nos parece bien que pueda no haber nada colgado en ellas es, en parte, gracias al éxito y la relativa democratización de la operación Pawson en la que profundiza el libro de Sudjic. Una reevaluación de los interiores para quitar de la vista todo lo que pueda distraer o perturbar, para prescindir de lo accesorio y de elementos rutinarios que se dan por descontados, como el rodapié, que en sus proyectos casi siempre desaparece, a veces en favor de una poética oquedad que sublima la intersección de suelo y pared. Una exploración esencial de masas y volúmenes, de la luz y del espacio, para crear un vacío lleno de exactitud y disciplina, como advirtió uno de los más tempranos partidarios y clientes de Pawson, el malogrado escritor Bruce Chatwin. Y que ha conseguido acuñar una nueva fórmula de la opulencia, basada en la ausencia, la precisión de cada gesto y la calidad de los materiales.

John Pawson con Calvin Klein en 1995.
John Pawson con Calvin Klein en 1995.PHAIDON

La reforma del apartamento de Elvaston Place fue el primer jalón de una carrera tardía, iniciada pasados los 30 y tras abandonar sus estudios en la Escuela de la Architectural Association de Londres. Era el piso de su pareja de entonces, la galerista Hester van Royen, y fue una suerte de proyecto de fin de carrera autogestionado, que no le valió un título pero sí mucha publicidad.

“En Japón sucede lo mismo, el primer trabajo de un arquitecto suele ser una casa para sus padres o para su novia. Yo derribé el piso y lo reconstruí. El problema es que era de alquiler, y el propietario se enfadó un poco”, recuerda Pawson desde su estudio en Londres, el primer día laborable después de la coronación de Carlos III, que coincidió con su cumpleaños. “En casa había cierta confusión sobre quién es el rey”, bromea, antes de comentar la conocida faceta de crítico de arquitectura del nuevo monarca: “Yo he tenido la suerte de ser bastante independiente y nunca he dependido de su patrocinio, pero sus opiniones se lo han puesto muy difícil a la arquitectura en el Reino Unido. Y es una pena, porque en otros temas, como la ecología, ha sido una voz muy positiva”.

Prototipo de lavabo Saatchi (1987).
Prototipo de lavabo Saatchi (1987).PHAIDON

Japón fue el país que activó la inclinación por la arquitectura de un joven que con solo 17 años, poco antes de su graduación, había tenido el coraje de huir de la opresiva atmósfera del prestigioso colegio de Eton y emprender un viaje de iniciación por Oriente y Australia. “Coraje no es la palabra que hubieran usado mis padres”, ironiza. “Ellos hubieran dicho que era más bien inconstante”. Regresó a Inglaterra con un acento australiano que horrorizó a su padre, y durante seis años trabajó en la empresa textil de la familia, “pero aquello no salió bien”, como un noviazgo de entonces que ya apuntaba a boda. En plena crisis sentimental y existencial, Pawson vio “una película sobre unos monjes budistas japoneses que vivían en un templo en lo alto de una montaña y rezaban al amanecer. Decidí dejar Halifax, marcharme a esa montaña y vivir allí para siempre”.

En efecto, se fue a Japón y llegó al templo, pero su estancia duró exactamente una noche. Se instaló en Nagoya, donde dio clases de inglés durante tres años antes de trasladarse a Tokio. Allí, en una librería, descubrió una monografía del diseñador Shiro Kuramata, cuyo trabajo ya había visto unos años antes en la revista Domus. “Con la ingenuidad de los 24 años llamé por teléfono a su estudio. Le dije que quería conocerle. Debió de pensar que yo era alguien influyente y decidió ser amable. Quedamos a tomar café y fue muy agradable. Durante el año que pasé en Tokio le visité varias veces, me acogió y me introdujo en su círculo”, rememora. La influencia de Kuramata fue clave para dar forma a un interés por la arquitectura visualmente simple —de Mies van der Rohe a los monasterios del Císter— que ya traía de serie. “Eso siempre estuvo ahí. Por eso decidí ir a Japón. Kuramata representaba la visión refinada y contemporánea, completamente moderna, de aquellas ideas”.

Apartamento Van Royen (1981), en Londres.
Apartamento Van Royen (1981), en Londres.PHAIDON

Volvió a su país con un propósito. Se matriculó en la escuela a punto de cumplir los 30. “Hasta que no descubrí la arquitectura no me sentí realmente satisfecho. No tenía un plan. Nunca pensé que podría ejercer de arquitecto. Para mí era un interés, una pasión, pero nunca se me ocurrió que tendría un estudio, clientes, proyectos. Hice el apartamento de Hester, luego su oficina en la galería Waddington, y después la propia galería, y el apartamento del artista Michael Craig-Martin, y así sucesivamente. Una cosa llevó a la otra”, describe con sencillez.

En esa sucesión de acontecimientos, de nuevo un libro fue clave: la primera monografía dedicada a la obra de Pawson, publicada por la editorial española Gustavo Gili en 1992. “Casi todas mis primeras veces han sido en España: mi primera novia, mi primera casa [en Mallorca, en 1989] y mi primer libro. Tengo un recuerdo vago, pero creo que nos escribieron por sorpresa y nos contaron el proyecto. Yo estaba muy interesado en supervisarlo, pero me explicaron que los editores eran ellos y no yo, así que lo hicieron como quisieron, y fue fantástico”. Ese libro, asegura, “ha sido el responsable no solo de mi carrera sino de mi vida”. Un ejemplar cayó en manos del empresario hotelero y promotor inmobiliario Ian Schrager, quien a su vez se lo mostró a Calvin Klein. El resultado fue una alianza entre diseñador y arquitecto, que dio frutos como la imponente tienda de la avenida Madison inaugurada en Manhattan en 1995, y que impulsó mundialmente la reputación de Pawson.

Casa Tetsuka (2005), en Tokio.
Casa Tetsuka (2005), en Tokio.PHAIDON

Desde entonces, y a diferencia de otros arquitectos estrella, Pawson ha mantenido su estudio en una dimensión modesta que garantiza el trato personal con el cliente, y ha participado en muy pocos concursos. “A veces me pregunto si es un error, pero no me gustan, la verdad. Se trabaja mucho sin diálogo con el cliente, y por mucho que te respeten te tratan como parte de un conjunto desechable. No es una sensación muy agradable, y es agotador financiera y anímicamente”, reconoce.

La remodelación del bloque de apartamentos en el 50 de Gramercy Park (2004-2007), también en Manhattan, marcó el inicio de una larga y prolífica colaboración con Schrager, que ha tenido un último episodio en el diseño de los interiores del hotel The Madrid Edition. “Tuvimos la fortuna de colaborar con François Champsaur. Nosotros pusimos la base, y otros artistas y creadores pudieron añadir otras capas”, comenta.

En la última planta del Edition se encuentra el restaurante Oroya, de cuyos altos techos cuelga una exuberante jungla artificial. Le preguntamos si ha tenido algo que ver y sonríe: “Eso fue cosa de Ian. Pero lo más importante es que el proyecto está siendo un éxito. En mis comienzos, cada detalle, cada material, cada decisión parecían importantes. Era incapaz de ceder, y entonces el conflicto era inevitable. Pensaba que no transigir era algo bueno, pero he aprendido a seguir adelante con las decisiones de los demás”.

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