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ESTÁ TODO HABLADO
Columna
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Stop FOMOfobia

Internet es un lugar de mierda porque es propiedad de los ricos, quienes de gestión siempre supieron lo justo

Este hombre solo existe cuando se le mira, como las narrativas de Instagram: 'San Sebastián del trópico', obra del artista Roberto Gil de Montes, cortesía del artista y la galería kurimanzutto.
Este hombre solo existe cuando se le mira, como las narrativas de Instagram: 'San Sebastián del trópico', obra del artista Roberto Gil de Montes, cortesía del artista y la galería kurimanzutto.GERARDO LANDA ROJANO
Tom C. Avendaño

Fui al Reina Sofía después de un fin de semana de mierda, después de un mes de mierda, por no saber dónde meterme. Hablar con mi novio de entonces no era una opción; mirar cuadros todavía sí. No vi nada ese día, ninguna de las obras que tuve delante me hizo sentir nada, era un museo hecho de instrucciones de IKEA firmadas por Juan Gris y prospectos farmacéuticos de Braque. Una foto en mi móvil ese día a las 4.25 de la tarde: El lápiz, de Joan Miró. Una nota en mi móvil ese día a las 4.25 de la tarde: “Comprar detergente con lejía”. Una conclusión inapelable, seguramente a las 4.45 de la tarde. Que había salido de aquel fin de semana con aquel novio pensando que algo aún se podía hacer; que estaba saliendo de aquel museo pensando que ya nada se podía hacer. Él al mirarme buscaba a alguien que ya no existía y que yo intentaba impostar; yo hacía lo mismo con él; terminábamos los dos desdibujados y vampirizados. Ni Dalí podía perforar tanta máscara. Salí de ahí jodido, porque nada jode más que ver que haces daño a alguien a quien amas; porque nada jode más que aceptar que una relación se ha terminado ya y todo lo que queda son trámites; porque nada jode más que un océano de imágenes que no te dicen nada.

Voy a internet por no saber dónde meterme, a veces en busca de un fomazo, un golpe de FOMO, que me haga sentir vivo, ver a otros hacer algo o tener algo que querría yo y volver mareado a la realidad. El FOMO es una adicción terrible, dicen los expertos, como si el FOMO todavía fuera una parcela de nuestras vidas. Está el amanecer y está el FOMO. Mirar el móvil es anhelar, son dos verbos indivisibles, y por eso nunca nos parece que hayamos terminado de mirarlo: eso también lo dicen los expertos y por eso yo había pasado de la FOMOfobia propia de la década pasada a la resignación a vivir entre fomazos.

Este verano no he sentido FOMO, un miedo aun mayor. FOMO de FOMO. He mirado en Instagram cientos de photo dumps, como se ha llamado este año a los carruseles que hacíamos el pasado; fotos agrupadas con el hilo narrativo que a cada uno le ha dado la gana, si es que a estas alturas hace falta un hilo narrativo. Relatos de grandes veranos (enhorabuena a todos) (menos a mi némesis) (ha tenido un verano mejor que el mío pero sus fotos son más obvias), pero todos contados con las mismas palabras. Hemos perfeccionado tanto el lenguaje de Instagram, el de la foto de internet, que todos usamos las mismas palabras, subimos las mismas imágenes una y otra vez; los muros, los stories de cada uno, son collages de fotos que hemos visto antes personalizadas para nosotros, como los verbos al hablar son los de siempre y los adaptamos a la frase. Un dump: cinco atardeceres, dos en formato selfi, uno en foto grupal en la playa y dos paisajes por los alrededores; un libro en la roca, la cala vista desde lo alto. La plataforma ha madurado tanto, hablamos instagram de forma tan fluida, todos igual, como los habitantes de la misma aldea, que hace tiempo que el juego ya no es sorprender con una palabra nueva, sino hilar la mejor frase. Viendo fotos que ya había visto antes, siento cosas que ya he sentido antes. Me siento en un museo donde las obras no me dicen nada.

The New York Times notaba en mayo que el contenido en TikTok se había homogeneizado. Que el 77% de los enlaces a Amazon que llegan desde la red social china provienen de perfiles visitados por menos de mil personas: gente sin seguidores que prescribe porque sí, que habla en influencer porque es lo que se hace en TikTok. La red social es el lenguaje. El usuario no crea; el usuario conjuga.

Internet en general se homogeneiniza cada día, como el planeta se calienta cada día. “Ya son unas cuatro o cinco webs, cada una llena de pantallazos de las otras cuatro”, decía el escritor Tom Eastman. Los milenales vemos tiktoks en Instagram, los mayores, stories en Twitter y lo que se ve en Facebook solo lo sabe Dios. Otro escritor, el pensador canadiense Cory Doctorow, vincula esta falta de imaginación al declive propio de cada plataforma o red social con el tiempo. Primero una plataforma ofrece un servicio a ciertos usuarios, dice Doctorow, luego se aprovecha de esos usuarios para favorecer a los de pago; finalmente, se aprovecha de los de pago para rascar de ellos algún beneficio. Entonces muere y se vuelve a empezar.

Lo difícil es no pensar en internet como un concepto en crisis. Lo difícil es encontrar algo más caduco que la idea de que las empresas que controlan sean sinónimo de progreso. Amazon nos prometió reinventar el comercio, Netflix el audiovisual, Uber el transporte. Entre aquella época y hoy, su revolución ha sido venderle la idea a unos accionistas, y, cuando se les ha apretado para generar beneficios, recortarle a los trabajadores sueldos y derechos adquiridos. Creo que internet es un lugar de mierda, porque es propiedad de ricos, muy pocos y restando, gente que de gestión siempre supo lo justo; que de la relación entre la falta de visión de los propietarios y el comportamiento que se pide a sus usuarios siempre supo lo justo. Creo que al mirarlo, busco un internet que ya no existe; que al mirarme, las redes buscan en mí alguien que ya no existe. Que todo lo que queda entre este fin de ciclo y comienzo del siguiente es mero trámite.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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