Linda Evangelista: “Mi objetivo ahora es envejecer. Quiero hacerme vieja. Muy, muy vieja”
La más grande de las supermodelos ha sobrevivido a dos cánceres, a un exmarido al que acusa de abuso y a una cirugía fallida. Ahora vuelve triunfante y repasa su obra con el fotógrafo Steven Meisel, por primera vez reunida en un lujoso volumen
La palabra divino es el adjetivo favorito de Steven Meisel. El legendario fotógrafo de moda lo usa a menudo, y en particular cuando una modelo da con el gesto perfecto: el calificativo sale como disparado de sus labios, exento de toda ironía. Es el mayor cumplido que otorga Meisel, experto en captar este tipo de momentos. Y la supermodelo Linda Evangelista (Ontario, Canadá, 58 años) es la persona que más lo ha recibido. La unión de estos dos artistas es cosa de leyenda, al menos en los confines de la moda y la fotografía: durante casi cuatro décadas, han producido retratos tan poco ortodoxos y editoriales de moda tan influyentes que tratar de igualarlos sería no solo ilusorio sino, directamente, misión suicida.
Algunas de las fotos de las que hablamos se pudieron ver en la ambiciosa exposición 1993: A Year in Photographs, que le dedicó a Meisel en A Coruña la Fundación MOP de Marta Ortega hasta mayo de este año. Pero ahora, el conjunto de su obra con Evangelista ha quedado recogido en Linda Evangelista Photographed by Steven Meisel, una divina biblia publicada por Phaidon que repasa los momentos más trascendentales del dúo y que, para muchos, ya es el libro de moda del año. A él pertenecen las imágenes de este reportaje. “Es increíble”, dice Evangelista, taza de café en mano, desde Milán. “Es de locos. Miro una foto y el recuerdo de ese día vuelve a mí al instante. Paso la página y siento que es otra persona distinta la que me mira. ¿Quién es esa? La variedad de lo que hemos hecho y la inmensa amplitud de nuestro trabajo, aunque no siga ningún orden, me hace sentir orgullosa”.
Es lo mínimo que puede sentirse. Si Meisel es el maestro de la narrativa en la fotografía de moda, un talento por encima del bien y del mal, ella es esa modelo que pasará a la historia por su capacidad de transformarse en quien le apetezca: una diva a lo Marilyn, un paje renacentista o una moderna Katharine Hepburn. “Lo elemental es que a los dos nos encanta lo que hacemos y ponemos mucha dedicación”, explica la modelo. “Pero algo hizo que congeniáramos desde el primer día. Fue amor a primera vista. Nos comunicamos sin hablar. Por la forma en que Steven inclina la cabeza o me mira a los ojos, sé exactamente lo que tengo que hacer. No me da ningún miedo probar algo nuevo y experimentar. Y tengo la seguridad de que con él nunca va a salir mal”.
Evangelista ha vuelto a la primera línea tras unos años alejada de los focos. Campañas de moda, una serie documental en Apple TV+, portadas de Vogue y, ahora, el libro. Hoy la modelo, una de las tops originales que marcaron los años noventa, percibe que vuelve a ser su momento. Que está viviendo un renacer y que sus admiradores la animan a seguir. “Podría llorar”, asegura, mientras de verdad parece contener el llanto. “El amor que he experimentado es abrumador y me pone contentísima. Está curándome”.
¿De qué? Para empezar, del trauma por una cirugía estética fallida que, según sus propias palabras, la “desfiguró de forma brutal y permanente”. La técnica, llamada Cool Sculpting, se concentra en la grasa localizada y le provocó una hiperplasia adiposa paradójica (HAP), es decir, el efecto contrario: un aumento de las células de grasa de su cuerpo. Evangelista se escondió del mundo, al estilo Greta Garbo, hasta que no pudo más. “Estaba muy triste, pero me harté de aislarme. No tenía a nadie a quien recurrir que hubiera pasado por lo mismo que yo, ni siquiera encontré nada en internet al respecto. Ahora se han denunciado más casos y veo que mucha gente ha vivido lo mismo. Luego volví a tener cáncer de mama [tuvo dos en cinco años y se sometió a una doble mastectomía], así que necesité intimidad. Pero no quería lloriquear ni compadecerme. Para mí, siempre ha habido luz al final del túnel. Así que esperé”, dice ahora.
“Soy una luchadora, aunque tampoco he tenido elección. He pasado por muchas operaciones en mi vida y a lo largo de mi carrera, pero quiero vivir. Cuando pienso en la moda y en el hecho de poder crear imágenes, lo veo también como una manera de escapar de mi vida real. Asumí que las cosas no siempre salen según lo planeado”. La clave de la nueva Evangelista es que ya no trata de replicar su yo pasado: el eterno camaleón ha abrazado su propia historia con el aplomo con el que antes se ponía mil máscaras. Y ha cosechado más éxito del que ella misma esperaba. La semana anterior a nuestra entrevista no paró de bajarse de limusinas para firmar libros, acompañada de su hijo –su viva imagen– y con un aspecto radiante, como una diva del neorrealismo italiano que vive una esplendorosa madurez.
La mañana que conversamos había volado a Italia para asistir a una prueba de Fendi con su diseñador, Kim Jones (días después, fue la estrella del desfile, vestida con un imponente abrigo azul cielo). La modelo dice estar emocionada. Se muestra ligeramente aturdida por tanta atención. Pero a pesar de los nervios, hay una elegancia luminosa y una autoconfianza innata en esta superviviente de la moda que en 1978 ganó su primer concurso –Miss Niágara– cuando solo tenía 12 años.
El triunfo estratosférico estalló en los años noventa junto a sus colegas Cindy Crawford, Naomi Campbell y Claudia Schiffer: fueron las primeras modelos que se hicieron tan famosas como las estrellas del pop, y que experimentaron ese tipo de éxito. En el cénit de su fama y su belleza, George Michael no solo la llamó para protagonizar un vídeo musical sino dos: en Too Funky, de 1992, la canadiense interpretaba una versión glorificada, supervitaminada y kitsch de sí misma.
Cuando quería huir, Evangelista se recluía en Casa Linda, su elegante refugio en lo alto de una colina ibicenca, que compró con el dinero que le proporcionaba su lucrativo trabajo y que hoy no le pertenece. “Sí, perdí esa casa. El hombre con el que estaba casada me obligó a renunciar a ella”, lamenta secamente. Se refiere a Gérald Marie, el titán de la moda varias veces acusado de violación que por entonces estaba al frente de Elite Models, la agencia de Evangelista. Ella lo acusa de maltrato y cuenta que si Marie no le tocó la cara fue porque era “su fuente de ingresos”. El exagente ha rechazado las acusaciones, tanto de Evangelista como de las otras mujeres que lo han denunciado (la justicia francesa cerró en febrero la investigación porque los supuestos delitos habrían prescrito). Pero Evangelista no le perdona sus faltas. “No me saques el tema”, salta, visiblemente alterada. “Me provoca. Y eso puedes ponerlo por escrito. Él tiene esa casa ahora pero es mía. La pagué yo”.
Durante los años noventa me encontré con Evangelista en todo tipo de ocasiones: fiestas, bodas y funerales. Siempre discreta y siempre humilde, aunque personificó la década tanto como Bill Clinton o Bart Simpson, el milagro ocurría sobre la pasarela o frente a la cámara. Fui testigo de ello en invierno de 1994, en Nueva York, disparando con David Sims un editorial para Harper’s Bazaar. Manhattan estaba cubierto de nieve y ella entró en el estudio vestida para una fantasía ártica, envuelta en abultada peletería de Isaac Mizrahi. Media hora después, salió del vestuario con tupé, enfundada en un esmoquin de Yves Saint Laurent, transformada en otra persona. “Era brillante”, asegura Sims. “Tenía una capacidad extraordinaria para canalizar personajes. Es una perfeccionista, una experta en moda que conoce las referencias, sabe de qué va todo y se esfuerza más que nadie en captar el momento. Cualquier cosa que quiera el fotógrafo o el estilista, ella la consigue. Siempre”.
Luis Venegas, director de las publicaciones Candy y Fanzine137, incide en la idea de que la gran marca de la modelo siempre ha sido su talento para cambiar y reinventarse una y otra vez. “Madonna habla de sí misma como la reina de la reinvención, pero creo que Linda fue la primera. Sus imágenes siempre estaban vivas. Parecía decirse: ¿Qué vamos a transmitir hoy? ¿Soy Lucille Ball o una chica grunge?”. Con semejantes credenciales, ¿se ha planteado alguna vez dedicarse a la interpretación? “No, ese nunca fue mi sueño. Hay modelos que emprenden ese camino para no volver y hacen cosas increíbles, como es el caso de Charlize Theron, pero nunca me pareció que fuera lo más adecuado para mí. No era hacia donde yo quería ir. No es que fuese algo a lo que yo me cerrase en banda, pero simplemente no ocurrió. Mi cabeza no estaba ahí”. La cabeza de Linda Evangelista, en un mundillo donde la juventud parece serlo todo, tampoco da la impresión de estar ahora en el temor ante la idea de envejecer. De hecho, es la pregunta a la que responde con más comodidad en toda la jornada. “Mi sector ha hecho un trabajo bastante bueno a la hora de volverse más inclusivo”, declara ecuánimemente. “En cuanto a tipos de cuerpo, edad y color de piel. Ahora es mucho más tolerante que antes”. ¿Y cómo se ve en el futuro próximo? “Mi objetivo ahora es envejecer”, anuncia. “Eso es lo que quiero hacer. Quiero hacerme vieja. Muy, muy vieja”.
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